David Lynch es famoso por no abundar en explicaciones detalladas sobre sus películas. Mucho menos acerca de su posible “sentido” o “mensaje”. Admite, eso sí, que casi nadie suele preguntarle acerca de El hombre elefante y Una historia sencilla, sus dos largometrajes más tradicionales, clásicos incluso en términos narrativos. “Prefiero que la gente ahonde y saque conclusiones a partir de sus propias impresiones”, admite nuevamente en las páginas de Room to Dream, cuyo título no hace otra cosa que reafirmar ese deseo. Consecuentemente, el libro no parece pensado para aflojar las glándulas salivales de los cinéfilos especialistas en su obra y no es posible hallar allí extensas disquisiciones formales, temáticas o ideológicas. En su lugar, a lo largo de los dieciséis capítulos, se desparraman una gran cantidad de recuerdos relacionados con su colaboración con actores y actrices, directores de fotografía, músicos, sonidistas, montajistas, productores y demás artistas y técnicos que conforman el batallón de seres detrás de la dificultosa creación de un largometraje. Y más de un detalle anecdótico ideal para su inclusión en un tablero de trivia, como el desconcierto generado en su primer encuentro con Isabella Rossellini, futura protagonista de Terciopelo azul y pareja del realizador durante varios años, que el libro confirma como realidad y no leyenda. “Estaba con el ex marido de Raffaella De Laurentiis e íbamos a ir a alguna disco en una limusina. Estaba en el mundo de Dino y volaba en el Concorde todo el tiempo y tenía limusinas para manejarme de aquí para allá. Así que estaba en el restaurante de Dino, y vimos a un par de personas de su oficina sentadas allí y estábamos saliendo cuando nos detuvimos para decir hola. Nos sentamos y miro a esta chica sentada ahí y le digo ‘Podrías ser la hija de Ingrid Bergman’. Y alguien me dijo ‘Estúpido. Ella es la hija de Ingrid Bergman’. Así que eso es lo primero que le dije a Isabella”.