¿Hay espacio político para que los militares vuelvan a intervenir en “seguridad interior”? ¿Hay margen para que al Gobierno le salga bien un programa económico basado en la bomba del endeudamiento externo y eterno?
No.
Hay humo.
Un humo cuya venta proviene del gobierno desesperado por ganar tiempo hacia no se sabe dónde. Ya le sucedió con habilitar el debate parlamentario sobre el aborto. Imaginó un tránsito relativamente tranquilo que terminaría en la negativa, depositando a Macri como el hombre de derechas a la izquierda del progresismo que no lo jugó en su cuarto de hora. Pero le pasó por encima un huracán verde en las calles, en los medios, en las polémicas de todo ámbito, que salga como salga la votación en el Senado o en el cierre legislativo del tema no le reportará beneficio alguno.
Ahora lanzó el símbolo repugnante de que la milicia reprima, impracticable desde todo punto de vista, y se le estampó otra inevitable reacción de las minorías intensas que sumó al peronismo “racional” y hasta a radicales que conservan un poco de vergüenza.
Con la economía pasa algo análogo. Al Gobierno vuelve a fallarle la prueba de amor que esperaba de “los mercados” (o sea: sus amigos que no comen vidrio acerca de la sustentabilidad contable y social del equipazo macrista) y pretende seguir comprando tiempo con fotos de apoyo externo, embarques de unas reses y frascos de dulce de leche a Japón, pretensiones de liderazgo entre rusos y chinos.
Roberto Feletti, ex viceministro de Economía nacional y actual responsable del área en La Matanza, traza un cuadro tan sombrío como técnicamente preciso en su última nota para El Destape Web. La magnitud de la tragedia social que provocará el ajuste recuerda la hiperinflación de 1989 y al crack de la Convertibilidad en 2001, “porque una vez más, aferrado a su ideología y protegiendo sus intereses de clase, el Presidente Macri colocará al país de cara a un ‘nuevo’ experimento traumático y doloroso” que, como si poco fuera, carece de sentido para resolver la crisis autogenerada.
Feletti memora las dos oportunidades del pasado reciente en que se intentó corregir un desequilibrio externo sin regular al comercio exterior, ni al giro de dividendos ni al manejo de la política cambiaria.
“Una fue en 1995 durante la crisis mexicana denominada ‘efecto tequila’, en la cual, para preservar la paridad un dólar igual un peso del régimen de Convertibilidad, se contrajo un tercio la base monetaria y se redujo nominalmente el gasto público. Las consecuencias fueron siete trimestres de recesión y una tasa de desempleo ubicada en el 18,6 por ciento. El Gobierno sufrió una dura derrota en las elecciones legislativas de 1997, sellando su suerte en las presidenciales de 1999”.
El segundo intento fue ejecutado por el gobierno de De la Rúa, que “rebajó salarios públicos, jubilaciones y presupuesto universitario en procura de alcanzar lo que en ese momento se llamó ‘grado de inversión’, que haría fluir capitales a la Argentina para así poder sostener un sector externo desmadrado. Sin ayuda del exterior, el ajuste no resolvió el problema y el gobierno cayó en medio de un enorme descontento popular”.
Con una tasa de interés estratosférica que quiebra el capital de trabajo de las pymes y un dólar flotando en torno de los 28 pesos, el tándem Dujovne-Caputo se entusiasma por imaginar cerca un tipo de cambio estabilizado. Pero ¿olvida? que el drenaje de reservas va más rápido que el cierre externo. Sólo en la semana pasada, el Banco Central perdió 1257 millones de dólares y sigue subastando a un ritmo de 100 millones diarios para sostener la cotización.
Feletti sintetiza que la única épica es “alcanzar la estabilidad cambiaria sobre la paz de los cementerios”.
En rigor, el mérito principal de la nota citada no es otro que refrescar data de hace muy poco. Y refregarle sus resultados al método del ¿delirio? macrista dentro de su propia lógica, para lo que se llama economía “macro”. Es decir, que bastará con alcanzar el equilibrio fiscal mientras la cuenta corriente, deficitaria en unos 5 mil millones de dólares a mayo de este año, se sostiene con entrada de capitales golondrina que llegan y se van cuando les viene en gana. O con el auxilio del FMI que, para coronar, usan a fin de garantizar el mismo escenario de negociados.
Que este drama sea producto de impericia técnica a nivel de burrada insondable, o de que la coalición gobernante fue armada justamente para arruinar el país en beneficio de la gran famiglia corporativa, es una discusión superflua para el presente y futuro de la gran mayoría de los argentinos.
No hay un solo dato económico, incluyendo los de organismos públicos y consultoras de simpatías gubernamentales, capaz de desmentir que Macri está pulverizando el país reconstruido a duras penas tras la aplicación de las mismas recetas que intensifica.
La industria se desploma, la pérdida de puestos de trabajo vuelve a ser un espectáculo trágico, los pequeños productores agropecuarios visibilizan el suyo a las puertas de esa Rural que sigue de fiesta. Para peor, el número de “referentes” que se lamentan de haber votado esta cosa repetida crece todos los días y las propinas de la clase media, vuelta a ajustarse como nunca imaginó (y lo que le falta...), no alcanzan a sostener las changas que la doctora Carrió piensa coyuntural o estructuralmente como la salvación nacional.
Como confiesan en off unos cuantos funcionarios que se dicen desorientados por el devenir mundial de guerras comerciales y proteccionismo estadounidense, hoy la apuesta es a la próxima cosecha de granos. Carlos Heller advirtió en estas horas que, aun cuando esa estratagema saliera bien, nunca derramará sobre el conjunto mayor. Pero empalmaría con la alucinación de que algo mejoró, después del proceso recesivo ya llegado hasta fin de año por lo menos, y, quién le dice, resultaría que “la gente” vuelve a confiar.
Es lo que escribió el fiscal Félix Crous en su brevemente enorme contratapa de PáginaI12, el viernes. “La Revolución Libertadora vino para que el hijo del barrendero muera barrendero; creyeron que tenían derecho a comprarse un plasma; para qué poner tantas universidades en el conurbano, si sabemos que los pobres no llegan a la universidad, son apenas tres expresiones del desprecio de la derecha por todo lo que huela a bajo pueblo (...) La plebe y sus representantes pagarán las deudas y levantarán el muerto de la fiesta que los ilustrados salvadores se dieron con sus amigos, socios y cómplices (...) Muchos de los que ayer nomás se limpiaron el barro (...) gritarán nuevamente el salmo ‘Basta de despilfarro, se acabó la leche de la clemencia’. Y los brujos volverán a alumbrarnos el camino (...) Porque el problema no es la crueldad de los privilegiados, sino el pudor de los pueblos”.
¿Será posible que en la próxima elección presidencial se reitere esa “letanía circular”? ¿Esta pesadilla? Nadie lo sabe. Y nadie es nadie.
Pero nadie, tampoco, podría asegurar que no es probable. Solamente no lo sería si la bronca, el descontento y la resistencia hallan articulación política. Decirlo ya es también una letanía, con la salvedad de que no parece haber una mejor para expresar el dilema. Lo demás es comentarismo, o ficción.
De hecho, Macri y su pandilla vienen sosteniéndose con eso. Con ficciones.
La confianza del mundo, la lluvia inversora, los que se robaron todo, los mapuches terroristas, los choriplaneros, los piqueteros violentos, la inmigración latinoamericana que nos roba el trabajo y el invento más reciente: militares reciclados para mandar a las fronteras y despachar los gendarmes para reprimir en las periferias de los conurbanos.
Hay una parte de la sociedad que de ninguna manera es ingenua: cree de veras en la represión como salida perentoria y en acabar de una vez por todas con el gasto público destinado a vagos y grasa militante, como luz paradisíaca. Cree en su odio de clase.
La novedad no es que esa gente exista. Es que Macri ya le habla solamente a ella.