No somos débiles. Pese al reflujo de la ola que a inicios de siglo deparó 15 años de gobiernos progresistas, es falso que terminó un supuesto ciclo. Los pueblos no son máquinas. Antes bien, una nueva marejada está por empezar, si los liderazgos de izquierda son capaces de sacar las debidas lecciones de esa reciente experiencia. El combustible de la pasada ola fueron las inconformidades sociales agravadas por la aplicación de las políticas neoliberales. Pese a que muchas organizaciones de izquierda aún no superaban todas las consecuencias del colapso soviético, amplios sectores sociales votaron contra el sistema imperante –más que a favor de un nuevo proyecto– eligiendo a candidatos críticos.
Como era de prever, la reacción no demoró en organizar su contraofensiva. Pero, aun así, la derecha está más atrasada que nosotros en la producción de nuevas propuestas. Luego de la crisis que emergió en 2008, balbuceó unos tímidos discursos sobre un capitalismo suavizado con regulaciones sociales, pero en poco tiempo volvió a las andadas. Es cierto que desde entonces la derecha reactualizó métodos y estilos. Pero en el afán de lograr un roll back radical, pronto retornó al neoliberalismo duro.
Las actuaciones de Temer y Macri así lo exhiben: las oligarquías y el imperialismo, ansiosos de restaurar su vieja hegemonía política y reemprender el único programa real que pueden ofrecernos, enseguida han vuelto a echar leña a la caldera social. En los años 80 y 90 del siglo pasado demoraron tres lustros en exasperar a la gente; ahora con uno bastó. Es decir, las condiciones objetivas de otra oleada ya están servidas.
Los nuevos gobiernos de la reacción son un fracaso y el contraste está a la vista: la votación obtenida por Petro y la masiva victoria alcanzada por López Obrador así lo advierten. Como también muestran que la contraofensiva de la derecha –pese a la coordinación y sustento de los gobiernos temporales de Obama y Trump– no es tan omnipotente como se decía. Sus éxitos se han dado donde las debilidades de las izquierdas se los permitieron: han ocurrido cuando los acomodamientos, errores, permisividades y pérdida de identidad revolucionaria las hicieron vulnerables.
La derecha siempre ha convivido con las diversas formas de corrupción, pública y privada; sus electores no lo desconocen y apenas reclaman no excederse y guardar las apariencias. Al contrario, para las izquierdas ello es inexcusable, pues están allí para erradicar todos los vicios de esa y demás males. Esto es, el principal sustento de su credibilidad y su autoridad política es dar el ejemplo, más que el mejor discurso.
La indignación cívica nos hace revolucionarios, la consistencia moral nos hace confiables y de ahí viene nuestra fuerza. Como, por lo contario, las concesiones nos desacreditan, incluso cuando repartimos progresos sociales. Porque lo que se discute es el poder –cosa distinta del mero gobierno–, el poder necesario para emprender transformaciones sostenibles y perdurables, con la comprensión y soporte organizado de la gente.
Sin duda, es bien larga y meritoria la lista de los éxitos de la pasada ola progresista, la de los millones de latinoamericanos que ganaron ciudadanía, que lograron comer tres veces al día, obtuvieron trabajo, salud, educación y vivienda, la de las naciones hermanas que recuperaron autodeterminación y desarrollaron solidaridad. Como lamentablemente también es larga de lista de los progresos y la soberanía –popular y nacional– que después hemos dejado revertir.
Pero es flaca la lista de los errores, concesiones y omisiones –y de oportunidades perdidas–, que ya hemos analizado autocríticamente, para vacunar a nuestra cultura política y evitar que tales fallas puedan repetirse. Por supuesto, deben estudiarse las variantes y mañas desplegadas por la contraofensiva de las derechas, y aprender a superarlas. Es preciso evitar que el énfasis puesto en enumerar las artimañas del enemigo encubra la falta de discusión de las deficiencias que nos hicieron vulnerables ante esa contraofensiva.
Así lo exige la urgencia de desarrollar las condiciones “subjetivas” necesarias para asumir el período que ahora comienza.