Cada uno pasa el verano como puede o como quiere, y el profesor Timothy Garton Ash cuenta en la última edición de The New York Review of Books cómo está pasando el suyo. Garton Ash es un eminente historiador británico que enseña en Oxford y se especializa en la terrible historia de Europa Oriental, una región a la que él trata de devolverle su viejo nombre de mitteleuropa. El centro de esa región, por tamaño y por peso histórico, es Polonia, con lo que no extraña que Garton Ash hable perfectamente polaco y esté casado con una polaca. Entre sus libros se cuenta una historia de Solidaridad, el mayor movimiento disidente antisoviético, el que finalmente heredó el poder con Lech Walesa. Y en este verano del hemisferio norte, el profesor volvió a Polonia, a ver viejos amigos, a ver el gobierno del partido derechista Ley y Justicia, y a entender por qué ese gobierno pasó una ley contra la “calumnia” a Polonia que fue usada una sola vez, contra Página/12.
La primera pista surge con el autor tomando el te con el padre Leon Grygorczyk, el párroco de Byalistok, un pueblo donde el oficialismo tiene mayoría. Garton Ash quería conocer al cura desde hace un par de años porque Grygorczyk le ofició una misa al Campo Nacional Radical, un grupo nacionalista, xenófobo y de ultraderecha explícita. El párroco sirve el te bajo un retrato del papa Juan Pablo II mientras se queja de que los jóvenes ya no creen en Dios, ya no son “obedientes” y se “contagiaron” de la idea de libertad, transmitida por Europa, región que lleva a cabo una guerra contra la religión. Garton Ash pregunta cómo es eso y el cura le explica que todo está impulsado por “ciertas fuerzas” como el islam, y que “usted sabe, por detrás de estas cosas uno siempre encuentra a los judíos”.
El británico, chuzeador, le saca el tema de Jedwabne, el pueblo donde hubo una masacre de polacos judíos a manos de polacos cristianos apenas empezada la ocupación nazi. Los cargos penales presentados en Varsovia contra PáginaI12 fueron justamente por una columna de Federico Pavlovsky sobre Jedwabne publicada en diciembre de 2017 que, según la acusación, calumniaba a Polonia. Esta masacre está más que documentada, tuvo algunos pocos sobrevivientes que testimoniaron en un juicio en la posguerra que condenó a algún perpetrador, y fue relatada en detalle en varias publicaciones históricas. De hecho, es un hito en la historia del antisemitismo polaco porque no fue organizada ni llevada a cabo por las tropas alemanas, que azuzaron y dejaron hacer a los campesinos del lugar. La versión simple es que los vecinos cristianos mataron a mano a sus vecinos judíos, casi exactamente la mitad del pueblo, y quemaron vivos a muchos en un granero.
El cura Grygorczyk duda de esta versión. “Todavía no está claro quién mató a los judíos ahí”, dice, y agrega que el ex presidente Alexander Kwasniesk, que se disculpó públicamente por la masacre en 2001, “tiene familia judía”. Y el también ex presidente Bronislaw Komorowski, que también afirmó que la masacre había ocurrido, “tiene una mujer judía”. Para el párroco, los judíos están atrás de la exigencia alemana de que Polonia acepte una cuota de refugiados africanos, “un complot para debilitar a Europa”.
Garton Ash aclara que no hay que quedarse con las palabras del cura como ejemplares del alma polaca porque eso sería quedarse encerrado en dos estereotipos sobre Polonia. Uno es el neoyorquino, que afirma que todo polaco en el fondo es un nacionalista polaco y antisemita. El otro es el de París, que dice que Polonia y el resto de Europa oriental nunca participó realmente de la Ilustración y que ahora está revertiendo a su formato original, autoritario y despótico a la manera asiática (es decir, rusa). Para este historiador, que conoce bien las tragedias de esa región, Polonia es apenas un caso particular de la epidemia de autoritarismo que parece recorrer el mundo, de Hungría a Estados Unidos, de Italia a la Francia que vota a Le Pen.
En el caso polaco, el centro de la epidemia es un sesentón soltero que no ocupa ningún cargo pero detenta un enorme poder, Jarowlaw Kaczynski. Con su hermano gemelo Lech, Kaczynski trabajó décadas construyendo un partido de derecha, el Ley y Justicia, que en 2005 llegó a la presidencia pero no a la mayoría en el Parlamento. Lech se mató en un accidente aéreo siendo presidente y, más allá de las teorías conspirativas que siguen abundando, algo cambió en el partido, algo se hizo más duro. En 2015, Kaczynski llegó al poder ganando una mayoría parlamentaria autónoma y poniendo a un dócil militante, Andrezj Duda, en la presidencia. Lo que era una deriva hacia el autoritarismo conservador se aceleró hasta parecer una contrarevolución antidemocrática.
Como Polonia era en cierto sentido la joya de la corona para la Unión Europea, Garton Ash se pregunta por qué la historia terminó asi. Después de todo, los salarios polacos subieron un cincuenta por ciento en términos reales desde 2004, cuando Polonia entró en la Unión, y todos los índices Gini muestran ua disparidad de riqueza mucho menor que en Gran Bretaña o Estados Unidos. Un problema fue el brutal cambio de treinta años de socialismo real a una libertad de mercado –“se pasó del autoritarismo estatal al privado, en el lugar de trabajo”– que terminó siendo la libertad más importante en el discurso político. Los que perdieron con el cambio, perdieron de verdad sin que esta nueva Polonia hiciera mucho por ellos.
Los progresistas criticaron todo esto y lo criticaron bien, señalando que dos millones de polacos se tuvieron que ir a buscar empleo al extranjero. Pero Kaczynski ofreció un sentido de “comunidad nacional”, de “diferencia” con una Unión Europea donde el aborto y el matrimonio igualitario son legales, donde no se menciona todos los días a Cristo, donde los poderosos ni siquiera se enteran de que existe el pueblo. Internamente, Ley y Justicia se adelantó a Trump en denunciar a las elites intelectuales, a los medios, a un supuesto establishment dedicado a gobernar para sus propios intereses y no para la nación. La palabra “patria” volvió al lenguaje público. El partido no se concentró tanto en asuntos económicos como en sociales, proponiendo una “redistribución de la dignidad” que caló hondo y ganó votos.
Parte de esta redistribución pasa por el rechazo a la “pedagogía de la vergüenza”, la contraparte política del concepto neonazi alemán del Schuldkult, el culto de la culpa, que sería una herramienta para mantener a los alemanes en eterna desventaja moral por el Holocausto. En el caso polaco, la ley votada en febrero, usada contra PáginaI12 el mismo día en que fue firmada por el presidente, y modificada el mes pasado por la muy fuertes protestas internacionales, fue pensada para punir a quien sienta o crea que hay que sentir vergüenza: la nación polaca fue nada más que víctima de los nazis invasores, el resto es cuentos.