Para mí es un privilegio estar acá, en este momento tan importante de debate en democracia, algo que venimos esperando hace tiempo. Y la verdad es que es un honor compartir con algunos expositores que uno ha visto, pero también una responsabilidad con esos que están poniendo la música de fondo, que son las personas gestantes y las mujeres que estoy acostumbrada a atender y acompañar.

Soy médica generalista, integrante de la Red de Profesionales de la Salud por el Derecho a Decidir, y trabajadora de salud pública de la provincia de Santa Fe. Actualmente, me desempeño en el equipo interdisciplinario de salud sexual, reproductiva y no reproductiva, de un hospital de la ciudad de Rosario. Empecé mis prácticas como médica en el norte de la provincia, hace más de diez años. Pude ver de cerca el proceso de punibilidad en las mujeres que llegaban con aborto en curso. Las vi llorar cuando llegaba la policía a interrogarlas, mientras el médico todavía las estaba examinando en la cama de internación; ese mismo médico que, en el privado las asistía, pero en el hospital las denunciaba.

También las vi morir, porque elegí formarme en las tierras de Ana María Acevedo. Mis compañeros todavía recuerdan los gritos de dolor por el cáncer de maxilar avanzado, y tenían indicaciones de darle solo paracetamol, para garantizar el desarrollo de su gestación en curso. En ese contexto, elijo rotar en Rosario, con un equipo de profesionales reconocidos en lo que es salud pública a nivel internacional, y como coordinadora de la residencia de medicina general, a la doctora Débora Ferrandini que, si no la conocen o no la conocieron, les sugiero que la lean y la escuchen. Ahí, se hablaba de aborto no punible, de cómo indicar misoprostol y de cómo acompañar a las mujeres en situación de aborto, desde un lugar de garantía de derechos, con todo lo que eso significa.

Dos mundos diferentes en una misma provincia. Me preguntaba, entonces, ¿por qué el nacer en una u otra ciudad iba a determinar, en un aborto, que una fuera denunciada, atendida; salías viva o salías muerta? Las condiciones más extremas de vulnerabilidad las conocí trabajando en la población     Qom, Moqoit y Guaraní de la periferia de Rosario. Descubrí que ahí, las mujeres también abortan, con características propias de su cultura, que complejizan, para nosotros, mucho más el acompañamiento. Nunca tuve que hacerme demasiadas preguntas. Sus caras, sus nombres, sus historias me iban posicionando, sin dudas, en un lugar, en el lugar de alojar y acompañar, en sus decisiones, a esas mujeres que quizás en sus vidas, pocas veces o ninguna, habían decidido algo sobre sí mismas.

Desde hace poco más de dos años, me sumé al equipo del hospital para acompañar aquellas situaciones de aborto que requieren internación y muchas otras que acceden, de diferentes y múltiples modos, a la asistencia ambulatoria. Digo, las de esas provincias donde más penalizan intentaron acceder adonde se puede. Han pasado centenares de mujeres. Para ninguna de ellas ha sido una situación fácil. Ni un método anticonceptivo. Tampoco un acto de irresponsabilidad. En equipo, junto a la trabajadora social y a las psicólogas, abrimos la escucha, brindamos información, despejamos presiones, imposiciones, supuestos, e intentamos que se oiga la propia voz de esa mujer que se encuentra atravesando un embarazo que no planificó. Las contenemos, les garantizamos los estudios necesarios y respetamos su decisión. A nadie obligamos a abortar, a nadie. Cerca de un 10 por ciento decide continuar con su embarazo, porque cuentan con diferentes recursos para llevarlos a cabo, porque logran liberarse de esa presión de que quizás son los padres u otros externos, o su pareja quien la quiere obligar a abortar. Podemos escuchar su propia voz. Y a veces es demasiado tarde para solicitar un aborto.

Acá me voy a detener, porque yo, como médica, no puedo permitir que se divulgue un video de un parto. La verdad es que lo agradezco, porque hace rato que no veía un parto. Por suerte, en Rosario, estamos empezando a institucionalizar los partos humanizados, porque eso ni siquiera debería llamarse parto. El resto son asistidas en la interrupción legal de su embarazo, la mayoría de las veces de modo ambulatorio, menor porcentaje con necesidad de internación, en conjunto con el servicio de tocoginecología, enfermería y todo el equipo de salud. Las consultas se registran, se enmarcan en el actual artículo 86 del Código Penal de 1921, se firman los consentimientos correspondientes, se da la medicación o se garantiza el acceso al aspirado manual endouterino, se ofrece asistencia y acompañamiento psicológico, se brindan siempre métodos anticonceptivos posteriores, que también eligen ellas. Se articula con su equipo de salud territorial. No solemos ver secuelas ni estigmas porque no damos lugar a lo clandestino. No ocultamos ni lucramos. Nadie nos financia de afuera. Somos trabajadores de salud pública, con lo que cuesta. No lucramos con la angustia de quienes consultan. No hay un perfil particular de las mujeres que abortan, porque abortamos todas, con pareja, sin pareja, con hijos, sin hijos, de todos los niveles educativos y clases sociales, sólo que quienes más recursos somos las que podemos acceder antes. Las que llegan más tarde son las más vulneradas, pero siempre son las menos porque, en definitiva, son también las que menos eligen sobre su propia vida. Y siguen siendo nuestra mayor preocupación: aquellas que no llegan, que quedan expuestas a lo ilegal, a lo inseguro, con riesgo de perder su vida en un momento de desesperación. Por eso necesitamos la aprobación del proyecto con media sanción de Diputados, sin modificaciones, no solo por cómo se constituyó y elaboró durante tantos años, sino porque abarcaría al gran porcentaje de mujeres que históricamente vienen y venimos abortando.

Yo no estoy acá imaginando lo que sucedería si se aprueba la ley, ni delirando, ni divagando, ni suponiendo, ni trayendo cuentos exóticos, apocalípticos, para nada científicos ni verídicos. Yo vengo a contarles que, en la provincia de Santa Fe, en Rosario y otras grandes ciudades de la provincias, venimos garantizando derechos, venimos formando equipos, capacitando trabajadoras y replicando los dispositivos que funcionan, empezando a producir misoprostol, corrigiendo lo que vemos como errores, aprendiendo de la singularidad de la historia de cada mujer y del compromiso de tantas trabajadoras que la militamos desde adentro. El año pasado se logró implementar la primera cátedra electiva y curricular sobre aborto en la Facultad de Medicina.

Que los abortos no aumentaron. Que los costos disminuyeron junto con las internaciones y secuelas graves por abortos clandestinos. Que no tenemos más muertas por aborto. Que no nos podemos permitir otra Ana María, ni otra joven presa. Que trabajamos respetuosamente y codo a codo con los objetores de conciencia, porque el problema no es con ellos, el problema es con los obstaculizadores, los que abandonan, torturan, culpabilizan a las mujeres que llegan con un embarazo que muchas veces no eligieron, producto de una relación que no consintieron o por falla de métodos anticonceptivos correctamente utilizados. 34 por ciento de las usuarias de las consejerías han usado correctamente un método anticonceptivo.

Que las vemos sonreír aliviadas cuando pueden empoderarse de su propia vida y de sus sueños, replantearse los riesgos a los que estaban expuestas en relaciones violentas, empezar la secundaria con sus compañeras y poder denunciar al violador, que queda definitivamente detenido con la muestra de ADN que se toma de esa gestación interrumpida. Que nos dicen que les devolvimos la vida. Que le dimos la legalidad y la seguridad a algo que hubieran hecho de cualquier modo. Que las vemos, también, cuando pueden ser madres y quieren ser madres en otro momento de sus vidas. Cuando pueden buscar trabajo, soñando en mejores condiciones, para recuperar quizás esos hijos que el Estado ya les quitó, cuando dijo que no podían ser madres. Ese mismo Estado que, después, les exige que sean madres en cualquier circunstancia.

Incluimos a las parejas cuando hay un vínculo sano y amoroso y se hacen presentes, que no es muy común, lamentablemente, porque el varón aborta mucho más frecuentemente y en cualquier momento sin que se ponga en riesgo su salud, su vida ni su libertad. Insistimos en el uso de preservativo siempre porque, por suerte, es de látex y no de porcelana; porque somos trabajadoras de la salud que trabajamos a conciencia y asumiendo el compromiso de estar en todos los procesos de salud y enfermedad de nuestra población a cargo.

Hace años que muchísimas trabajadoras de la salud venimos organizándonos para dejar de ser hipócritas con el aborto en la Argentina. Somos más de mil las que formamos parte de la red de profesionales de la salud por el derecho a decidir: presentes en todas las provincias, articulando con otros miles que, sin ser parte de esta red, garantizan derechos en sus prácticas cotidianas; y con socorristas que, históricamente, salieron a asistir a las mujeres cuando desde Salud aún no asumíamos el problema.

La sociedad -–se escucha-– ya resolvió este debate que está en las mesas familiares, en las escuelas, en las universidades, en los bares, en las plazas. Es hora de que nuestros legisladores tomen cartas en el asunto y definan qué hacer con lo que sucede desde el origen de los tiempos. Está en sus manos que sea legal o que siga siendo clandestino. ¿A quién beneficia que sea clandestino? ¿A quién perjudica la legalización?

Por las niñas, las adolescentes, las mujeres y toda persona con capacidad de gestar que no puede ni debe ser obligada a parir; por las y los trabajadores de salud que queremos seguir garantizando derechos y que elegimos, desde nuestras más profundas convicciones y desde el amor y la empatía, trabajar por el derecho a una vida digna y a una salud integral, negándonos a reproducir las lógicas de dominación: señoras y señores, que sea ley. Cuentan con nosotras, cuentan conmigo.

*Exposición en el Senado de la Nación, el martes 31 de julio.