El 8 de agosto va a votarse en el Senado la media sanción de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, que cuando pasó por la cámara de diputados tuvo a más de un millón de mujeres con sus pañuelos verdes haciendo el aguante en la calle en diferentes momentos del día y de la noche. Fue un hecho histórico que en pocos días puede convertirse en una realidad que mejore la calidad de vida y la salud de miles de personas gestantes luego de muchas marchas, muchas discusiones, muchas denuncias. Muchas luchas. ¿Puede fecharse el inicio de este logro del movimiento feminista? ¿O hay que inscribirlo en un proceso de largo aliento?
“Una lucha presente que no tenga ninguna revisión de su pasado se debilita. Hay elementos que, aunque con variaciones, se repiten”, asegura al respecto Laura Fernández Cordero, autora de Amor y anarquismo (Siglo XXI), donde analiza el lugar de la voz de las mujeres en los debates que dio la prensa anarquista entre finales del siglo XIX y principios del XX sobre el amor libre, la familia, la prostitución y el aborto, entre otros.
Una de esas repeticiones se da en la fuerza y las resistencias que conlleva la toma de la palabra, ya que muchas veces la crítica no tiene que ver con el contenido sino con la toma de la palabra. “Las mujeres no venían a decir algo que el ideario anarquista no sostuviera ya, o que hoy la política liberal no cobijara en su seno: igualdad legal, derechos políticos, reconocimiento de la mujer como una par, etcétera. El problema surge cuando las mujeres hablan por sí mismas”, dice Fernández Cordero. “Sin una transformación de los géneros no hay revolución”, sostiene.
Esa mutación implica también a los varones. “Como los anarquistas: que el ideal político se aplique y refleje en la vida cotidiana”, aspira la investigadora del CeDInCI, y señala que la principal dificultad es que los varones deben renunciar a sus privilegios, aunque eso poco a poco está cambiando con los pibes de hoy. “Hay una cosa de poner el verde o el violeta en los afiches pero hay que ver si después van a poder cortar los pactos entre varones, y cómo se comportan entre sí cuando no hay mujeres. ¡Conozco un sindicato que hacía sus reuniones en un cabaret!”
Los feminismos hoy tienen nuevos desafíos: no involucran solo a las mujeres sino que incorporaron a diversos colectivos sociales a sus luchas. “Mi utopía de la revolución feminista es que estalle el corset binario heterosexual del género”, se entusiasma la autora. “Que la plasticidad que tiene lo humano encuentre relaciones mucho más abiertas de identidad”, reclama, y recuerda que “¡somos una sociedad atravesada por la sexualidad, que es un elemento determinante de subjetividades, y recién en el siglo XX aparece un sujeto político cuyo principal vector es la sexualidad!”
El horizonte para estas luchas es el de transformar la sociedad. Sin reuniones en cabarets, con igualdad legal y real, sin definiciones binarias estereotipadas ni discriminaciones sexogenéricas, con libertad para poder decidir sobre el propio cuerpo. “Lo interesante es que hoy hay aunque sea una feminista por todos lados. Hay una efervescencia feminista en un momento donde la efervescencia de clase está en baja”, compara. “Esto va a llevar tiempo porque es una revolución cultural, va a presentar desafíos enormes, porque transformarse de un movimiento marginal a ponerse en el centro del debate político por supuesto que va a traer enojos, discusiones, traiciones, pero esta transformación es un proceso. Aunque a veces no sepamos bien para dónde va”, concluye.