“Los ciclos se justifican por lo que generan en ellos los participantes y no al revés”, reflexiona Eduardo Stupía al profundizar en torno a Cine de artistas, el ciclo de cine que se proyecta en el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires (Macba, Av. San Juan 328, 2º piso) y del cual el dibujante y artista plástico es curador. Esta segunda edición de Cine de artistas tuvo su primera exhibición en mayo. De mañana al domingo 5 de agosto tendrá la segunda y habrá nuevas oportunidades para acercarse al material en agosto, octubre y diciembre de este año. Organizado por DocBuenosAires, el programa alienta los cruces entre el universo de las artes plásticas y el cine. Y si ya en la primera experiencia se intuía que las fronteras entre un lenguaje y otro empezaban a borronearse, terminando la segunda década del siglo XXI la tendencia se vuelve más notoria. Stupía, por caso, es de quienes prefieren hablar de “artistas visuales”, antes de que “plásticos”. Esa distinción ya marca un camino para el ciclo que lo tiene como curador.
–¿Cuál era el concepto del ciclo?
–La consigna era que hay artistas que se comportan como cineastas y cineastas que ensayan formatos de artes visuales. Esto es relativo en el sentido de que hoy todo está bastante mixturado y amalgamado. Es difícil hablar estrictamente de artista visual o de cineasta de manera canónica. El ciclo pretende revelar eso, más allá de nomenclaturas. Da la impresión que cuando pensamos el primer ciclo hace cuatro o cinco años, en el cuerpo del DocBuenosAires, esta definición tenía una cierta razón de ser. Ahora ya parece más bien tautológica. Pero no importa: llámese como se llame, queremos una heterogeneidad lingüística y semántica en este campo.
–¿Quiénes participan, entonces?
–En la convocatoria de este año se presentaron tanto cineastas puros y duros como artistas visuales o experimentadores sin categorización. Cuando vimos cómo se comportaba la convocatoria, esa heterogeneidad, esa diversidad, justificó por sí misma el encuadre del ciclo. Los ciclos se justifican por lo que generan en ellos los participantes y no al revés. Este año más que nunca el ciclo está definido por el carácter heterogéneo de sus participantes. Ahí tenés un espacio compartido por documentales testimoniales y políticos con experimentos ópticos, las manipulaciones con el tiempo y el relato, la excentricidad y el rigor investigativo, la improvisación y la razón narrativa. Hay mucha tela para cortar. Nos sorprendió a nosotros mismos también la respuesta que tuvimos. Dejamos afuera más del doble de lo que programamos. Así que hay campo abierto para nuevas convocatorias y seguir trabajando. Es un ciclo autónomo pero muy cobijado por el DocBuenosAires en sentido conceptual y territorial.
–¿Cómo funcionó el ciclo en mayo?
–Bien. Tuvo una respuesta de público bastante buena y tenemos un lugar de capacidad reducida, pero muy bueno. Tuvimos lleno completo las cuatro veces.
–¿Qué se puede ver en estas fechas de agosto?
–Está La película infinita, de Leandro Listorti, que ya se vio muchas veces y todavía genera mucho interés. Por eso había que aprovechar la disponibilidad. Y está junto con experimentos visuales como China (Sebastián Tedesco) o Evocación y materia (Julieta Anaut). La diversidad de colores y sonoridades así se daba sola. A mí como espectador me parece un ciclo apasionante, porque además apareció gente inesperada de todo el mundo. Ponele que Francia no es tan improbable, pero Turquía sí. Llegó mucho de Latinoamérica. La respuesta de afuera fue muy sorprendente. Y eso también da una diversidad de rasgos, etnias y escenarios interesante. Al mismo tiempo, es interesante para quienes quieran investigar las grandes líneas de la contemporaneidad visual. Se ven líneas, corrientes, tendencias, que servirían para hacer hipótesis sobre sociedades diferentes pero con líneas en común. En las películas se detectan modos de ser de sus sociedades. El cine y la visualidad en sus diferentes expesiones siguen siendo un espejo de un modo de ser del mundo real, no sólo de los lenguajes del arte.
–¿Cómo fue la curaduría diaria?
–La conformación de cada jornada ha sido hecha con un grado relativo de contrapuntos y relación entre las películas. Tuvimos cuidado que no excediera los 100 minutos. En todos los casos no había tarea que hacer porque el contrapunto se daba solo al programar con un grado de equilibrio y sensatez cada jornada.
En su mayoría, los films que se proyectan en Cine de artistas son cortometrajes y mediometrajes. Hay mayormente trabajos de Argentina, pero también de Colombia, Perú, Chile, Francia, Turquía, México, Venezuela y Uruguay. Hay desde relatos de ciencia ficción hasta denuncias del drama de los inmigrantes en Europa, retratos locales y experimentos visuales en un conjunto donde la variedad es norma.
–¿Cuál es su vínculo con el cine?
–Yo tengo un vínculo más bien de aficionado o entusiasta. Aunque trabajé en prensa por 25 años y eso da una mirada más prosaica sobre el medio, siempre he sido muy cinéfilo en el sentido más tradicional que contemporáneo. De joven iba muchísimo al cine, ahora no tanto, pero pasé a otros formatos. Siempre tuve una relación de espectador.
–Aquí oficia de curador.
–En el campo de las artes visuales sí realicé el trabajo práctico de la curaduría de muestras, del montaje. Así que cuando Marcelo Céspedes, director del DocBuenosAires, me propuso esto, ensayé una actitud curatorial. Tomando un poco esa experiencia en el campo, que me ayuda en la ponderación de otros materiales.
–¿El cine impactó en su obra como artista?
–No en el sentido del lenguaje. Debe haber impactado en cierta noción del corte, montaje y los tiempos de representación. Solo la representación de signos gráficos. Pero pudo haber influido indirectamente en una manera analógica en el corte, continuidad y contigüidad. No me animaría a hacer una especie de vuelta bizantina o un barroquismo para encontrarle una vuelta más.