Cuba, 25 de noviembre de 2016. Drama y recuerdos. Ahí estuve, en la Universidad de la Habana, junto a colegas de nuestra América - con quienes participábamos en la XVII Conferencia Continental de la Asociación Americana de Juristas- cuando nos atravesó, en medio de lágrimas, silencios y rostros conmovidos, la noticia de que Fidel Castro Ruz (Alejandro) había emprendido nuevos caminos.

En esa circunstancia, reviví aquella escena de enero de 1959, mientras escuchaba la palabra de Fidel transmitida por Radio Colonia de Uruguay, sentado al lado de mi abuelo que me decía: esos muchachos echaron a Batista, un dictador que gobernaba Cuba con el apoyo de la mafia norteamericana. Enlazadas con esta vivencia me revisitaron imágenes que recorrían las tendencias de la militancia política revolucionaria y, en ese acontecer, pude rememorar los esfuerzos político-intelectuales de militantes como el “Bebe” Cooke o Rodolfo Ortega Peña en su empeño por articular peronismo con socialismo; la formación en la primavera de 1959, del grupo guerrillero tucumano “Uturuncos”; y la lucha de los compañeros y compañeras detenidos-desaparecidos. Luego, caminando por una calle habanera, evoqué aquel acto de un frio 5 de marzo de 1960, cuando Fidel rindió homenaje a las víctimas del atentado producido el día anterior, en momentos en que obreros portuarios descargaban armamento de defensa del barco francés La Coubre. En ese funeral, desde una improvisada tarima que albergaba al filósofo Jean Paul Sartre, la escritora Simone de Beauvoir y al Che Guevara (de quien Korda pudo captar su imagen más emblemática) Fidel Castro, a partir de una perspectiva de pensar situado –humanista, totalizador y libertario– sostuvo la importancia de resguardar los derechos del pueblo cubano ante la explotación y colonización a que pretendían someterlo, al tiempo que enarbolaba, por primera vez, la consigna “Venceremos”.

Estampas de dignidad. Después que Fidel se fuera a “viajar por ahí” se sucedieron las manifestaciones de afecto, con epicentro en los actos de masas de las plazas de la Revolución y Antonio Maceo que se replicaron en todo el país; desde Pinar del Río, a través de provincias como Santa Clara, Camagüey y Granma, hasta Santiago de Cuba. Así, en las calles, plazoletas, lugares de trabajo, centros de estudio y a través de los diálogos se percibían las voces entrecortadas por la emoción, el llanto acongojado y el silencio. Silencio este que se hizo oír cargado de respeto y nos remitió a aquellos párrafos de la carta de Martí a Manuel Mercado cuando le confiaba: “en silencio he tenido que ser”, para agregar: “Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad.”

Entonces devinieron esos sentidos intercambios de miradas, voces y gestos. Recuerdo, entre tantos otros: el de la trabajadora de Santa Clara que contestó nuestra pregunta con lágrimas en sus ojos, los cuales salvo por su sentido de trato respetuoso al prójimo, no se apartaban de la pantalla del televisor que transmitía el recorrido del Comandante Castro Ruz; el de la empleada de Caibarién que se ocupó de averiguar respecto de los lugares en que se realizaría el acto en esa ciudad y nos obsequió una fotocopia del Juramento de fidelidad; el del guía que cuando le dimos para leer un informe –que había hecho circular un docente argentino– con datos sobre la salud y educación cubanos, al llegar al tramo del texto que consignaba: “Hay en el mundo 860 millones de analfabetos funcionales, ninguno de ellos es cubano; 17.000 niños mueren por día de hambre en el mundo, ninguno de ellos es cubano” se le transfiguró el rostro, se quebró su voz y no pudo continuar con la lectura y el de la joven abogada, de Pinar del Río, quien nos transmitió que su generación tenía conciencia de su responsabilidad para preservar los logros alcanzados e impedir el retorno de quienes quieren volver para echar al pueblo a sufrir.

En esa secuencia de hechos y sentimientos, el sábado 3 de diciembre pudimos participar de una vigilia frente a la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana, que me hizo repasar el encuentro del 26 de mayo de 2003 con Fidel –quien había asistido a la asunción de Néstor Kirchner como Presidente argentino– hablando en una convocatoria masiva desde la escalinata de nuestra Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Nos reencontramos así, en los preservados edificios y calles internas de la Universidad cubana –donde Fidel supo reconocer haberse hecho revolucionario– con nutridos grupos de estudiantes, profesores y autoridades que rendían un respetuoso y digno agradecimiento al líder y ratificaban su adhesión al Juramento del 1 de mayo del año 2000 en la convicción de que “no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas”.

* Profesor consulto, UBA. Presidente de la Asociación de Abogados de Buenos Aires, 2011/2013. 

Universidad de La Habana. Vigilia de estudiantes del 3 de diciembre de 2016.