La idea, de buenas a primeras, sonaba más que bien: con la basura que genera la CABA (las 3000 toneladas que hoy se entierran a diario en la Ceamse, cuya vida útil, naturalmente, va adelgazándose) se empezaría a producir electricidad para los hogares, la industria y hasta para mover el subte. Los gases tóxicos emitidos serían filtrados. Y para mejor, nada de esto interferiría con el trabajo de los recuperadores urbanos, porque solo se quemaría la fracción de residuos que no es reciclable. Todo indicaba que frente a uno de los temas más acuciantes para las grandes metrópolis por fin se tenía una alternativa de tratamiento eficaz, moderna y segura, una tecnología que por si fuera poco estaban aplicando algunas de las ciudades más admiradas del mundo. 

Sin embargo, cuando el último 3 de mayo la Legislatura porteña aprobó por 36 votos a favor y 22 en contra una ley que preveía la modificación de la Ley de Basura Cero para permitir la “termovalorización” (el nombre con el que se conoce a la práctica de incinerar residuos para producir energía) la polémica no tardó en instalarse en tanto la oposición, varias ONG y todas las cooperativas de recicladores salieron a explicar lo que tanto slogan venía disimulando: que en realidad no se trata de una tecnología limpia, que sí compite con el reciclado, que la energía generada es tremendamente cara, que la combustión deja como resultado cenizas tóxicas y que de hecho en Europa ya se está desestimando. 

Por lo pronto el 27 de junio la justicia porteña ordenó la suspensión de la ley 5966 que habilitaba la quema con el argumento de que la norma no cumplió con los procedimientos que reclamaba su aprobación, esto es: ser debatidos en audiencia pública y tener luego una segunda lectura y un mínimo de 40 votos. 

Silencio

“El tratamiento de la ley fue vergonzoso. Hubo dos reuniones de comisión. La primera debió suspenderse porque los funcionarios se fueron corridos por las organizaciones ambientalistas y trabajadores del reciclado. Y en la segunda, después de que todos los especialistas se manifestaron en contra, los diputados del oficialismo solo dijeron: ‘gracias, se va a firmar el dictamen’. Me encantaría poder decir que argumentaron, o que al menos nos mintieron en la cara. Pero ni siquiera hubo un power point. Ninguno hizo uso de la palabra. Nadie explicó nada”, relata la legisladora por Unidad Porteña Victoria Montenegro. Y agrega: “La esperanza está puesta ahora en la medida cautelar que suspende la ley. Si la ciudad de Buenos Aires está dispuesta a trabajar en sintonía con lo que marca la Justicia, la norma tendría que volver a la Legislatura para tratarse nuevamente. Y de hecho no debería salir, porque no resiste las instancias de una discusión seria”. 

“Todos preguntábamos lo mismo: dónde se va a ubicar la planta incineradora, qué materiales van a ir ahí adentro, qué tipo de tecnología se va a usar, qué se hace luego con las cenizas, cuánto va a costar el kilovatio generado. Pero nadie pudo responder nada”, describe por su parte Alicia Montoya, coordinadora del equipo técnico de la cooperativa de recuperadores El Álamo. 

Un silencio que inquieta y en el mejor de los casos, plantea nuevas preguntas: ¿por qué apostar a la quema de basura cuando se supone que las del futuro son las energías renovables y libres de emisiones? ¿Y por qué, en un contexto de debilidad fiscal, la ciudad pretende invertir 600 millones de dólares en una planta de incineración de residuos, cuando con una fracción muchísimo menor se podría poner a punto el sistema de reciclado y comenzar de una vez a fomentar el compostaje?

Recicladores

Montoya asegura que la decisión de incinerar no es nueva, sino que lo que ahora se produjo –dado el quorum propio y la mayoría en la Legislatura– es la oportunidad. “Desde que la recolección se contenerizó aparecieron dos cosas”, dice. “Primero, un contenedor negro con la boca ancha y un pedal. Y luego una campana con una boca chiquita. En su momento mandé una nota al gobierno de la ciudad diciéndoles que estaban direccionando los reciclables hacia el contenedor”. 

De acuerdo a la especialista, la empresa que corre con más chances de ganar la construcción de la planta es la francesa Veolia, a la cual habría que asegurarle cerca de dos mil toneladas diarias de residuos para incinerar. “Si vos querés hacer un fuego y le metés húmedos, no prende. Necesitás algo que combustione. Y lo que combustiona es el plástico, el papel y el cartón”, agrega para dejar en claro que la quema obligaría a un abastecimiento de basura constante, lo que a todas luces choca con una política de gestión que respete la jerarquía con la que los residuos deben ser tratados.  

El Estado porteño tiene firmados convenios con 12 cooperativas de recicladores que cubren toda la ciudad, aunque de acuerdo a Montoya frente al importante proceso de organización del sector se cedieron algunas conquistas, pero no el sistema. “Los recuperadores proveemos mano de obra intensiva. Si quisieran invertir en reciclado, sería muchísimo más barato que incinerar. El tema es que con nosotros no pueden hacer negocio. Y construir una planta de incineración no es hacer gestión de residuos, sino un plan de negocios”, advierte. 

“Incineración de basura con recuperación de energía: una tecnología cara, sucia, y a contramano del manejo sustentable de los recursos” es el sugestivo título del informe con el que la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN) salió a marcar posición sobre la controversia. A lo largo de 33 páginas (disponibles en farn.org.ar) el texto va citando con claridad y precisión una catarata de argumentos, cifras, comparaciones, ejemplos internacionales y referencias históricas que dejan aún más expuestas la opacidad y pobreza de las dos carillas con las que cuenta el texto de la frenada ley 5966. 

Recuperación

Andrés Nápoli es director ejecutivo de FARN y recomienda estudiar a fondo lo que sucedió con la incineración en Europa, donde claramente “se cumplió un ciclo”. “Europa no tenía territorio para abrir más rellenos y arrancó a incinerar con unos contratos muy grandes. Pero luego tuvo que subsidiar estos combustibles, y hasta en algunos casos importar basura de otros países ante la falta de residuos suficientes para abastecer las plantas”, describe. De acuerdo al experto, se calcula que entre el 40 y el 55 por ciento de la basura de los contenedores negros de la CABA es reciclable. ¿Por qué no entra en el circuito de recuperación? Porque los vecinos no la separan correctamente, en gran medida porque no existen incentivos, ni tampoco la información suficiente para hacerlo. Una pequeña parte de ese material logra ser rescatada por los cartoneros informales, mientras que otra se separa en la planta de MBT (tratamiento mecánico biológico) de la Ceamse, aunque allí el porcentaje de recuperación es muy bajo, dado que la fracción reciclable suele estar ya mezclada con los húmedos y por tanto, contaminada. 

“Hay de todo para hacer antes que ponerse a quemar basura, empezando por sacar la ley de envases, que está parada en el Congreso de la Nación por el lobby de embotelladoras y supermercados”, explica Nápoli. “El telgopor, por ejemplo, ni siquiera debería existir para embalajes, no se puede reciclar y entonces va al relleno sanitario, donde ocupa unos volúmenes enormes. Se podría generar compost con los residuos orgánicos que salen de los restaurantes y los mercados. Y por supuesto: proveer de inversión a las cooperativas de reciclado, que dentro de la fragilidad que tienen han logrado armar un buen sistema. Si estas iniciativas se pusieran en marcha los volúmenes de basura enviados al relleno serían realmente mínimos”, concluye. 

Círculos

Antes incluso que reutilizar, separar en origen, reciclar todo lo que se pueda y fabricar compost, se debería empezar a pensar en cómo generar menos basura. Entre los ambientalistas circula una frase que lo resume bien: el mejor residuo es el que no se produce. De hecho de las famosas “3 R” (reducir, reutilizar, reciclar) la más importante es la primera. 

El objetivo de la llamada economía circular es mantener los materiales el mayor tiempo posible dentro del circuito, distinguiendo entre ciclos biológicos (materias no tóxicas que pueden devolverse al suelo mediante el compostaje o la digestión anaeróbica) y técnicos (polímeros, aleaciones y otras materiales artificiales que se diseñan para poder ser recuperadas y rearmadas). Pero la incineración va a contramano de este modelo, porque lo que necesita para cumplir con los contratos de abastecimiento es más y más basura, y especialmente basura combustible: otra muestra de cómo los residuos son capaces de dejar expuestas las contradicciones en nuestras formas de producir, consumir y desechar