Hace cuatro años, cuando Lucrecia Martel estaba por comenzar el rodaje de su cuarto largometraje, Zama, el cineasta Manuel Abramovich tuvo una idea sorprendente. Le escribió un mail a la directora salteña explicando que le gustaría filmarla en el rodaje, pero lejos de la idea de hacer un making of del film basado en la novela homónima de Antonio Di Benedetto (un relato de los días de la colonia española en el Gran Chaco, que muestra a un hombre del pasado que vive los mismos conflictos del mundo moderno en el tiempo de una América inmensa y desconocida). Lo que se proponía Abramovich era indagar en el proceso creativo de Martel. “Te pido disculpas si todo esto te parece absurdo”, le señaló el director tratando de convencerla. “Estoy a años luz de poder ser la protagonista de una película”, le respondió la directora de La ciénaga, aunque aceptó. De esa frase surge el título del tercer documental de Abramovich, Años luz, que se estrenará el viernes a las 20.30 en el Malba y que se exhibirá todos los viernes de agosto en ese horario.
“Años luz surgió de un deseo personal de preguntarme cómo hacer una película para poder ser testigo de Lucrecia trabajando”, confiesa Abramovich en diálogo con PáginaI12. “Quise ver a esta directora, que siempre admiré, en el rodaje. Siempre sentí una especie de misterio en sus películas y era un poco el deseo de tratar de entender un poco mejor cómo trabaja, cómo dirige, qué cosas mira, qué cosas escucha. La verdad es que Años luz surge de un deseo medio de fan”, admite el cineasta, cuyos trabajos suelen estar centrados en un personaje. El resultado es un documental de observación, alejado de cualquier convencionalismo que tienen de por sí los making of y que permite descubrir, como si fuera un voyeur que espía por el ojo de una cerradura, a una Martel tan serena como precisa en el set de filmación. El documental de Abramovich no cuenta con entrevistas porque tiene una narración que, si bien no es una ficción, establece un límite difuso entre dos maneras de hacer un film. Abramovich (1987) es también director de fotografía. Su corto documental La Reina recibió más de cincuenta premios internacionales. Su primer largometraje, Solar, se estrenó en la Competencia Argentina del Bafici 2016 y se exhibió en MoMA, Karlovy Vary, Documenta Madrid, entre otros festivales. En 2017 estrenó se segundo largometraje, Soldado, y tuvo la première mundial de Años luz en el Festival de Venecia.
–Justo eligió una artista que cultiva el bajo perfil y que manifestó que no le gusta ser protagonista. ¿En algún momento pensó que el proyecto podía naufragar por las tensiones que se produjeron?
–Desde el principio, me parecía una idea un poco imposible, pero eso es algo que siempre me genera un desafío porque me interesan las ideas difíciles de llevar a cabo. En este caso, era cómo hacer para que este deseo de retratar a Lucrecia en el rodaje de Zama pudiera concretarse. Obviamente, una de las grandes dificultades fue conocerla y generar una confianza. Este tipo de películas se basan en la confianza y en que la otra persona se entregue. También está claro que es mi versión de Lucrecia. Es una construcción. Esa es una idea que me interesa en mis trabajos.
–Se puede apreciar el nivel de detalle con el que trabaja Martel. ¿Qué le impresionó a usted de la manera de manejarse en el rodaje de su retratada?
–Lo que más me impresionó es algo muy simple y, a la vez, muy hermoso: el humor que tiene ella todo el tiempo en el rodaje y que no se pierde en ningún momento. Hasta en la situación más complicada, cuando el rodaje está atrasado y no se sabe si va a llegar, y están todos nerviosos, Lucrecia genera una energía en el equipo con chistes y humor. Es como la figura de la directora que lleva adelante su equipo. Obviamente, admiro el nivel de detalle con el que trabaja, los diálogos, la repetición de los textos, los ensayos con los actores. Quizá dirigir no es lo que uno se imagina de una directora sentada en un monitor gritando “corten” y “acción” sino es estar en cada detalle, en cada diálogo, encuadre, en el vestuario, en los ensayos, en el color. Trabaja cada elemento que pensó.
–¿Es común encontrar en el medio cinematográfico la serenidad con la que Martel indica todo en el set de filmación?
–Me parece que ella tiene un estilo muy personal en su forma de ser y eso también se aplica a cómo dirige. Encuentra una manera increíble de decir lo que está buscando y eso motiva a todo el equipo y todas las personas que la rodean para que cada uno haga su trabajo de la mejor forma posible.
–Y en cuanto a los planos, ¿qué le interesaba?
–Me interesaba centrarme en Lucrecia y que, de alguna forma, Zama como rodaje quedara fuera de campo. Quería ver a Lucrecia dirigiendo una película que quizás en Años luz no se ve, pero un poco se escucha y está como alrededor. Así como en sus películas hay muchísimas cosas en cuadro y otras fuera de cuadro, me interesaba que en Años luz estuviera Lucrecia en cuadro y la película que ella estaba dirigiendo quedara fuera de cuadro, a través del sonido y la dirección de su mirada.
–¿Fue difícil lograr esa narración con tono intimista?
–Años luz fue un trabajo de observación y de paciencia. Significó un gran desafío porque fue la primera vez que filmé solo. Tuve que aprender a hacer sonido de un día para el otro. La condición de ellos, obviamente entendible, era que fuera solo al rodaje. No podía llevar mi equipo para mantener la intimidad del rodaje y molestar lo menos posible. Mi objetivo era volverme casi invisible, que literalmente es lo que intenté hacer: estar como medio escondido. Traté de tener paciencia, elegir una posición donde no molestara y quedarme horas grabando.
–Debe haber sido un trabajo difícil, porque tenía que generar confianza estableciendo distancia.
–Sí, pero ahí la genialidad de Lucrecia fue clave. Por más que ella estaba dirigiendo su película, era consciente de que había alguien que la estaba filmando y, de alguna forma, generó un juego de complicidad conmigo. En un momento, aceptó llevar un micrófono corbatero que fue clave para Años luz, justamente para que yo pudiera escuchar su voz y que no necesitara estar cerca de ella. Lucrecia podía estar a cincuenta metros y gracias a ese micrófono yo podía escuchar sus conversaciones. Ese juego que ella marcó entre la persona que la estaba observando y ella como protagonista hizo que Años luz creciera a otro nivel. Es un retrato de una directora muy importante, pero también habla del hecho de ser observado por otra persona y de la construcción que implica hacer cualquier película, por más que sea documental o ficción.
–¿Martel tuvo injerencia en el trabajo final?
–Fue muy respetuosa, me dijo que le había gustado mucho y sugirió algunas cosas que conversamos, y algunas cosas cambiamos. Es muy valioso dejarse retratar por alguien. En ese sentido, estoy muy agradecido con ella. Fue una prueba de confianza total. Prácticamente no nos conocíamos cuando la contacté y cuando me acerqué al rodaje. Y creo que es muy raro verse en una pantalla de cine.