El nombre de Walter Benjamin se encuentra asociado a la fama póstuma. Así comienza a describir su amiga Hannah Arendt a Benjamin en su libro Hombres en tiempos de oscuridad. Esa fama póstuma no obedecía según Arendt a la ignorancia de la sociedad o la incomprensión respecto de su genio intelectual, sino a la imposibilidad de “clasificar” sus trabajos y por ende su pensamiento. En una sociedad que exige rótulos, etiquetas y clasificaciones de las personas, las ideas, los objetos e inclusive los propios cuerpos, el ejercicio de pensamiento benjaminiano resulta casi inadmisible. 

La “inclasificabilidad” del pensamiento de Benjamin ha sido confundida a menudo también con la “no sistematicidad”. Sin embargo, esto resulta un error. Por el contrario, los trabajos de Benjamin poseen una profunda sistematicidad en la cual se pueden observar tópicos recurrentes.  Entonces, ¿por qué supuestamente no posee sistematicidad? La respuesta reside en el modo de abordaje de esos tópicos o problemas. Los trabajos de Benjamin no se encasillan en un área de conocimiento. Obras que en una primera instancia parecieran ser de teoría estética o filosofía rápidamente desbordan esos campos mostrando que también son obras con contenidos de teoría política, epistemología e historia entre otros. Esto no significa que el método de análisis no importa sino, por el contrario, que un problema no puede ser reducido a un sólo campo del conocimiento. 

En lo que respecta a los temas centrales de la obra de Benjamin, durante muchos años ha primado una visión sesgada. ¿Por qué? Se sostenía que en su obra había una primacía de temas vinculados al campo del arte abordados desde una fusión entre marxismo y teología judía. Sin embargo, a partir de los trabajos de Susan Buck-Morrs, Samuel Weber, Jacques Derrida y Giorgio Agamben fue posible visualizar la centralidad de problemas eminentemente políticos en la obra benjaminiana. Principalmente en lo que respecta al derecho y la justicia. Esta línea ha sido continuada por Werner Hamacher, James Martel y Peter Fenves. Ellos han mostrado también la centralidad que tiene en las obras de Benjamin la reflexión sobre los “sujetos políticos”.  Por otro lado, todos estos trabajos han mostrado también el profundo dialogo polémico entre Benjamin y los pensadores conservadores de su tiempo como Carl Schmitt y Ernst Jünger entre tantos otros. 

El reposicionamiento de Benjamin como pensador político permite trascender las clasificaciones reduccionistas que lo “rotulan” como crítico cultural, filósofo del arte o intelectual judeo-marxista. Bajo esos rótulos, la obra benjaminiana sólo sería relevante para la filosofía, la sociología de la cultura, las artes y en el mejor de los casos para la comunicación social. 

Perdiendo de vista la relevancia que tiene su obra para otros campos del conocimiento como la teoría política, el derecho, entre otros. Pero aún más, pierden de vista que el principal tópico que atraviesa toda la obra de Benjamin es político. Dicho tópico es la tensión entre “estetización” y “politización”. Entendiendo por “estetización” y “politización” dos modos de comprender el pensamiento y la praxis del orden político. “Estetización”, el orden político pensado y actuado como una totalidad homogénea. O sea, como una forma estética que no permite pensar la politicidad, que es siempre del orden de la heterogeneidad. “Politización”, el orden político pensado y actuado como una totalidad heterogénea en el cual las instituciones deben estar abiertas a ser resignificadas por la dinámica de las luchas sociales. 

En un contexto nacional y latinoamericano en el cual vislumbramos gobiernos neoconservadores que intentan reducir la política al status quo, por un lado. Y por otro, un campo popular heterogéneo que busca articular la pluralidad de las luchas para romper con la estetización de esos gobiernos neoconservadores. Benjamin se nos devela como un pensador crucial a la vez que profundamente actual.