¿Alguien conoce a Carlos Bosch? No, la pregunta debería ser otra. ¿Por qué no conocíamos a Carlos Bosch? Hay varias respuestas posibles, no necesariamente excluyentes. Porque el fotoperiodismo es un arte anónimo (¿por qué el fotoperiodismo es un arte anónimo?). Porque durante más de veinte años Bosch vivió en el exilio, y cuando volvió ya no practicaba más ese oficio. Porque la fotografía –tal vez porque se la sigue viendo, como hace más de cien años, como “una mera reproducción de la realidad”– tiene poca prensa. Y eso que dos años atrás, ya septuagenario, Bosch ganó el mayor galardón de la especialidad en el campo local, el Gran Premio de Honor en Fotografía del Salón Nacional de Artes Visuales. ¿Alguien que no pertenezca al área de las artes visuales se enteró de eso o pudo ver la foto ganadora? Filmado a lo largo de dos años por los documentalistas Daniel Henríquez, Leonardo Novak y Carmela Silva, Sombras de luz permite conocer a uno de los mayores exponentes del fotoperiodismo argentino (lo cual ya es mucho decir) y reconocido maestro. Figura representativa, a su vez, de todos aquéllos que desde el fin de la Segunda Guerra hicieron del suceso diario un arte y un oficio. Los dioses hogareños de todo periodista.
Para ingresar en Sombras de luz es necesario atravesar primero una zona de cierta vergüencita ajena. Ésa en la que una voz detrás de cámara pregunta, a varios amigos de Bosch, que sería este marplatense nacido en 1945 “si fuera un medio gráfico”, o “una luz”, y así. Pasado ese primer susto, todo anda bien. La película dirigida por Henríquez y escrita por Novak, sobre un riguroso trabajo de investigación y archivo a cargo de Silva, no es, por suerte, un biopic. En lugar de la cronología sigue un orden más secreto, que los realizadores habrán hallado en el montaje, allí donde se “escribe” el “guion” de un documental. Sombras de luz encadena el presente más estricto del momento en que fue rodada, cuando Bosch hilvanaba una serie de autorretratos sobre sus miedos, llamada justamente “Los miedos” (uno de los cuales resultó el ganador del Salón de Artes Visuales 2016), y lo muestra en acción, fotografiándose a sí mismo en esa serie onírica como a algunos amigos, siendo ocasionalmente fotografiado él también.
Bosch dando clase en su taller, Bosch invitado a un congreso en Resistencia, Chaco, Bosch concurriendo a la muestra de Argra, donde llega a verse una foto de quien, por su obsesivo trabajo con el blanco y negro, su perfil social, su dramatismo y su pericia técnica, bien podría considerarse su discípulo: Pablo Piovano, ex fotógrafo de PáginaI12. En el continuum de ese presente –que incluye una notable serie de invenciones, más que reflexiones teóricas– se va engarzando la biografía profesional de Bosch, desde los tiempos de Editorial Abril (Semana Gráfica, Siete Días) hasta esos nueve meses de 1973/74 en que fue editor fotográfico del diario Noticias, con el pintor Oscar Smoje como diagramador. En febrero de 1976, el general Osiris Villegas, amigo de su padre, le dice que más vale se vaya del país. Si es al día siguiente, mejor.
En España fotografía a reliquias del franquismo alzando la mano, concurrentes a la primera Marcha del Orgullo Gay realizada en Europa y aldeanos tan viejos como sus aldeas. En Alemania, a miembros de la más reputada escuela de mercenarios del mundo. En Beirut, una foto “armada” de la que se arrepiente, en la que le puso un kalashnikov en la mano a una mujer anciana. Una de las líneas de su pensamiento es la de la ética profesional. “No siempre hay que mostrar la realidad”, sostiene. A Bosch siempre le atrajo el riesgo, la calle. Lo que su amigo y ex compañero de tareas Mempo Giardinelli llama “periodismo dramático popular”. Un chico en patas en Santiago del Estero, una mujer muerta, con 40 kilos de peso y un pecho al aire, un par de ancianas exóticas en la noche porteña, un auto en llamas frente a la Casa Rosada. El mismo envuelto en una malla de hierro sobre un túmulo funerario: esa es la que ganó el Premio de Honor. “Dejá de hacer autorretratos, volvé al fotoperiodismo”, le había aconsejado Oscar Smoje. Bosch, por suerte, no le hizo caso.