“El gobierno argentino se comprometió a uno de los programas de austeridad más duros en la historia del FMI”, sostiene la investigadora Daniela Gabor de la University of the West of England (UWE). La economista no solo investiga las condicionalidades y recomendaciones previstas en los acuerdos del organismo multilateral sino que, como rumana, experimentó las consecuencias socioeconómicas de esos salvatajes. “El acuerdo es un baldazo de la vieja medicina que ignora las nuevas condiciones financieras internacionales. El FMI no cambió en nada: ajuste fiscal, restricción monetaria y flexibilización laboral. Todo eso arrasa con cualquier compromiso que incluyan los acuerdos en materia de equidad de género y distribución del ingreso”, advierte la investigadora durante la entrevista con Cash. 

Gabor mantiene una posición crítica a las visiones dominantes sobre la economía y las finanzas internacionales. Por eso, no es casualidad que haya sido invitada al país para disertar en la Escuela de Invierno organizada por la Maestría en Desarrollo Económico de la Unsam y en el encuentro del Pueblo-20, una espacio alternativo al G-20 impulsado por organizaciones sociales y centros de investigación.

¿Qué evaluación hace del programa de ajuste y reformas comprometido por el gobierno Argentino para habilitar el crédito por hasta 50.000 millones de dólares hasta 2021?

–El FMI hizo un diagnóstico parcialmente correcto pero, definitivamente, la medicina propuesta es equivocada. Entre líneas el Fondo reconoce dos cosas. Primero que el tipo de cambio afecta a la inflación y, segundo, que el carry trade realizado por los inversores extranjeros llevó a una apreciación real que debía ser abordada. Sin embargo, el Fondo quiere que Argentina reduzca la inflación sin intervenciones estratégicas en el mercado cambiario y sin recurrir a controles de capitales. O sea, no le permite a la Argentina administrar las condiciones en las que los inversores extranjeros participan en su sistema financiero. Hace esto incluso cuando sus investigaciones reconocen que el ciclo financiero global reduce la capacidad de los países para controlar las condiciones financieras. Entonces, ¿cómo espera el FMI que Argentina cumpla con sus compromisos? Con una cucharada de ilusiones y un baldazo de la vieja medicina.

¿A qué se refiere?

–Cuando hablo de “un baldazo de la vieja medicina” me refiero a la austeridad. Esto está claramente expresado en el Staff Report redactado por los técnicos del FMI cuando dicen, por ejemplo, que “la ralentización en 2018 servirá para presionar a la baja sobre la inflación núcleo y mitigar las presiones de la devaluación”. O sea, el gobierno prometió implementar una severa contracción doméstica para aplacar las presiones inflacionarias de la devaluación. La “ilusión”, por su parte, refiere a la suposición de que con el ajuste interno se frenará de alguna forma la devaluación y la fuga de capitales a medida que los argentinos recuperen la confianza en el peso y los extranjeros recuperen el apetito por los activos argentinos, en particular por los títulos públicos. Todo esto ignora el esperado endurecimiento en las condiciones globales de liquidez a medida que la Reserva Federal de Estados Unidos aumenta las tasas de interés y las sombrías proyecciones de crecimiento a escala global frente a, por ejemplo, las políticas comerciales del gobierno de Donald Trump. 

¿Qué puede hacer el Banco Central?

–Frente a ese escenario, el Banco Central tiene que desarrollar herramientas para administrar la participación del país en los mercados y definir qué tipo de flujos de capitales aceptar y en qué condiciones, cuándo dejarlos entrar y cuándo salir. No hace falta recapitalizar al Banco Central como plantea el acuerdo. Para mi esto es parte de la creencia ciega en las virtudes de la independencia de los bancos centrales. El BCRA no debe luchar por ser independiente, sino que debe pugnar para que lo dejen administrar al tipo de cambio y los flujos de capitales. El hada de la confianza no se materializa rezando, requiere de políticas económicas activas que no dejen todo al mercado.

El gobierno y las autoridades del organismo aseguran, sin embargo, que el FMI cambió. 

–Las condicionalidades exigidas por el FMI no cambiaron en nada. Antes del estallido de la crisis internacional de 2008 el organismo estaba a punto de desaparecer, su influencia menguaba porque no tenía más clientes que países africanos muy pobres. Atravesaba una fuerte discusión interna por el fracaso de las recetas de talle único. La caída de Lehman Brothers le permite renacer. Logró imponer que había flexibilizando sus condicionalidades mirando las especificidades de cada país y preocupado por cuestiones distributivas y de género. Cuando uno lee algunos de sus informes pareciera que la organización cambió drásticamente. Pero el cambio retórico no estuvo acompañado en la práctica. 

¿Cómo lo detecta?

–Las metas cuantitativas para Argentina son las mismas que impuso para los países de Europa del este en 2008 como Letonia y Hungría. No cambió nada: ajuste fiscal, intentos de restringir el financiamiento del Banco Central al Tesoro para forzar a los gobiernos a que vayan al mercado financiero global a conseguir recursos y flexibilización laboral. La idea sigue siendo que un país en crisis que solicita la intervención del FMI necesita la disciplina del mercado. Todo eso arrasa con cualquier compromiso que incluyas en materia de equidad de género y distribución del ingreso. 

¿Con semejante diagnóstico considera que el gobierno podrá cumplir con el ajuste previsto en el acuerdo stand-by? 

–Me sorprendió leer en el informe del Fondo que las autoridades argentinas se comprometieron a uno de los programas de austeridad más duros en la historia del organismo. El Staff Report sostiene que la “consolidación fiscal propuesta es ambiciosa frente en términos relativos a otros países en situación similar, se encuentra en el 13 por ciento de las mayores consolidaciones logradas en los programas”. Yo leo esto como el compromiso ideológico del gobierno para achicar el Estado sin importar los costos sociales, una posición que naturalmente favorece el FMI. Cualquier prestamista responsable alentaría al país a intervenir en el mercado cambiario para contener la devaluación, evitar un mayor impacto inflacionario y comenzar el largo camino hacia una desdolarizarización de la economía.

El documento elaborado por los técnicos del Fondo muestra que incluso en el propio organismo dudan sobre los resultados previstos en el programa.

–Es difícil ver cuál será el motor para el crecimiento económico en el marco del acuerdo con el FMI, más cuando ya existen tensiones globales que afectan directamente a países emergentes. Argentina entró a la fiesta cuando las luces se estaban apagando. No podían haber elegido un peor momento para reintegrarse al mercado financiero internacional. El FMI duda de que el gobierno tenga la capacidad para implementar las políticas comprometidas. El escenario adverso previsto por el organismo reconoce que será necesario un ajuste fiscal todavía más duro si no se cumplen las proyecciones de crecimiento para el año próximo. Y, lamentablemente, yo estoy convencida de que bajo este acuerdo el escenario realista para la Argentina es un escenario adverso. 

¿Por qué?

–Cómo hará el gobierno para someter a la economía a una situación que los griegos definirían como un doloroso episodio de submarino fiscal [N.d.R: por “submarino” se refiere al método de tortura]. Veo dos trayectorias posibles. En una, el gobierno de Macri de alguna forma logra crear el consenso social suficiente para presentar la profundización como un proceso ineludible. Esta vía es improbable ya que despertaría un fuerte rechazo popular en las calles. En la otra trayectoria, el gobierno vuelve al FMI para renegociar nuevas metas que tengan en cuenta la mayor recesión. En ese caso lo esperable es que el FMI demande medidas neoliberales adicionales que se presentarán como “intocables”. Las supuestas fallas en las condicionalidades del organismo también pueden ser consideradas como un campo de pruebas para ver qué es lo que las sociedades están dispuestas a aceptar, una forma de testear y correr los límites en el contrato social sobre qué puede privatizarse y qué será defendido.

¿Ve similitudes con la experiencia rumana?

–El caso argentino me hace acordar a la terapia de shock rumana. A nosotros también nos dijeron en Rumania que la vía rápida para convertirse en una economía de mercado exitosa era una acelerada integración y apertura con los mercados internacionales. Eso es lo que el gobierno de Macri ha hecho con entusiasmo. Después nos dijeron que si el proyecto fallaba eso se debía al gobierno rumano antes que a las condiciones estructurales de nuestra economía. Nos dijeron que la solución era más austeridad y cuando las condiciones externas y la demanda estructural de divisas dejaron al gobierno con una brecha de financiamiento que debía cubrir desesperadamente, nos dijeron que debíamos privatizar todo lo que fuera posible. Fue un remate a precios de descuento. Por ejemplo, hacia el final de la crisis de Rusia y el sudeste asiático, Rumania experimentó un pico en los vencimientos de la deuda externa y el FMI nos recomendó cerrar la brecha vendiendo dos grandes bancos públicos. La venta de los activos del FGS prevista en el acuerdo apunta en ese sentido 

@tomaslukin