Con sólo sentarse en la butaca y mirar el dispositivo escénico de Ocaso, es inevitable sentir que se está ante una propuesta original. Un escenario delimitado por tablones de madera que dibujan un cuadrado con diagonales que lo cruzan, un centro  en esa figura geométrica. Los espacios libres cubiertos de una materia parecida al heno. Todo en tonos tierra, ocres, como el vestuario de los personajes que van apareciendo por esos caminos rectos, acompañados por las melodías camperas de una guitarra tocada en vivo. 

En este marco, un puñado de personajes hablan directamente al público sobre sus vidas en Rivas, un pueblo rodeado por campos con plantaciones de soja y fumigados con agrotóxicos. Hay un narrador principal (Juan Tupac Soler, recordado por su labor en Mi hijo sólo camina un poco más lento), hijo del casero de un campo (Nacho Bozzolo, actor de Cactus orquídea, otra exquisita y sensible obra del off), cuyo dueño se volcó al cultivo de soja y a las fumigaciones aéreas con plaguicidas tóxicos con consecuencias nefastas en humanos y animales. La mujer joven del dueño del campo (Cecilia Ursi), con sus ganas de diferenciarse y llamar la atención en un pueblo donde no pasa mucho y donde pronto encontrará otro hombre que la atraiga, el dueño de un negocio de artículos de pesca. Las líneas o pasarelas de madera funcionan como andariveles por donde se teje el entramado de historias. El ritmo se va armando con entradas y salidas (los personajes nunca salen de escena, se sientan en sillas que bordean el cuadrilátero desde donde entran y salen de la ficción), con la guitarra  omnipresente de Clara Maydana que propone una variedad de sonidos, y con las intensidades variables de cada relato y de los diálogos entre personajes. Algunos emotivos y confesionales, otros con humor o con cinismo. El diseño de luces acompaña las variaciones dramáticas con una iluminación que por momentos se vuelve más focalizada y cálida o más fría.  

El texto de Juan Ignacio González e Ignacio Torres abre un abanico de micromundos, cada uno con un núcleo de interés claro. Hay un trabajo delicado en el armado de esas voces por momentos poéticas, que revelan mundo internos, vivencias, deseos y una mayor o menor conexión con la naturaleza. La vida rutinaria, la falta de perspectiva, la desolación, la necesidad de alterar los ritmos, de sentirse importante, de aumentar la productividad y las ganancias en forma inescrupulosa y a costa de lesiones y muerte son algunas de las cuestiones que asoman. A cargo de la dirección también, González arma un relato con tiempos y energías mutantes. En algunos pasajes prima el dolor, en otros un humor oblicuo que aliviana la calma tensión que subyace. 

Sin literalidades y con mucho acierto, el campo y sus atmósferas están presentes y ponen en evidencia la relación dañina del hombre con su entorno, la explotación de la tierra como si fuera una cantera inagotable de riqueza. Un tema poco abordado por el teatro local y que, en este espectáculo, plantea la tensión entre vida y muerte y la respuesta de una tierra que, cuando no es respetada, finalmente devuelve al hombre toda su pobreza. La transmutación de lo más vivo que ofrece el planeta en algo yermo y cercano al infierno.

En el elenco se destacan Nacho Bozzollo con una capacidad enorme para emocionar y para generar sonrisas, un actor con una paleta expresiva muy amplia que despliega sin forzar y en forma orgánica. También Cecilia Ursi como la mujer del patrón del campo: un personaje que termina por generar ternura al estar descentrada, perdida, con esas ansias de destacarse del resto para “ser alguien”, de encontrar un romance que la haga sentir viva. Juan Tupac Soler es la voz cantante y uno de los que padece las consecuencias de los pesticidas. Lo hace sin golpes bajos. Detrás de ellos está González, un director y actor joven egresado de la Escuela Metropolitana de Arte Dramático, que ya trabajó con talentosos creadores independientes como Guillermo Cacace, Federico León y Emilio García Wehbi, y cuenta con varias obras estrenadas, algunas premiadas y publicadas. Conviene seguirlo de cerca.