No entra: atropella y las puertas se le abren, y entra con paso decidido, y entra con todo el cuerpo pesándole en la dirección elegida y no es que haya terminado de entrar con sus gestos firmes pero respetuosos: su mano izquierda en un gesto resuelto y preciso, toma, por el borde superior la lata verde y la deposita, con una suavidad exacta y calculada, en el mero ángulo de la canasta del carrito.

Un poco atrás va ella que todavía se pierde en el recorrido de las góndolas y no decide por dónde empezar mientras intenta recordar de memoria la lista que anotó en casa porque no quiere hurgar en la cartera hasta encontrarla. Ella no atropella, pero se distrae tanto que se la llevan puesta. Tarda un poco más, es cierto. Le cuesta resolver, no lo niega. Sin embargo, siempre llega a tiempo, a donde sea que esté él con el carrito, para arrasar con esa imperturbable precisión. Entonces, levanta la lata del fondo del carrito y la observa como si estuviera por comprar una alhaja de la que debe determinar si es auténtica o burda copia. La aprieta para ver si tiene aire (nunca se acuerda si se abolla cuando tiene aire o cuando le falta, ni sabe si tiene que tener aire o no, pero su abuela las apretaba así que, si le dan la oportunidad, ella abolla todas las latas del super), la compara con los otros tipos de latas verdes de la góndola, la aleja para ver si lee las letritas tan pequeñas (piensa que cada vez ponen caracteres más chicos, aunque enseguida reconoce que es ella la que va perdiendo capacidad visual segundo a segundo) y le consulta con esa ternura que a él, la verdad, le rompe bastante las pelotas, si se fijó en la fecha de vencimiento.

Aun cuando en la diversidad de tareas que se ejecutan en el planeta se pueda encontrar algo de cada una en cualquiera de las demás, cada quien, piensa él, debe afrontar la suya con responsabilidad. Esta idea lo ha puesto a salvo, hasta hoy, de asumir él mismo el cometido de no comprar alimentos en mal estado, y lo ha liberado de poner los cinco sentidos en un ejercicio profano que en manos de profesionales resulta inapelable como cualquier otra certeza industrial. Sin embargo, como si el mundo hubiera empezado en los tres últimos minutos, sin gafas, entorna los párpados e intenta leer el rótulo en la base dorada de la lata que más parece una inscripción venida desde un mundo muy lejano, perdido mucho antes de la llegada de los conquistadores europeos, una civilización bromatológica que hubiera determinado, ya desde antes del origen de los tiempos que, siendo este un otoño ingrávido y húmedo, la lata cursará todo el otoño y parte del crudo invierno en buen estado de conservación si se estibara según las reglas del arte, y esto le dice a su compañera: “Sí, querida”.

Hay pocas cosas que le molestan más en la vida que lo que acaba de decirle el tipo. Y el tipo le acaba de decir sí, querida. Lo que más le molesta es hacer las compras, pero que casi le susurre sí, querida le despierta todo tipo de demonios. Y él lo sabe. Por eso le dice tan bajito y seguro: sí, querida. Porque la quiere más que nunca cuando se le despiertan los demonios. Pero como ella conoce el mecanismo, se controla. No la va a correr de su equilibrio astral así de fácil. De modo que sin pronunciar palabra y casi conteniendo la respiración, le saca la lata verde de la mano y, burlando ese movimiento ridículo que él tiene para acomodar las compras en el chango, la sujeta con el pulgar y el índice desde arriba y, con suma delicadeza, vuelve a ubicarla en el fondo del carro.

“No sabía que veías tan bien sin lentes”, le comenta mientras examina un tarro de alcauciles en aceite. Y agrega que lo envidia porque lo que es ella, si todavía le interesa algo lo que le pasa, ya no puede ver ciertas cosas. Ni qué decir cuándo tiene que enhebrar una aguja. Él la ignora porque está concentrado en la selección de condimentos raros que siempre compra y nunca usa. Apoya tres frascos de porquerías gourmet en el chango, respira hondo, con forma de suspiro, y le asegura que los condimentos nunca vencen. Pero como ella no cocina y sabe que él no utilizará esas especias está tranquila. Y como está tranquila, le responde: “Claro, mi vida” y se siente liberada del “sí, querida” que le atravesaba la pleura parietal. Lo mira íntegra, así, como si acabara de descubrir que también puede clavar un par de términos mágicos en el punto exacto donde él atesora la paciencia que les permite repetir la misma coreografía cada fin de semana. Él resopla otra vez, pero como ella ya no está pendiente, ni se da cuenta.

“¿Eso es todo? -le consulta- ¿Para una lata verde y tres frasquitos me hiciste venir?”. Y así, cansada hasta de sí misma, camina hacia el sector del papel higiénico. Sabe que en eso tiene que intervenir porque si lo deja a él (que no entiende que hay que fijarse si es doble hoja y cuántos metros trae cada rollo para calcular el precio) pueden pasar toda la vida usando los rollos de cocina en el baño.

“Vos -le dice intempestivamente él- no me escuchás. Te dije antes de salir, que no hacía ninguna falta que me acompañaras, con revisar la lista, desearme suerte y volver a tus cosas personales hubiera estado bien, pero es así, vos –repite- vos a mí no me escuchás”.

Eso dice y en su entonación no se sabe si se destaca el silencio al fin de la frase o el acento de la palabra "escuchás", pero su mirada, prístina y clara como la de los marinos del mar de Wedell, no se aparta ni un breve instante de la chispeante mirada de ella.

“Otra vez con el temita de que no lo escucho”, piensa ella. “Y todavía falta pagar”, sigue pensando. “Y él siempre se pone en la cola más lenta”, continúa. No sabe qué pasa, pero elija la caja que elija, tardan más que en ninguna otra. Así que, además de pensar, decide que no consentirá que él lleve el carro a las cajas esta vez. Aunque no es por eso que lo abraza fuerte y le dice que hace frío, que quiere irse ya de ahí y que, seguro, después le van a dar ganas de chocolate. Dos besos, no necesita más, para lograr que él vaya a elegirle los chocolates, apropiarse del changuito y ponerse en la fila que más rápido les permita volver a casa.

 

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