Alexander Panizza, regreso Romántico anuncia el título, hermosa manera de decir sobre la música a escuchar y el momento mismo en la vida del pianista. Con obras de Frédéric Chopin y Sergei Rachmaninoff, Panizza vuelve a su ciudad esta noche a las 21, en el ciclo Puerto de la Música que organiza el Centro Cultural Parque de España (Sarmiento y el río).
El músico está radicado ahora en Toronto, donde “nací y viví hasta los 17 años, allí tengo familia, y siempre estuve en contacto con esa ciudad”, le explica Panizza a Rosario/12. “Siempre llevé parte de Canadá conmigo, así como estoy vinculado con Argentina en un sentido afectivo y profesional. Este viaje me encuentra con bastante actividad, con varios conciertos”. Efectivamente, tras la presentación de esta noche, Panizza tocará en el Centro Cultural Kirchner de Buenos Aires, en septiembre tiene previsto regresar a Rosario para interpretar un concierto de Mozart junto a la Orquesta Sinfónica Provincial, para luego recalar en China junto a una orquesta de cámara dirigida por Fabricio Brachetta, con la cual concluirá su gira en Londres con el concierto Emperador, de Beethoven. “Un poco como Ulises, estoy haciendo una odisea con la que recién en octubre vuelvo a Canadá. Uno quiere tener la ilusión de que controla mucho más hacia dónde va, pero en realidad uno está casi de pasajero. Una va por donde va la música”, agrega.
--¿Cómo es este diálogo que propone entre Chopin y Rachmaninoff?
--Me parece muy buena la elección de la palabra diálogo, porque son compositores que están íntimamente vinculados. Ambos eran excelentes pianistas, compositores, y ambos componían arriba del piano. Si bien Rachmaninoff también desarrolló su lado sinfónico, coral y operístico, mucho más que Chopin, primordialmente eran grandes improvisadores al piano, con discursos propios muy originales y de mucho poder comunicativo. Son dos de los compositores más queridos del público en general. Además, la influencia de Chopin en Rachmaninoff es muy notable. Voy a tocar las cuatro Baladas de Chopin, que son obras de mediana duración, entre ocho y nueve minutos cada una, y de Rachmaninoff voy a tocar una serie de cinco estudios, que son obras bastante más cortas. También es de interés mostrar cómo ambos forman parte de lo que se llama la pieza de carácter; si bien lo de Rachmaninoff se llama “estudio”, un título que describe una cierta dificultad técnica, en realidad se trata de Études-Tabelaux: “estudios-cuadros” que evocan imágenes, emociones, y en ese sentido caen dentro de lo que sería la pieza de carácter del romanticismo; como también las Baladas, que son lienzos un poco más grandes, muy inspiradas en la poesía, en lo visual. Hay muchas conexiones, incluso temáticas, que no digo que las tenía en cuenta antes de diseñar el programa, pero después uno va descubriendo ciertos gestos compartidos entre las obras.
--¿Esta improvisación al piano aludida es un rasgo que usted incorpora también?
--En cierta forma diría que sí. Siempre estuve bastante en contra de la postura que sitúa, por ejemplo, una cierta actitud para tocar lo que llamamos música clásica, en contraposición a la actitud que se tiene para tocar un género más improvisado, como lo puede ser el jazz. En el fondo, creo que hay muchas más similitudes que diferencias, y es fundamental para el intérprete de música de Chopin y Rachmaninoff tratar de identificar el aspecto improvisatorio de la música. Uno piensa que una vez que la nota fue anotada en el papel adquiere como una especie de carácter fijo, y en realidad el proceso es bien diferente. Ya el hecho de plasmar un fenómeno sonoro en un medio visual, como lo es la partitura, implica una especie de transcripción que uno tiene que volver a decodificar en el sonido, y eso implica un montón de tomas de decisiones que van más allá de la partitura, y es allí donde uno explaya su propia creatividad. El carácter improvisativo sería que hay un montón de lugares que son más bien “cuánticos” antes que “newtonianos”, en el sentido de que no es que se ofrece una única solución posible interpretativa, sino que están abiertas a múltiples enfoques y maneras de solucionar el problema musical. Yo siempre estoy abierto a esa búsqueda variada, no trato de definir un proceder fijo de antemano, sino que dejo lugar a la búsqueda en el mismo momento, porque hay mucha información que no existe hasta que uno se sienta a tocar. El sonido mismo no existe, sino que uno va nutriéndose del sonido de ese mismo momento, para armar su versión. Eso implica una gran flexibilidad improvisatoria, más de lo que parece.
La selección de obras incluye también al compositor contemporáneo greco-canadiense Constantine Caravassilis. Al respecto, Panizza señala que “lo que me gusta mucho de él es, primero, la frescura de su lenguaje, es un lenguaje muy expresivo, creativo. Y también siento ciertas similitudes con lo que son nuestras historias de vida: él es griego-canadiense, en el mismo sentido en que yo soy argentino-canadiense; él nació en Canadá y al poco tiempo se fue a Grecia con sus padres, volvió en la adolescencia a Toronto a estudiar y radicarse, y ahora es uno de los compositores de mayor actividad. Hace poco tuve la oportunidad de realizar un concierto en Toronto, a través del consulado argentino, en donde el tema rondaba la identidad. Estaba la pregunta sobre qué quiere decir la identidad nacional, la identidad propia, tema que ha estado volando en mis pensamientos desde que me mudé a Canadá. Digamos que en Argentina mi identidad pianística está mucho más asentada, pero en Canadá me he encontrado con otras facetas mías. Este tema lo vi reflejado en la obra de Caravassilis. Al armar estos repertorios y preguntarme por qué tengo ganas de escuchar esto ahora, empiezo a encontrar estos vínculos. Al fin y al cabo, la creatividad que usa uno para armar una interpretación de una obra es lo que uno hace con la narrativa de su propia vida. Uno está constantemente reinterpretando la obra que es la vida de uno”.