A fines de julio, en su reporte de ganancias del segundo trimestre de 2018, Facebook dio a conocer sus ingresos que, una vez más, permiten visualizar el portentoso tamaño de su negocio. La empresa del pulgar azul facturó 13.231 millones de dólares, un 42 por ciento más que en el segundo trimestre del año anterior. De ese total, 5863 millones fueron ganancia neta.
Por su parte, la red social Twitter, hizo saber en su segundo reporte del año que por tercer trimestre consecutivo tenía ganancias para mostrar a sus inversores. La red social del pajarito, con serios problemas para encontrar un modelo de negocios, declaró 711 millones de dólares de ingresos, un 24 por ciento más que el año anterior, y una ganancia neta de más de 130 millones.
¿Los inversores descorcharon champagne? Todo lo contrario: inmediatamente luego del reporte, las acciones de Facebook cayeron 23,0 por ciento, unos 120.000 millones de dólares, en tanto Twitter vio caer las suyas 20,5 por ciento, cerca de 5000 millones de dólares.
Inversores
¿Cómo se explica que los especuladores castiguen a empresas con números astronómicos de ganancias? El problema no es el presente; sino el futuro: el extenso informe de Facebook explicaba que la cantidad de usuarios de los Estados Unidos y Canadá, los más “valiosos” en términos publicitarios, se mantuvo estable, mientras que tres millones de usuarios en Europa abandonaron la plataforma. Esta caída en el viejo continente tiene que ver, sobre todo, con el escándalo de Cambridge Analytica y la vigencia de una nueva regulación de protección de datos que limita la cantidad de información que se puede extraer de los usuarios, principal materia prima del negocio. Por ese motivo la empresa aclaró que espera un desaceleramiento en el crecimiento de los ingresos.
Pero no solo eso espantó a los especuladores: Mark Zuckerberg, creador y principal accionista de la red social (quien perdió cerca de 16.000 millones de dólares de su fortuna personal en la caída), empeoró las cosas al explicar que continuarán invirtiendo en mejorar su seguridad y monitorear los contenidos que circulan por la plataforma.
En el reporte reciente se detallaba un incremento del 50 por ciento (7400 millones de dólares) en la inversión para mejorar en ese sentido, un compromiso que el CEO asumió frente al Congreso estadounidense luego del escándalo de Cambridge Analytica. Evidentemente a los accionistas no les gustan los aumentos en los costos mientras el crecimiento de los ingresos se desacelera, aunque si esto permitiera recuperar algo de la imagen de la empresa o ayudar a un mejor funcionamiento de la democracia.
Por su parte, la buena noticia de que Twitter finalmente podía mostrar cierta estabilidad en sus ingresos no alcanzó, por razones parecidas, para detener la caída de sus acciones. Por un lado, la necesidad de responder a la nueva legislación europea y reducir la cantidad de datos que absorbe de sus usuarios europeos afectó las expectativas de los accionistas. Pero lo que pegó particularmente fue la noticia de que un millón de usuarios mensuales había dejado de tuitear.
La empresa, acusada permanentemente por la circulación de discursos de odio, la acción de trolls y bots para desestabilizar gobiernos, generar campañas basadas en noticias falsas, también debió tomar medidas para reducir la cantidad de cuentas falsas y “mejorar la salud de la red”. La perspectiva es que el número de cuentas activas se siga reduciendo debido a esta iniciativa: si no lo hace, corre el riesgo de que los usuarios “reales” tengan cada vez menos interés en participar en una red viciada.
Crisis
Estas dos empresas no fueron las únicas: Snapchat cayó cerca de un 4 por ciento, promoviendo cierto miedo de un segundo estallido de la burbuja “puntocom”. De momento, parece apresurado, sobre todo porque en aquel momento la mayoría de las empresas no daban en realidad ninguna ganancia. Pero hay una coincidencia: el problema es el futuro.
Las empresas tecnológicas son sumamente atractivas para los capitales especulativos dispuestos a moverse rápido en busca de ganancias. Las plataformas sociales, con sus modelos de negocios basados en maleable código más que en fábricas o máquinas, aumenta el atractivo. Además, existe poca relación entre inversión y ganancia, ya que estas empresas trabajan sobre todo con datos y publicidad, bienes intangibles, cuya producción está automatizada y no requiere grandes inversiones para escalar. Pero los especuladores reniegan de un futuro amecetado aún si tiene enormes márgenes: lo importante no es la estabilidad del negocio, si no la ganancia rápida que permite la especulación con las expectativas.
Por otra parte, la ambición de los accionistas pone en duda la posibilidad de que las redes sociales inviertan lo necesario para reducir significativamente la basura que circula por ellas. La tensión entre mostrar ganancias o reducir el daño social no es una novedad para las grandes empresas en general. Ahora queda claro que las corporaciones 2.0 no son la excepción.