Pensar a Canturbe desde hoy, es tomarse una nave musical hacia atrás y parar en la estación 1980. Fue el año en que esta banda publicó su primer disco, cuando el frío del infierno dominaba Buenos Aires. La lideraba un guitarrista y cantante con inclinaciones poético-tangueras (Jorge Garacotche) y un elenco medio inestable que se dejaba influir por el rock progresivo que surfeaba las nuevas olas. El trabajo debut se llamó El vuelo de los olvidados y encerraba un mundo que, restringido al ámbito vernáculo, tenía mucho de propio, un poco de Alas, otro poco de Crucis, alguito de Espíritu o Raíces, y a Charly García como invitado en cuatro canciones. Casi cuarenta años y seis discos después (con estaciones de alto voltaje en Bonpland o Clandestino) el aura sigue intacta a través de un trabajo musical recién horneado, y con nombre espacial: Flotteur. Flotar en francés. “Me gusta la palabra en francés porque tiene otro peso, otra sonoridad. Flotar es no estar atado a nada”, enmarca Garacotche, timonero de un trabajo que deja entrever paranoias y soledades del mundo actual. “Hay algo de eso, sí”, refrenda Garacotche. “‘Una canción detrás’”, por ejemplo, ancla en la tristeza y la soledad del que provoca su propio desvelo… un tema melancólico, con una parte instrumental que trata de musicalizar esas sensaciones internas”.
Flotteur no podría haber sido posible sin el aporte de Viajero Inmóvil, sello independiente de rock progresivo encargado de su edición. Tampoco sin la decisión colectiva, voluntarista, de creer en el desarrollo de un estilo y actuar en consecuencia. En efecto, las trece piezas que lo integran conjugan el viejo y querido rock progre, con espesos aires rioplatenses y punzantes pinceladas tangueras que lo ubican en tiempo y espacio, hoy y ayer. Y letras que parecen conectar imaginariamente –o no– pasado y presente. Texto y contexto, dicho de otra forma. “En la época que publicamos el primer disco, uno estaba atento por definición. Era una dictadura, lo cual acomodaba muchas cosas… se estaba atrincherado por la censura y se caía en la autocensura, a veces sin darse cuenta”, compara el compositor. “Hoy, en cambio, uno tiende a relajarse. Se come el alfajor de la ´democracia´, pero escucha a los hijos de aquellos funcionarios decir que tengamos cuidado. No censuran porque se compraron los medios, pero nos traban las puertas, y no nos corren porque saben que nos transformaron en inofensivos”.
–Que no es lo mismo pero es igual, cantaría Silvio Rodríguez.
–Porque antes los militares hacían muchas barbaridades y no explicaban nada. Hoy, en cambio, te relatan la fábula del neoliberalismo, te muestran todo el tiempo un “faro para náufragos”, que no hace más que llevarnos entretenidos hasta el hartazgo. Me tocó hacer discos en los dos tiempos tan lejanos, pero bajo tensiones parecidas.
–Más allá del contexto ¿en qué aspectos estéticos trazaría analogías entre El vuelo de los olvidados y Flotteur, y en cuáles no?
–En los dos hay un intento de reflejar, desde la mirada que da el barrio, una realidad musical plagada de fusiones, con un anclaje marcado en el rock nacional, el progresivo y lo tanguero. Soy de Villa Crespo, barrio cosmopolita y, cuando uno quiere reaccionar, ya se formó en las mixturas… solo le queda mostrarlas. La lírica es anotar una especie de “aguafuertes porteñas” con llegada nacional, por el hecho de hablar de lo universal desde lo localista. La diferencia se da en que la época actual se nos fue de las manos… a veces me parece que de 1980 a la fecha pasaron doscientos años. Llegó la tecnología, internet, lo electrónico, y se fueron la cultura del disco, el tiempo para escuchar y las disquerías.
–¿El tango y el rock cambiaron mucho, también?
–Que el rock todavía esté es todo un triunfo, después de que tantas cosas se han derrumbado ¿no? Pero es cierto que ha mutado para muchas zonas, estilos, tribus y hace bien, porque acompaña la época. En lo personal, creo que hay más vocación y polenta en el under, dado que por arriba solo se ve al negocio atrincherado. El tango, bueno, sí, sigue vivo… tomó otras formas, mucha gente lo empezó a ver sin pasar por el tamiz tonto del prejuicio.
–¿Es fácil trasladar estos preceptos a la recepción que tiene Canturbe hoy?
–Lo que puedo decir es que la recepción que tenemos es muy buena, y creo que está atada a la coherencia que hemos mostrado. No hemos pegado saltos discutibles, nos hemos adaptado pero no domesticado, musicalmente seguimos fusionando lo progresivo con el tango y las letras siguen fieles a la poesía de la calle y sus habitantes… sigo por el lado de la canción, digamos.
–Sumado a lo tecnológico que da una mano, según delatan los temas.
–Lo tecnológico pasó a ser un aliado desde hace varios discos, sí. Me gusta usar sonidos electrónicos en los arreglos, valerme de las enormes herramientas que proporcionan los bancos de sonido. Hoy podés hacer sonar tu guitarra como en un equipo Fender de 1969, cuando en realidad tenés un mejicano del 95.
Ninguno de los tres músicos que completan el Canturbe actual (el tecladista Gabriel Herrera, más Daniel González en bajo y César Carreras en batería) estaba en la banda cuando esta nació allá por finales de 1977. González, el primero en integrarse, lo hizo recién en 2008, cuando Garacotche rearmó la banda luego de varios años de parate. Poco después, se plegó Herrera y llegaron Sociedad secreta de melancólicos y el ecléctico Tangos en espera, que contó con Walter Malosetti y José Ogivieki como invitados. Una espera que se hizo sentir, de hecho, entre aquel disco y el flamante Flotteur. “Para hacer un nuevo álbum no solo hacen falta canciones y dinero, también hay que tener cierta predisposición espiritual”, reflexiona Garacotche, sobre el hiato de siete años que separa los últimos dos trabajos. “Hablo de un estado interno que no tenía, y que tardé unos años en recuperar. Las canciones de Flotteur fueron naciendo… las arreglaba y las corregía, pero estaba a la espera del toque místico que da el puntapié inicial. Cuando llegó fuimos al estudio y no paramos”.
–¿Cuál es la historia musical y poética que hay detrás de “Informe sobre ciegos”, una de esas canciones que “iban naciendo”?
–Una historia de guiños hacia Génesis, enorme referente. Rítmicamente, la canción se basa en lo que conocemos como ritmo Manchester, con aires de murga. La poesía es urbana… tiene que ver con la manera muy especial en que la clase media mira al neoliberalismo. El tema habla de cómo esta clase elije ser ciega y correr detrás del consumo hasta que la píldora ya no surte efecto y sufre el dolor… llega tarde y mal. Soy de clase baja y nunca entendí esos comportamientos, el burgués es un misterio en sí mismo. Todo el mundo habla del misterio de las mujeres, pero atadas a ese misterio enamoran, en cambio el misterio burgués espanta.
–“Luna de cocaína que se va…”. ¿Qué está expresando esa frase?
–Que la merca ha hecho desastres en nuestra generación, la de los setenta y los ochenta, cuando la locura nos llevaba a los mejores paraísos, a las más profundas reflexiones. Era una luna que enamoraba, pero después se empezó a ir, y con ella se nos fueron muchos y muchas. Y todo eso conjugado con una situación social que se quedó, que arde porque el Estado se escondió en las corporaciones y no nos da ni la hora… un Estado ausente para nosotros, que se acuesta todas las noches con los poderosos.