Al cerrar la segunda jornada de la causa que habrá que renombrar como “las fotocopias de los cuadernos”, el diagnóstico del expediente es que se trata de una excursión de pesca para ver si alguno de los empresarios se quiebra y dice “yo le di tanta plata a Roberto Baratta”. No importará qué sea verdad. Los tienen agobiados en un calabozo, como una forma de tortura, para que se quiebren y digan lo que sea: que aportaron fósforos para que Nerón queme Roma o le dieron el fusil a Lee Harvey Oswald para que le dispare a Kennedy.
Al menos por ahora, los cuadernos no están, de manera que no se podrá peritar si fueron escritos hace diez años o hace seis meses. No se sabrá si se redactó todo con una única birome, en muy pocos días, o fue el minucioso trabajo de un infiltrado, sargento del Ejército, destinado allí para combatir, durante 12 años, “el gobierno de zurdos”.
Habrá que convenir que, igual, la cuestión de fondo es si se movieron 160 millones de dólares en bolsos, cajas y reuniones, como dice el chofer arrepentido. El tema es que cuando ayer le exhibieron las evidencias a los imputados se demostró que lo que hay es prácticamente nada. Es el relato de chofer, fotos de los domicilios a los que llevó a Baratta, un registro de entradas y salidas de Olivos y cuatro testimonios: los dos periodistas de La Nación, la ex pareja de Centeno y un amigo del chofer. Cuando Walter Fagyas, ex titular de Enarsa, contestó en su indagatoria que nunca vio bolsos con dinero, que la mochila que siempre portaba tenía papeles, toallas y la ropa para ir a natación; que nunca hubo ninguna reunión en la que se distribuyó dinero –como especula Centeno–, no parece haber en el expediente ni una sola prueba para refutarlo.
El manejo de la evidencia es tan estrafalario que Centeno escribe que bajó una valija que provenía de la empresa Isolux, asociada a los Macri, que suponía que adentro había dinero, que pesaba unos 40 kilos y que por lo tanto eran unos seis millones de pesos. O en otros tramos señala que conversando con un funcionario éste le decía que no quería recaudar más. A primera vista, todo parece indemostrable, a menos que en el expediente aparezcan elementos que no se presentaron hasta ahora.
Si uno mira las desprolijidades referidas a originales y fotocopias, si se evalúan las evidencias exhibidas a los imputados, la pinta es raquítica. Y todo indica que apuestan a la excursión de pesca: enganchar en el anzuelo, a base de quitarle la libertad, a algún empresario que se desespere.
Por lo menos hasta ahora, hay una diferencia sustancial con el caso del Lava Jato. En Brasil aprehendieron a los doleiros, a los cueveros, que “arrepentidos” explicaron la forma en que le giraron tantos cientos de miles de dólares a tal funcionario a tal número de cuenta en Hong Kong y de ahí a tal otra cuenta en Suiza. A Eduardo Cunha, el titular de Diputados, le encontraron cinco millones de dólares en el exterior. Aparecieron transferencias concretas a personas concretas.
Hasta el momento, en la Argentina hay muchísimo menos: un chofer arrepentido, ocho fotocopias de cuadernos y prácticamente nada más. Ni a los Kirchner ni a De Vido ni a Baratta les encontraron sociedades ni cuentas en el exterior ni bóvedas o bolsos. Cuando fueron a la casa de los Baratta, en el country Mapuche, levantaron todo el jardín y todos los pisos y no encontraron nada. Habrá que ver si surge otra evidencia y si enganchan a alguien en el anzuelo.
Queda la duda de cuánto importará la verdad en todo esto. La sensación es que el objetivo es puramente político. Como en Brasil. No importa si el departamento es o no es de Lula: lo que le importa al establish-ment es sacarlo de la cancha.