Diciembre es una tragicomedia financiera. Vertiginosa como pizarra de Microcentro, voraz como interés de letras públicas. Es una historia de miserias y ambiciones desmedidas que llaman a la desgracia con el ruido de protesta social de fondo. Todo transcurre en una cueva de dinero, de esas donde la plata parece pesarse más que contarse y donde pasan billetes nunca del todo limpios. En ese escenario mínimo circulan el financista Alfredo (Diego Leske), su secretaria y amante (Florencia Sacchi) y “Pajarito” (Matías Corradino), una suerte de “Mente brillante” que puede predecir fluctuaciones en la cotización del dólar.
El espectáculo se presenta todos los viernes a las 21 en Nün Teatro Bar (Juan Ramírez de Velazco 419). La obra funciona a muchos niveles. Y uno de sus principales méritos es su economía de recursos. En Diciembre cada gesto, cada línea de diálogo tiene un sentido más allá de sí mismo y aporta a la construcción general de la obra. Incluso cuando, con evidente decisión, busca difuminar las marcas temporales que atan su contexto al de la macroeconomía argentina. Su nombre remite a la crisis de 2001, claro, pero la acción podría transcurrir en cuatro meses o a fines de 2017 y la idea de fondo se sostendría igual. En un país de cataclismos financieros cíclicos y buitres sacando tajada con información privilegiada, la transfugeada de los protagonistas parece ser un “bussiness as usual” que termina mal para todos los involucrados.
Allí aparece otro de los méritos de Diciembre. Las caracterizaciones son muy buenas, si bien prototípicas. Leske (quien también es codramaturgo de la obra) interpreta a la perfección a Alfredo, un garca de camisa clara y pantalón caqui y sus modos oscilan entre el menemismo rancio (minigolf de oficina incluido) y la actitud de quien se siente dueño del país por mera portación de apellido y abusa de sus empleados en todo sentido posible. Selva, la secretaria correntina que encarna Sacchi grita aspiracionismo y disforia de clase desde el minuto uno, con su blusa de animal print y la correspondencia con su jefe por cierto erotismo bursátil. Entre ambos hay una historia que se remonta al padre de Alfredo y una disputa por la financiera, por “Pajarito” y por la propia secretaria. “Pajarito” mismo está esclavizado en un archivero, con su genio, su ásperger y su traje de ninja plateado.
Lo notable es que aunque la dinámica entre los tres puede resultar predecible al poco de comenzar, todo en la hechura contribuye al disfrute del espectador: su resolución, el ritmo con el cual la dramaturgia despliega la historia de los personajes, las soluciones escenográficas, ciertos detalles que la aleja del mero retrato de la realidad, la química entre los actores, su ritmo impecable y su sentido del humor, que está presente, pero no se come a la obra.
La acción transcurre a lo largo de tres días en los que Alfredo está por hacer un negocio multimillonario que lo librará de deudas y restaurará el apellido familiar al libro blanco de la oligarquía nacional. Todo gracias a las predicciones de su genio matemático esclavo (“no tengo la más puta idea de cómo funciona”, dice). Su personaje sintetiza lo más vergonzoso de la aristocracia local: displicente con quienes construyen su fortuna, amarrete hasta en las propinas (“¿acabás de ganar 470 millones y ‘esto’ te parece generoso?”, le reclama con justicia Selva) y ciego al desmadre que volverá a tirarlo al piso. Un retrato implacable de la patria financiera que, encima, depende de divisas y está al servicio de capitales transnacionales.
Y así, dramático como suenan los párrafos anteriores, Diciembre también es una obra divertida, sobre todo en la introducción y el nudo, con un humor que pasa mucho más por la actuación de Leske y Sacchi que estrictamente por lo que dictan los diálogos entre los personajes. La temprana escena del orgasmo a medida que asciende la cotización del dólar pinta a los personajes de cuerpo entero y establece un tono inequívoco con el espectador. Es que el goce a cuenta de terceros siempre se paga con intereses.