“La televisión me parecía una cosa horrible y, en esos días, era patética”, escribe Lynch en el capítulo dedicado, entre otras actividades creativas, a la que, para muchos, no es otra cosa que la quintaesencia de su obra, la médula espinal de su filmografía. “Todas esas interrupciones comerciales. La televisión de aire era el teatro del absurdo y esa era la naturaleza de la bestia. Amo Twin Peaks. Amo a los personajes y a ese mundo, el combo de humor y misterio. Vi el piloto como si fuera lo mismo que una película y, en lo que a mí respecta, lo único que realmente es Twin Peaks en las primeras dos temporadas es el piloto. El resto es una cosa teatral y fue hecha de manera televisiva. Pero el piloto realmente captó el tono”. El dilatado regreso a ese universo se transformó en una especie de venganza, posibilitado por una era en la cual las series de tevé pueden permitirse libertades vedadas a comienzos de los años 90. “Al comienzo Twin Peaks fue enorme, pero la cadena ABC nunca amó realmente el show y cuando la gente comenzó a escribirles y a preguntar ‘¿Cuándo vamos a saber quién mató a Laura Palmer?’ comenzaron a forzarnos y entonces la gente dejo de mirar. Les dije que si revelábamos la identidad del asesino sería el final de todo y fue el final de todo”.