Una vez más un estadio de fútbol era el escenario de una noche especial. Pero esta vez, en esa cancha en la que no había jugado nunca, la tarde no lo encontraba de pantalones cortos y botines. No iba a estar corriendo atrás de una pelota como lo hacía profesionalmente desde hacía más de tres años. Sin embargo, la adrenalina que recorría por sus venas era la misma a la que muchos futbolistas se encargan de remarcar como única. El diluvio típico del verano marplatense no hacía más que darle un tinte épico a esa tarde que él nunca más olvidaría. Ese día él supo, por fin, lo que era ser fanático de algo. Porque ese fanatismo por un club que heredó de su papá, Eduardo, se esfumó cuando supo que iba a vivir pateando una pelota. Ese 16 de diciembre de 2006 en el José María Minella repleto como tantas otras veces él supo que La Renga sería la banda de su vida. Él es Emiliano Armenteros, el futbolista que cumplió el sueño de muchos ser parte del entorno de la banda de Chizzo, Tete, Tanque y Manu.
Su hermano Manolo, el más grande de los tres hijos de Ana y Eduardo, fue el que le hizo escuchar las primeras canciones de la banda formada en el corazón de Mataderos. En esa casa ubicada a cuadras de la estación de Luis Guillón siempre había un poco de La Renga. Por eso lamentó no haber podido aceptar la invitación de su amigo Sebastián López para ir a ver el ya legendario recital que dieron en Huracán en 2004, y que terminó en el DVD llamado “En el ojo del Huracán”. Tuvo que esperar hasta aquel día de 2006, en Mar del Plata, para tener su primer encuentro. “Con los chicos pensamos que suspendía porque la lluvia había mojado los equipos, pero solo se retrasó. Me acuerdo que estaba la lona protegiendo el campo de juego, pero la lluvia era tanta que la gente empezó a levantar la lona para cubrirse y otros hacían avioncitos. Rompieron toda la cancha. Mis compañeros de Independiente puteaban contra los fanáticos de La Renga por haber destrozado la cancha y yo me reía porque había estado ahí. No en el campo de juego, yo estaba en la tribuna, pero le festejábamos a los pibes las palomitas que hacían”.
Ese recital fue tan impactante para él que a la vuelta decidió tatuarse por primera vez. En su piel no podía faltar la estrella característica de La Renga. Pero el fervor no se apagó ahí. El por entonces jugador de Independiente fue a buscar a sus ídolos. Primero a la casa de Chizzo, el cantante, pero no obtuvo más que la amabilidad de una mujer que le dijo que la persona a la que buscaba no estaba. Entonces, fue a la quinta de Ezeiza, como un fanático más. Averiguó la dirección y agarró uno de sus tesoros más preciados: una de las camisetas de la Selección con la que se había coronado campeón del mundo Sub-20 en Holanda hacía más de un año. Un equipo que tenía su vínculo con la banda: “En el viaje del hotel al estadio siempre sonaban dos canciones de La Renga en el equipito con CD que tenía el Negro Garay”. Con ella fue y le abrieron las puertas para que, a partir de ese primer encuentro, empezara una relación soñada para él.
El destino quiso que el Sevilla español no decida si haría uso de la opción de compra que le había puesto Independiente. Su flamante esposa Daniela estaba a la espera, porque esa indefinición hizo que no haya luna de miel. Pero en esos días La Renga tocaba en Neuquén. “Yo calculaba que ese día no estaría en Argentina, pero se dio. Ese viernes le dije a mi mujer ‘Dani, me voy a sacar un pasaje y me voy a Neuquén’. Imagínate lo que me dijo”, recuerda Emiliano en un bar de Monte Grande, mientras espera que se resuelva su futuro inmediato. Le habló a su representante para avisarle que el fin de semana no estaría en casa y se sacó los pasajes rumbo a una nueva experiencia: “Lo más lindo de ese viaje es que en el aeropuerto, a la vuelta, estaban todos. Íbamos en el mismo avión. Yo con mi cholulaje a cuesta me acerqué con perfil bajo para saludarlos y se acordaban de mí. Ya en el medio del viaje se me acerca Manu Varela, que en ese momento era el que tocaba armónica y saxo y hoy es el que hace todos los vientos, y hablamos un rato, nos pasamos los teléfonos para seguir en contacto. Es que él es el más futbolero de los cuatro”.
El destino también quiso que su futuro sea el Sevilla y que La Renga organice una gira por España. Eran seis fechas. Al primero que pudo ir fue al de Málaga, al que fue con su mujer, y las familias de Federico Fazio -otro fan de la banda- y de Diego Perotti. La segunda parada fue en Barcelona. Y Emiliano no podía permitirse faltar. Estaba todo preparado para salir del entrenamiento y partir rumbo al aeropuerto. Nadie se tenía que enterar, pero un almuerzo sorpresivo del plantel hizo peligrar todo. Una sincera charla con el delegado del club reflotó todo y pudo viajar. Luego de dar el show en la sala Razzmattazz, un lugar para 600 personas, conoció a un español, Jaime, que se presentó como el encargado de la logística de la gira. ¿Qué importancia tiene en la historia? “No encontraba taxi para irme al aeropuerto, tenía pensado dormir ahí. Encaro de nuevo para la sala y veo que estaba Jaime en una camioneta. Me preguntó que hacía ahí todavía y me hizo subir a la combi. Cuando me subo me doy cuenta de que estaban todos ahí, cantando”, recuerda. Y sigue adelante con la historia: “Fuimos a un bloque de departamentos, subimos, me tiró una sábana y me dijo ‘dormí que a las cuatro y media te llamo para que salgas para el aeropuerto’. Intenté dormir y de repente escuchó a alguien cantar. Levanto la mirada y había llegado Tanque, que se había puesto los auriculares, escuchando y cantando Led Zepellin al palo. No dormí nada pero fui muy feliz: había salido todo bien”.
A la otra semana el viaje fue a Madrid. Y por primera vez desde aquel encuentro en la quinta le abrieron la puerta de los camarines. En ese lugar es el nene de Luis Guillón, no el futbolista. “Ahí adentro soy un nene, solo los escucho a ellos, como hablan. En ese recital le pregunté a Chizzo si tocaban Estalla. Él estaba con la guitarra, porque faltaba un ratito para salir, y se puso a puntearla. ‘Yo la saco pero estos dos hace mucho que no la tocan así que hoy no la tenemos en la lista’. Y en esas dos palabras que cruzamos me dijo: “Vos sos tranquilito. Seguí así”. No pregunté nada. Pero después me enteré que había habido jugadores que estuvieron en la misma situación que yo, pero que se habían pasado un poco de confianza. Por eso me dijo lo que me dijo”. Ese viaje cambió su viaje para siempre.
Después se sucedieron los recitales y la relación entre músicos y futbolista fue creciendo. Tanto que hasta en una oportunidad se animó a preguntarle a Chizzo por el significado de la letra de una canción. “Los músicos escribimos cuando la letra nos sale y después cada uno le da la interpretación que quiere”, fue la respuesta. Su necesidad de escuchar su música lo hace hasta haberse tomado un avión en medio de un semestre complicado en el Santos Laguna mexicano para ver alguno de las seis fechas que la banda hizo en Huracán, luego de catorce años sin tocar en Capital Federal. Era una manera de sacarse la espina de aquella vez de 2004, pero tuvo que conformarse con los videos que muchos de sus amigos le mandaban en vivo.
El mandato familiar de la familia Armenteros no tiene que ver con la pelota. La única condición es tener la sangre renga. Tomás y Sofía se saben las canciones, tienen remeras, y piden que se suene en la casa. Mientras que a su compañera de toda la vida, le ganó por cansancio. “Es por lo único que tengo fanatismo. Es algo que me hace meter en mi mundo. Yo los escucho cuando estoy bajón para hacer el click y cambiar todo. Y lo logró”, dice antes de recordar que uno de sus negocios tiene el nombre de su canción favorita de la banda: Estalla. “El viento que todo empuja”, “el final es en donde partí”, “corazón fugitivo”, “hablando a la libertad” y “Almohada de piedra” son sus temas favoritos.
Emiliano describe su fanatismo con un dato que no lo deja bien parado. Pero no lo piensa como futbolista, sino como fanático. “Yo me acuerdo más de la fecha de mi primer recital, que de mi debut en Primera. Si te la tengo que decir ahora no me la acuerdo. Y no es por fanatismo. Sino porque me volvió loco. Ese recital me cambió todo”, dice en lo que parece una charla de amigos. Es que solo las camisetas que supo cambiar con Lionel Messi igualan en valor sentimental a la colección de objetos de La Renga que guarda en su casa. “Tengo armónica de Manu, una vaqueta de Tanque del recital de Madrid, una púa de Chizzo, pulseras para entrar al camarín, las entradas, remeras, todo está guardado. Es más a los recitales siempre voy con una remera roja que me compré en aquella tarde en Mar del Plata”, rememora.
Su fanatismo extremo por Chizzo y compañía hizo que el zurdo surgido de Banfield entienda un poco más el fervor que genera el fútbol a los hinchas. “Cuando empecé a estar del otro lado, como la gente, me di cuenta. Entendí a los nenes que se te acercan a pedirte una foto. Aunque a mí no me pase mucho, hay que ser respetuoso. Ellos siempre salen a la puerta de la quinta a saludar a la gente que los quiere conocer”. Y dentro de ese aprendizaje, y de esa comparación, Emiliano habla de porqué no acepta llevar a amigos a compartir esa intimidad. “Yo no llevo a nadie. Porque sé que puede joder. Yo siento que estoy molestando, invadiendo su intimidad y por eso trato de ser lo más respetuoso posible. La otra vez después del recital de Pergamino, y yo sin saber nada, me encontré comiendo un asado con todos. Y todos son toda la familia renga. ‘Mirá donde estoy’. Es increíble”.
Es que para ese pibe que supo viajar por el mundo detrás de sus sueños de ser futbolista profesional, La Renga es mucho más que una banda de rock. Es una desconexión de los problemas, de la vida, de lo cotidiano. Es una desconexión total. “Yo los escucho, los veo y para mí el mundo está parado”. Suena lógico, porque así lo dice su canción favorita de la banda de su vida: “Estoy buscando algún lejano, donde patear las cosas de mi mente…”.