Afín a cierta analogía con la propuesta de Mallarmé de que el mundo está hecho para desembocar en un libro, sabemos hasta qué punto la pulsión bibliófila de Tamara Kamenszain está presente no sólo en la poesía sino también en el ensayo según una corriente alterna de entrar y salir del verso y de la prosa. Pero ahora es diferente: todo tiene lugar dentro del mismo libro bajo la advocación del nombre propio Tamar, citado anagramáticamente en el poema escrito por el narrador Héctor Libertella quien, como un poeta del trovar clus, le pasa por debajo de la puerta a su ex mujer quien parece no haber reconocido en ese momento (julio del 2000) el mensaje que cifraba. Diecisiete años después, el azar le devuelve a la autora el texto encontrado en un cajón. Nicolás Rosa escribió una idea que El libro de Tamar parece realizar a su manera: “se escribe para persistir, se lee para olvidar”. Kamenszain no hubiera podido escribir este libro sin la paradójica teoría del olvido que el tango practica en sus letras: basta escribir la frase (o el verso) “hoy vas a entrar en mi pasado” para que todo vuelva a aparecer, para que la escritura haga retornar lo olvidado hasta la orilla del presente. Lo que persevera en la escritura es siempre una forma del amor.  

El relato que leemos en El libro de Tamar lo desencadena la poesía. El poema de Libertella es el pretexto y la narración se de- sarrolla bajo la forma de la exégesis lírica en un presente de la escritura que carece de grado cero por más amor incondicional a Barthes: de allí que este sea un libro íntimo y público, ensayístico y novelesco, poético y testimonial, lúdico y doloroso al mismo tiempo, como si la excusa de contar la historia de nuestras vidas –como escribió el poeta Mark Strand– permitiera una indagación sobre las parejas de escritores y las prácticas de lectura o taller abiertos a una forma de la reciprocidad que va más allá del libro que se quiere escribir. Ese más allá del libro señala que lo que se ensaya en la escritura repercute en la esfera de la vida. Lo que Kamenszain llamó la novela de la poesía podría estar virando ahora hacia la poesía de la novela, hacia ese núcleo poético que la narración a veces contiene como un modo de salir de sí. La novela familiar que caracterizó la obra de Kamenszain encuentra todo su potencial en la lógica de la inversión: si Libertella versificó en clave anagramática el nombre secreto de la amada, ahora Tamara se vuelve la narradora de una trama (Tamar) dirigida a su ex y dejándose arrastrar por el ímpetu de la escritura que no reconoce otro género que la pasión misma de la letra. Pasarse al campo del otro había sido en El ghetto una salida posible aprendida en la poesía de Paul Celan para hablar del encuentro afectivo; ahora El libro de Tamar hace de la exégesis del poema el disparador de un texto que necesita, por momentos, salir de la prosa para entrar al verso, practicando un registro distinto al libro anterior, El libro de los divanes, en el que el verso debió enfrentarse a la prosa de la sesión psicoanalítica. Ahora se escribe partiendo de la poesía pero con la prosa de quien siente que la vida tal vez sea, como reza el epígrafe de Strand, “la cruda y desafortunada forma de una historia que quizás nunca sea contada”. 

Este libro nos lleva al Goethe de Poesía y verdad que anticipa los avatares de la intimidad moderna: no una autobiografía sino la posibilidad de encontrar una verdad allí donde lo vivido deviene esa otra cosa –lo que Shoshana Feldman llamó “la cosa literaria”– que no coincide del todo con la historia real y verificable tal como fue vivida. Cruzarse al campo del otro es ahora narrar, abrirse a la prosa como hace Dante en la Vita Nuova, transitar la razo de los trovadores o escribir un relato sobre la pareja amorosa para devolverlos a su estado de novela, allí donde trascurren sus pasiones teóricas (eróticas) y la escritura puede hacer de la separación la posibilidad de un reencuentro y esto no sólo en lo concerniente al vínculo entre Kamenszain y Libertella sino también en referencia a una serie de parejas como Kristeva-Sollers, Plath-Hughes o Ludmer-Piglia que inspiran afinidades y divergencias acerca del modo de conjugar el universo afectivo con el literario. 

Pero la pareja amorosa por antonomasia es la que conforman el verso y la prosa. Es en esta relación que se juega toda la escritura de Kamenszain quien, como en todos sus libros de poesía, clausura a este con el consabido poema largo que el lector de su obra parece siempre esperar. El cierre del texto abandona la prosa y vuelve al verso para ponerle FIN a la historia de la pareja “como dos nosotros instalados de nuevo/ en aquella vida de living”. El adverbio reedita la escena de “aquellos atardeceres de días agitados” con que cerraba el libro de 1991 y se dispone a responder el mensaje “para hacerles decir más de lo que pueden” decir a esas cinco letras que dio lugar al poema y con éste al libro mismo. Jorge Panesi, que también analizó el anagrama del nombre propio de la autora, escribió en un ensayo que Tamara es la cifra de  trama a. A pesar de la autorreferencia, El libro de Tamar paradójicamente ahora trama a Libertella, que a su vez trama a Tamar. Por eso la historia de nuestras vidas no puede sino desbordar, concatenarse, ir más allá del libro, atravesar otros límites. Quien toma la palabra en este libro lo cierra con estos versos que parecen no darlo por terminado sino prever su continuidad: “me imagino moviéndome/ hacia otra vida, otro libro”.

El libro de Tamar Tamara Kamenszain Eterna Cadencia 88 páginas