En la entrada a General Villegas –dieciocho mil habitantes, extremo noroeste de la provincia de Buenos Aires– un cartel enorme recibe al visitante con la cara de su ciudadano ilustre: Manuel Puig. Aparece sonriente, en blanco y negro, recortado contra la llanura interminable y el cielo de la pampa. El signo de un pueblo orgulloso, agradecido por haber sido inmortalizado en La traición de Rita Hayworth y Boquitas pintadas, las dos primeras novelas de Manuel Puig publicadas en 1968 y 1969, que recrean a la escondida ciudad de Villegas con el nombre de Coronel Vallejos.
El cartel de bienvenida, sin embargo, es bastante reciente. Y la aceptación de Puig por su ciudad natal también. “Habrá empezado hace unos quince años”, cuenta Carlos Castro, director de Regreso a Coronel Vallejos, el documental que se estrena el 16 de agosto en el Gaumont y en simultáneo en la plataforma cine.ar. “Yo soy villeguense; me fui a estudiar a La Plata en 1994 y recién entonces se empezaba a leer a Puig en la escuela: tendría que haber sido obligatorio toda la vida”. Era un desconocido, sigue Castro. Lo ninguneaban terriblemente. Era un chismoso, decían. Alguien que había ensuciado al pueblo, a sus habitantes, a familias respetables. Regreso a Coronel Vallejos explora la relación entre Manuel Puig y General Villegas, su transformación de traidor a orgullo local y los resentimientos subterráneos que todavía laten bajo los campos de soja y las calles apacibles. Y lo hace con la guía de la mujer que hizo posible la reivindicación de Puig, que trabajó por él desde su silla de ruedas y que hasta vive en su casa de la infancia, la mujer a quien llaman “la viuda” y que podría ser protagonista de una de sus novelas, una heroína trágica e inteligente, más fuerte de lo que sugiere su fragilidad.
Una película del oeste
Patricia Bargeño tenía 18 años en 1980, cuando se fue de General Villegas para estudiar bibliotecología en Buenos Aires. En la capital se enteró de que “ese tipo” (así lo nombra en la película) que, para ella, sólo había escrito “chismes” era candidato al Premio Nobel. Y famoso. Aún así, no lo leyó, no buscó sus libros. Cuando terminó de estudiar, Patricia volvió a Villegas. Iba a casarse y traía de Buenos Aires las participaciones, el vestido de civil y el vestido blanco. A 50 kilómetros de Villegas, el coche que manejaba mordió la banquina. No tenía puesto el cinturón de seguridad. Trató de volver a la ruta y volcó. En el accidente se dañó la médula a la altura de las cervicales. Ahora sus movimientos son muy restringidos, incluso necesita unos dispositivos especiales para tipear en el teclado de la computadora y su silla de ruedas es motorizada. No tiene ningún problema para hablar ni para leer. Y en la larga recuperación, que nunca acabará del todo, por fin leyó a Puig. “Sentí que me hablaba”, dice en la película. “Que recorría esos lugares que yo daba por sentado. Mostraba todo su dolor, su lado oscuro”. Puig fue su compañía y ella se puso como misión ganarle el respeto de Villegas. “Se acostumbraba ir a la biblioteca cuando era chico, a pedir libros, a investigar”, recuerda Castro. “Ella estaba ahí y era muy impresionante, una mujer joven en silla ruedas. En un pueblo llamaba la atención, y se hablaba de lo que le había pasado”.
Como debía llamar la atención Coco, el chico que no salía a andar en bici a la hora de la siesta porque prefería quedarse escuchando música clásica y leyendo. Patricia admite que “lo suyo con Puig” tiene muchas aristas pero hay algunas clarísimas y evidentes: ella es la distinta, la observada, de ella se habla. Su historia trágica y romántica, su personalidad firme y misteriosa, hubiesen fascinado a Puig. A partir de su identificación, Patricia estudió la obra de Puig, reconstruyó su paso por Villegas –sus casas, sus lugares, el cine, los protagonistas de las novelas–, llevó sus libros a la escuelas, se compró la casa con ayuda de un crédito y de su familia: es la gran referente local. “Esta película la hizo rumiar toda su vida y la pone en el lugar que, creo, se merece”, dice Castro. “Ella hizo revivir a Puig en su pueblo y se merece trascender. La literatura le debe mucho a ella”.
Regreso a Coronel Villegas también es la historia de Patricia y de ese accidente que le cambió la vida. Cuando Castro la filma, la cámara está a su altura, y podemos ver esas calles casi sin autos que ella recorre sobre el pavimento, mucho más adecuado para la silla que las irregulares veredas. Patricia charla con los amigos de Coco; abre su casa que fue la de Puig, consigue material inédito, se codea con especialistas. La película, aunque la tiene de guía, sin embargo la excede. “Yo quería que Patricia fuera el centro”, dice Castro, “y que se armase la relación del pueblo con las dos primeras novelas de Puig. En un momento quise hacer un documental sobre él sin restricciones, pero implicaba un esfuerzo de producción enorme y una mirada política diferente. Puig era un revolucionario. Para mi ser revolucionario en los 70 no es escribir El libro de Manuel, es escribir El beso de la mujer araña y poner a un gay con un militante en prisión: a las organizaciones político-militares eso les rompía soberanamente las pelotas y a la Cuba socialista también. En The Buenos Aires Affair le da una cachetada a la dictadura. Siempre estaba metiendo el dedo, también con la cuestión gay, cuando se desmarcaba y decía que quería ser una señora en chancletas. Como era demasiado, decidí aprovechar mi relación personal con Villegas y hablar del efecto que produjeron La traición de Rita Hayworth y Boquitas pintadas en un pueblo conservador, un pueblo donde no es casual que, ahora cuando salís del perímetro te encuentres con kilómetros de soja, con un enclave agroexportador”. O, como escribe la periodista villeguense Viviana Bernadó sobre la relación de Puig con su pueblo natal: “Los terratenientes caratularon a Boquitas pintadas como un producto del resentimiento porque los Puig eran una familia mercantil de nuevos ricos. Se sintieron traicionados y expuestos”.
Fue Boquitas pintadas la novela del escándalo, potenciado años después por la película de Leopoldo Torre Nilsson que por poco no se ve en Villegas: hubo presiones para prohibirla por parte de la “verdadera” familia del ficticio Juan Carlos Etchepare y finalmente a causa de una supuesta amenaza de bomba (algo creíble en 1975). Los villeguenses la iban a ver a los pueblos vecinos, a Cuenca, a Piedritas. Como en cualquier trama de Puig, el cine tenía que ser protagonista. Lo curioso fue, y sigue siendo, que el revuelo lo causó Boquitas pintadas: la brutalidad de la autobiográfica primera novela pasó desapercibida. “El pueblo era un western en el que había entrado, una película que había ido a ver por error. Yo, de chico, solamente respiraba dentro del cine. Escribí La traición con mi propia voz de niño y las voces de mis vecinos y mis maestros. Al poner esos nombres sentí que entraba en un territorio peligroso pero me aventuré”, dice Puig desde el archivo en Regreso a Coronel Vallejos. Aquella novela es recordada por las voces, por los diferentes registros, por su audacia técnica pero quizá no tanto por los capítulos de Héctor y Cobito que narran los abusos y violaciones en el internado, “se clavaba a los pendejitos que se dejaban, el de Asteri se dejó por un barrilete”; “con la otra mano lo tenía agarrado del estómago y le daba bomba”. Estos mismos chicos que violan o son violados vuelven a Vallejos y son los hombres deseados por las mujeres que envidian, que sufren, que abortan, que pierden hijos, que callan. “Es es el libro mas duro de Puig en todo sentido”, dice Castro. “Es muy complejo: yo leo lo de los abusos como una denuncia. Al mismo tiempo tiene personajes que son absolutamente reales como Herminia, que era la solterona que daba clases de piano en mi cuadra: se llamaba Luisa y habla exactamente igual, esa cosa entre frigidez y fragilidad, esa sensación de que necesitaba amor. A pesar del tema de los abusos o de las relaciones de clase tensas tan marcadas, al pueblo le chupó un huevo. Quizá por la prosa: no es fácil de leer. Boquitas pintadas es un folletín. Y armó un quilombo terrible”.
Cabecitas adoradas
Juan Carlos Etchepare, el galán moribundo de Boquitas pintadas, se basó en un vecino real de una familia tradicional de Villegas: Danilo Caravera. O quizá en dos, él y su hermano Hernán, pero sobre todo en Danilo. Adorado por las mujeres, guapísimo, Manuel Puig lo conoció en un té de señoras donde “todas se desvivían por atenderlo” y no pudo olvidarlo. Nené, Mabel, la viuda Di Carlo, Celina (la hermana de Juan Carlos, una fusión de las dos hermanas Caravera): el pueblo le puso caras a cada uno de los personajes y se ofendió profundamente. “No se leyó como ficción”, dice Patricia, “y Villegas no le perdonó que hubiese ensuciado de esa manera a una familia respetable”. El descendiente de la familia más ofendida aparece en la película: se llama Leonardo Leiva, es dueño de un bar-restorán y es muy reticente a hablar del “Tema Boquitas”, aún hoy. “Uno se tiene que transportar a la época, al momento, al dolor de la pérdida de dos hermanos y dos hijos. Hay cosas que nunca sabremos si fueron ciertas”, dice. Danilo, como Juan Carlos, murió muy joven, a los 40 años, de tuberculosis. Sigue Leonardo: “hay que ver lo que pasó con un escritor que habló de una familia como podría haber hablado de otras cosas”. Un escritor, dice. Nunca pronuncia el nombre Manuel Puig.
Y siguen los personajes. El funebrero, el médico (el único que se anima a decir que, en Villegas, Manuel Puig siempre fue “el puto de mierda”), el pastor, los amigos de infancia y las inolvidables señoras del te, a quienes Castro les hizo apenas tres preguntas y sencillamente dejó la cámara encendida sin que se dieran cuenta. Ahí están, una al lado de la otra, con sus tazas blancas. “Son tres señoras del pueblo, gente que conoce a todo el mundo, son octogenarias y son todas maestras y conocidas de mi familia. Con ellas hice lo que hacía Puig: dejarlas hablar y grabarlas. Son tan sabias y cínicas: es más lo que omiten que lo que dicen. Hay mucho más texto en su silencio que en su discurso”. Las tres señoras se llaman Noemí Formica, Blanca Perez y Alicia Azparren y dicen: “Parecía calladito, nunca se me hubiera ocurrido que era tan observador”; “La mamá era el referente, porque él se fue muy chico”; “Con el libro la gente se sintió tocada pero no sé por qué”; “No sabés porque a vos no te mencionó, sino capaz también estarías en la batalla campal”; “Siempre hay que cuidar la conducta colectiva”. Sonríen, y se toman el tecito: afuera hay sol.
Entre los muchos hallazgos de Regreso a Coronel Vallejos hay material inédito, como una conferencia de Puig en Alemania o un programa de Felisa Pinto para la televisión argentina que nunca salió al aire; y se reconstruye la nota que Mempo Giardinelli y Osvaldo Soriano hicieron cuando se estrenó la película de Boquitas pintadas y fueron hasta Villegas para comprobar el malhumor pueblerino: en la revista Semana dejan constancia de que algunos vecinos de Villegas le advertían a Puig que “no volviera nunca” (nunca volvió) y que, según el cura,“la gente de Villegas es más decente ahora, es un pubelo tranquilo obediente a las leyes de Dios”. Giardinelli se atreve a hablar de ingratitud y Carlos Puig, el hermano de Manuel, desliza que hay cierta revancha en el triunfo final del hijo pródigo. Pero Regreso a Coronel Vallejos no se pronuncia, no abre juicios. Con sus hermosos planos de la ciudad quieta, una ciudad que ya no es seca y ventosa como en La traición de Rita Hayworth –de hecho, cuando la película tuvo su estreno local la ciudad estaba rodeada de agua, víctima de una desesperante inundación–, pone la cámara y cuenta sobre aquella y esta soledad, y pasea por sobre los secretos en compañía de Patricia, que incluso va al cementerio en busca de la tumba de Danilo Caravera, alguna vez frecuentada por amantes secretas y no tanto, como un Rodolfo Valentino rural. Cuenta y se retira con un plano de los silos o de la sonrisa de Patricia o de las fachadas de piedra, tan bonaerenses, que funcionan como muros que todavía guardan secretos y voces.
Regreso a Coronel Vallejos se estrena el 16 de agosto en el cine Gaumont y en La Plata. El mismo día se lanza en la plataforma online cine.ar.