Humor a la carta es una intención sin bemoles. Es como disponer de mil opciones para alimentar risas, y tener un chef que satisfaga todas. Que haga de payaso, de albañil, de hijo de padre futbolista, de secretaria, de boy scout… de lo que venga. “Hay de lo que quieras y esa es la gracia, porque los chistes no son más que anécdotas elaboradas, salen de la realidad y como pasa de todo, todo el tiempo, en todos los lugares y en cualquier situación, el repertorio es inagotable. La verdad es que prefiero contar esto, exagerar sobre la realidad, y no hacer reflexiones personales”, vende este sibarita del humor –y la música– llamado Ernesto Acher, en una especie de introducción al formato de unipersonal (o stand up “muy” personal) que ofrecerá este sábado y el próximo a las 21 en Bebop Club (Moreno 364). “La idea de ‘a la carta’ va en paralelo con la de menú. “Cuento historias, chistes y anécdotas a pedido del público. Es decir, tomo el pedido que quieran y, tras una breve introducción, actúo en consecuencia”, insiste el creador de la Banda Elástica, en la previa de uno de las posibles opciones para enfrentar este crudo y duro verano porteño.
–¿Y usted es así, o es como ese payaso que ríe por fuera y llora por dentro?
–No… yo soy así. No soy como el payaso de Broch, al que le recomiendan ir a verse a él mismo, para curarse.
–Hay una pieza maravillosa de Juan de Dios Peza que canta Canario Luna (“Reír llorando”) que precisamente habla de eso, de un payaso llamado Garrick, que sufre spleen...
–Si. Por suerte, yo no voy por ahí (risas).
Acher, que además de crear la jazzera Banda Elástica, armó agrupaciones y proyectos como “Gershwin, el hombre que amamos”, “Los animales de la música”, “Homenaje a Astor Piazzolla”, “La orquesta va al colegio” o “Juegos sinfoniquísimos”, entre otros, acaba de llegar de un largo exilio elegido (dieciseis años) en Chile. Se fue en medio del caos de principios del 2002, con el fin de hacer sus cosas. Allí, además de concretar varios espectáculos, fue director de orquesta en Talca, y enseñó literatura e historia del arte durante seis años en la Universidad Diego Portales, entre otros quehaceres. “Pero extrañaba mucho, y era tiempo de volver”, admite Acher, que se fue con 62 años, y volvió con 77. “Cumplí con un ciclo, digamos, y regresé porque me faltaba la cotidianeidad de vivir en Buenos Aires, y disfrutar de su movida cultural”, señala este ingenioso cruzado del humor, la actuación, el jazz y el tango. “Recuerdo hermosos momentos con ‘Los animales de la música’, por ejemplo. Incluso con Jorge (De la Vega) estamos intentando un nuevo proyecto para chicos que, probablemente, se dé bajo el mismo nombre. Yo creo que es un clásico que no se debería perder”.
–¿No fue más “popular” La Banda Elástica?
–No sé. Puede ser por lo placentero, pero “Gershwin….” también lo fue, y lo de Piazzolla, en fin, cada proyecto tiene su rinconcito, y no hago un ranking con esto.
Al hablar de un eje en común que identifique sus variopintos proyectos, Acher habla de conjugar buena calidad musical y goce. “Y, como regla general, nada de solemnidad. Traté de huir de ella en todo momento, porque me parece una cosa terrible”, señala el hombre, que también lleva en la mochila creaciones como el Sexteto para cuerdas, estrenado en el Festival de Música Contemporánea de Santiago de Chile; el poema sinfónico Molloy, estrenado por Pedro Calderón y la Orquesta Filarmónica del Colón; la suite sinfónica Rincones, basada en toques folklóricos, y un largo período junto a Les Luthiers. “Fue una experiencia fantástica”, evoca Acher sobre el grupo que integró entre 1971 y 1986. “Algo muy creativo, de mucha diversión y aprendizaje, pero que ya cumplió su ciclo”.
–¿Y qué pasó con la arquitectura?
–Me dio de comer seis años (risas). Incluso una vez que la dejé, me salía el arquitecto de adentro para arreglar casas donde viví, pero nunca más me llamó la atención el ejercicio de la profesión. Me fui para la música, el teatro, el escenario. Igual, alguna relación existe, porque creo que fue Schopenhauer el que dijo que la arquitectura era música congelada.
–¿Cómo se lleva con la escena de jazz argentino de hoy?
–Buenos Aires es un semillero de todos los rubros, no solo del jazz. A mí me llama la atención lo que pasa con el tango y los jóvenes, por ejemplo. Hay pibes dedicados al género, algo que cuando yo era joven no existía, y es un placer verlos y escucharlos, porque el tango parecía una cosa del pasado, que estaba en manos de los viejos. ¡Que viejos!.... los pibes la rompen, y eso es un recupero muy importante para nuestra cultura. Es la bandera de Astor que sigue flameando.
–¿Siguen siendo Piazzolla y Gerhswin dos ejes centrales por los que transita el Acher músico?
–Astor más que nadie. El es un irrepetible, y lo que hizo va a durar toda la vida. Lo extraño mucho.