De los locos que hubo en el fútbol, casi todos fueron jugadores de campo. Uno de los pocos arqueros que entra en el concepto de locura fue Hugo Orlando Gatti, símbolo de Boca durante los ‘70 y ‘80. Idolo indiscutido hasta que el tiempo pasó e hizo lo suyo. Su apoyo al radicalismo a mediados de los 80 también ayudó a que La 12 le quitara apoyo. Había sido campeón en el ciclo del Toto Lorenzo en los ‘70. Fue el primero en usar una publicidad en su buzo; que dicho sea de paso era de color rosa cuando usar ese color era todo un atrevimiento. Le peleó la titularidad del seleccionado campeón del Mundo en el ‘78 nada menos que al Pato Fillol, quien se quedó con el puesto. De puro orgullo, El Loco Gatti dijo que se bajaba por un problema en la rodilla. Usaba el pelo largo y nunca dejó de vestirse como adolescente. Siempre andaba tostado. Era un personaje dentro y fuera de la cancha. Tenía una máxima: si sabía que no llegaba a determinada pelota, nunca se iba a tirar para la foto. Y jamás dejó de decir que era el mejor.
Tenía 44 años cuando jugó su último partido profesional, el 11 de septiembre de 1988, ante Deportivo Armenio. En la Bombonera tuvo un error que aprovechó el delantero Silvano Maciel para anotar el 1 a 0 final. José Omar Pastoriza, el técnico llegado del Independiente campeón de todo, hizo de verdugo: desde el partido siguiente puso al ascendente Navarro Montoya, quien en base a buenas actuaciones también se convirtió en ídolo de Boca.
Fanático de Boca, el escritor Martín Kohan recordó aquella última tarde de Gatti en una entrevista para El Gráfico: “Lo viví muy mal. En aquel partido contra Armenio en el que El Loco se equivocó, además había una mala defensa. Pagó los errores ajenos. Yo tenía 22 años, pero el mismo fervor que a mis 9 o 10, cuando era el arquero del Boca campeón del mundo, en el ‘77. Cuando me tocaba atajar, lo copiaba: vincha y bermudas”.
Es cierto que nadie tiene garantizado nada por más ídolo que sea. Pero nadie borrará de la historia boquense a Gatti, aunque la suya no fue la despedida que merecía. En ese momento dijo que se buscaría otro club pero dejó el profesionalismo. Dos años después, los dirigentes le cerraron las puertas de La Bombonera hasta para que tuviese su partido homenaje. Que al final se jugó en Vélez.
El arco de Boca no es para cualquiera. Sólo unos pocos se hicieron un lugar en la historia grande del club bajo los tres palos que, desde ahora, defenderá el mendocino Esteban Andrada, el muy buen arquero que llegó desde Lanús. Viene como reemplazante de Agustín Rossi, quien aunque fue campeón y contar con el apoyo del técnico, Guillermo Barros Schelotto, cometió errores que provocaron la desaprobación de hinchas. De esta forma, Rossi deberá pelear no sólo con su colega, sino también con sus propios fantasmas. No le será sencillo.
Carlos Fernando Navarro Montoya hizo una gran carrera en Boca. Un año después de acentuarse como titular fue campeón de la Sudamericana. También fue el arquero del recordado equipo del Maestro Tabárez. Su etapa boquense estuvo signada por el gran momento de José Luis Chilavert en Vélez. A punto tal que los partidos entre Boca y Vélez se destacaban también por el duelo entre ambos arqueros. Nacionalizado colombiano, se ilusionó con defender los colores de Argentina. Pero no pudo ser. La llegada –pero sobre todo las diferencias– de Carlos Bilardo marcó un cierre a su ciclo en Boca. Bilardo lo borró casi de un plumazo y en su lugar puso al juvenil Sandro Guzmán. Guzmán se mostró por demás confiado pero los errores le fueron quitando solvencia, hasta que la situación no dio para más y se fue de Boca por la puerta de atrás.
El colombiano Oscar Córdoba fue quien recuperó la confianza de los hinchas y del técnico, Carlos Bianchi, en el puesto. Apertura 98, Clausura 99, Apertura 2000, Libertadores e Intercontinental en el mismo año y Libertadores en el 2001 lo convirtieron en ídolo. Cuando se fue, el lugar lo ocupó el agazapado Roberto Abbondanzieri. Córdoba lo eclipsó pero luego le quedó el camino libre para afianzarse en el puesto. También llegó a la Selección dirigida por José Pekerman en el Mundial de Alemania, en 2006. Con Boca ganó todo, hasta que se fue al Getafe español. Volvió en 2009 y en 2010 se fue otra vez. Desde entonces y hasta hoy, sólo Mauricio Caranta y Agustín Orión se identificaron con el puesto.
¿Mérico o Américo? ¿Tesoriere, Tesorieri o Tesoriero? Depende de quién lo diga y de a quién se lea. Pero en las generales Américo Tesorieri pasó a la historia como el primer gran ídolo del puesto. Nació en el barrio, debutó en Boca a los 18 y fue la figura del equipo que ganó el campeonato del ‘26, cuando sólo le hicieron 4 goles. Boca anotó 67. Además atajó en la Selección. Se fue del fútbol a sus 30 con 14 títulos ganados pero se quedó en el barrio para siempre. La ingratitud no empezó con Gatti. Tesorieri también se peleó con los dirigentes. Fue allá por el 22. De orgulloso, dijo adiós; un año después volvieron a buscarlo, le pidieron disculpas y él regresó para seguir tapando el arco. Cuando alguna vez les hablen de un canto futbolero (naif para estos tiempos) que decía “Tenemos un arquero que es una maravilla, ataja los penales, sentado en una silla”, sepan que se inventó en homenaje a Tesorieri.
Chaqueño, a Julio Elías Musimessi le decían Gato por cómo volaba o Arquero cantor por sus condiciones artísticas: hizo radio, cine y teatro. Atajó en Boca 155 partidos entre 1953 y 1959. Fue la gran figura del equipo campeón del ‘54. Amaba la música litoraleña y se ganó el corazón de los hinchas no sólo con atajadas, sino también con un chamamé muy popular en el que entonaba “Dale Boca… dale Boca… el cuadrito de mi amor…”.
Otro que tiene un lugar de privilegio es Antonio Roma, quien entre 1960 y 1972 defendió el arco de Boca en 303 partidos. El Boca-River de aquellos años no se podía escindir del Antonio Roma-Amadeo Carrizo. También atajó para la Selección nacional en los mundiales del ‘62 y ‘66; justamente sus mejores años en el puesto. Fue campeón con Boca en el ‘62, ‘64 y ‘65. Pero siempre se lo recordará por el penal que le atajó a Delem, el 9 de diciembre del ‘62. Esa tarde, en la que Boca y River llegaban igualados en la punta con 39 unidades, los xeneizes ganaron en La Bombonera 1 a 0. Pero el resultado podría haber cambiado porque River tuvo un penal a su favor a cuatro minutos del final. Roma lo atajó y, literalmente, se recibió de ídolo. Una fecha después Boca le ganó a Estudiantes 4 a 0 y fue campeón. Con los años, Delem y Roma se hicieron íntimos amigos.
Y si no hubiese sido por Roma, otra habría sido la suerte de Rubén Omar Sánchez, quien salió de las inferiores pero siempre estuvo a las sombras de su colega, con el que recién a fines de los ‘60 pudo alternar en el puesto. Sánchez fue el gran arquero del Boca campeón del ‘69 y ‘70. Se quedó hasta el ‘75, cuando lo reemplazó Gatti.
Va un último nombre: ¿qué lugar ocupará en la memoria del hincha de Boca el formidable Carlos Alberto Rodríguez? Alto, flaco y volador, le decían La Pantera. Atajó casi todo el campeonato del ‘81 que Boca ganó con un equipazo –Maradona, Brindisi y Perotti, entre otros– ante el inolvidable Ferro de Griguol. Lo dirigía Silvio Marzolini, quien puso a Rodríguez como titular por una lesión de Gatti. Cuando El Loco estaba en condiciones de volver, Marzolini lo mantuvo en el puesto. Hasta que en las últimas cinco fechas recurrió a Gatti.
Ahora que empieza un nuevo campeonato, y así otro capítulo en la historia del fútbol nacional, Boca, el gran candidato, tiene una nueva carta para ese puesto tan ingrato como increíble. No en vano escribió el mexicano Juan Villoro: “cada posición futbolística determina una psicología. El portero es el hombre amenazado; en ningún otro oficio la paranoia resulta tan útil. El número uno es un profesional del recelo y la desconfianza: en todo momento el balón puede avanzar en su contra”.