El Banco Central perdió reservas por 5100 millones de dólares en abril, 6500 millones en mayo, 3000 millones (neto del préstamo del Fondo) en junio y acumula un retroceso de alrededor de 3000 millones en lo que va de julio. Esto implica que en cuatro meses se fugaron el 30 por ciento de las reservas internacionales. La regla de tres simple es demoledora: a este ritmo de caída las divisas de la autoridad monetaria se terminan antes de las próximas elecciones. Estos dólares del Central se gastaron para financiar la especulación financiera. El mismo monto invertido en la economía real hubiera generado un crecimiento del PIB del 5 por ciento.

La suba del tipo de cambio, el aumento de la inflación, la caída del salario real y el fuerte retroceso de la actividad fueron el previsible ajuste ante esta pérdida de casi 20.000 millones de dólares en menos de cuatro meses. El nuevo combo de precios relativos permitiría en la segunda parte de este año reducir las necesidades de divisas del mercado interno. Las importaciones bajarían medidas en cantidades y se reducirá el desequilibrio en sectores como la cuenta del turismo. Pero esto sigue sin resolver la cuestión principal: el ajuste de las variables macro no fue suficiente para frenar el retroceso diario de las reservas.

El Central seguirá perdiendo divisas por dos motivos. El primero, la oferta de dólares por exportaciones y por inversiones extranjeras sigue siendo escasa. El segundo, el sector privado no es el único que demanda divisas, sino que el sector público también tiene una alta necesidad de moneda extranjera para pagar deudas. Los datos sobre vencimientos de intereses para este año ascienden a 9000 millones de dólares y los de pagos de capital se ubican en 7000 millones. Las cifras para 2019 son similares. 

Las cuentas macroeconómicas no tienen misterio y son pocos los mecanismos para poder conseguir todas estas divisas sin usar reservas. La estrategia de acumular nueva deuda para pagar la deuda vieja esta mostrando sus límites. El Fondo Monetario Internacional por ahora aporta las divisas necesarias para cubrir algunos meses las necesidades financieras, pero con el ritmo actual de la fuga no es suficiente sólo con este crédito. En menos de 35 días ya se perdió la tercera parte del primer tramo del préstamo. La posibilidad de volver a colocar bonos en los mercados globales no parece probable mientras las tasas de interés de los títulos largo de largo se ubiquen en el 9 por ciento anual, duplicando el costo de la región.  

La segunda estrategia relevante apunta a avanzar en un ajuste de precios relativos aún más violento hasta conseguir que el derrumbe del consumo interno ubique el nivel de importaciones por debajo del volumen de exportaciones. La Argentina lo experimentó en 2002. Las importaciones sumaron 8900 millones de dólares ese año contra los 32.000 millones de 1998 y las exportaciones se mantuvieron en 25.000 millones en ambos años. El resultado fue pasar de un déficit comercial de 5000 millones a un superávit de 16.000 millones. La actividad económica bajó un 11 por ciento y el desempleo superó el 20 por ciento.

El tercer mecanismo es poner controles sobre las importaciones y la compra de divisas del sector privado. Estas regulaciones son una especie de contracara del ajuste de los precios relativos. Los controles permiten mantener estabilidad del empleo, el consumo y las variables distributivas. Pero no son la panacea: tienden a generar un tipo de cambio paralelo, inflación y un mercado con incentivos para aprovecharse de los dólares subsidiados. El equipo económico, pese a que ninguna estrategia para conseguir divisas sin perder reservas está ajena de consecuencias, deberá decidirse más temprano que tarde por alguna. El Central sencillamente no tiene margen para seguir perdiendo más de 1000 millones de dólares semanales.