Hace cuatro años Agustina Gamboa Arias viajó a Salta para buscar a su papá, un cura salteño que se negó a reconocerla. Según relata, lo encontró en una iglesia justo antes de dar misa. Discutieron afuera de la parroquia y esa fue la última vez que lo vio. Con 15 años, Agustina sintió que necesitaba ese descargo personal como una forma de encarar al fin todos esos años de abandono. Pero la necesidad de expresarse volvió ahora, a sus 18, cuando en medio del debate por el aborto legal lo escuchó defender su postura apelando al acompañamiento de las mujeres y de “los chicos que están vivos” para evitar los abortos. La doble moral del cura hizo que esta vez el descargo de Agustina se volviera público, viral. “No me callo más”, denunció la joven.
“La realidad contradice sus palabras, pues sistemáticamente descuidó y desatendió de mí, su hija Agustina María Gamboa Arias, nacida en mayo del 2000”, escribió Agustina en una carta que publicó en Facebook y que en pocas horas fue compartida y comentada por miles de personas.
Para Agustina, cargar con el abandono de su padre siempre fue difícil. Sabía que contar su drama y hacerlo público significaría un alivio. No se imaginaba que el momento llegaría ahora, en medio de la lucha por la interrupción voluntaria del embarazo que generó un debate histórico en la sociedad y en el que está muy involucrada.
“Tuve la necesidad de contar y decirlo como para no ser cómplice. Con mi mamá nos pareció el momento justo, este momento tan importante en la lucha por el aborto”, contó Agustina a PáginaI12. También dijo que le sorprendió lo rápido que se viralizó su historia pero que la cantidad de comentarios positivos y de apoyo que recibió a través de las redes sociales la reconfortó. Sabe que el cura Carlos Gamboa también leyó la carta, pero no obtuvo ninguna respuesta. Ni de él ni de nadie de la iglesia de Salta.
“Carlos se enteró del embarazo desde un primer momento cuando le contó mi mamá y siempre se opuso porque él ya era cura. Llevó dos años lograr que me diera el apellido y fue todo por orden judicial”, contó a este diario la joven, que creció y pasó prácticamente toda su vida en la Ciudad de Buenos Aires y el año pasado terminó el secundario en una escuela de Villa del Parque.
Para Agustina, el descargo personal ya lo había tenido aquella vez que viajó a Salta, en ese encuentro que recuerda como “caótico”. “Fue después de una depresión muy grande que tuve, mi mamá me agarró y me propuso ir buscarlo así podía decirle todo lo que tenía adentro. Fue hace tres o cuatro años. Él se escapaba, lo tuvimos que buscar por todas las iglesias. Cuando lo encontramos discutimos pero le pude decir todo”, contó la joven de ese último contacto.
Esta vez fue diferente: publicar su historia era una forma de no sentirse cómplice. “Llevo el apellido de mi progenitor, pero originalmente fui anotada en el Registro Civil como Agustina Arias ya que se negaba a reconocerme legalmente negándome también el derecho de todo niño o niña a su identidad. El 16 de agosto del 2002, mediante requerimiento de un abogado pude ser reconocida como consta en la acotación al margen de mi acta de nacimiento. Si bien estoy viva, si fuera por él estaría en completo abandono”, siguió el descargo de la joven.
Agustina contó que siempre supo cuál era su identidad, el “quién soy y de dónde vengo”, pero su historia quedaba “inconclusa” por la ausencia del padre. Cuando Agustina escuchó a Gamboa hablar públicamente de “acompañar a la mujer que está en la disyuntiva de continuar o interrumpir un embarazo” y de “apoyar a los chicos que están vivos”, se preguntó por qué ella había sido abandonada de esa manera. “Siendo yo su hija la que pasó por muchas situaciones de abandono porque Carlos Gamboa nunca se preocupó por conocerme”, escribió Agustina en Facebook.
En su carta, recordó parte de su infancia. “Nos veíamos en estaciones de servicio alejadas de toda persona que lo pudiera reconocer. En los encuentros me repetía el discurso de que me amaba, pero no podía ser mi padre, en ese entonces, para una nena de 6 o 7 años era un relato muy confuso ya que yo no contaba con las herramientas emocionales para entender lo que me decía de manera tan contradictoria. Era una niña que creía que mi padre me amaba, esperaba sus llamados para fechas importantes como cumpleaños o las fiestas o algún gesto de interés que nunca llegó”, contó. Agustina intentó reconstruir los vínculos con su familia paterna, pero según contó, de allí también fue expulsada y maltratada, con excepción de unos tíos que la recibieron con alegría.
“Por eso, cuando mi progenitor habla de ‘respetar las dos vidas’ debo decir que no respetó la vida de su hija por defender su imagen y sus privilegios económicos. La Iglesia encubrió y ayudó a ocultarme, nadie debía enterarse de mi existencia”, agregó la joven en su descargo.