La calle habló durante todo el día. Fue un ir y venir entre debates que todavía sucedían, escuchando las voces de diputadas y dirigentes de América latina que llegaron para observar un debate decisivo para la vida de las mujeres en todo el mundo, porque el mundo está observándonos, porque Argentina es un centro que despide vientos feministas a las regiones más lejanas. Nos seguimos escuchando entre nosotras, entre nosotres, porque sabemos poner palabras ahí donde otros ponen dogmas, donde otros imponen poder concentrado, ahí mismo, la calle puso su palabra, reinventando canciones, reescribiendo una historia demasiado larga de clandestinidad y vergüenza, una historia que conserva la memoria del genocidio de las brujas y que se rebela contra la muerte gritando: somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar. Porque alguna vez a las mujeres nos quemaron por tomar decisiones sobre nuestros cuerpos, nos quemaron porque nos reuníamos entre nosotras, porque nuestra capacidad reproductiva necesitaba ser apropiada para reproducir sólo fuerza de trabajo. No nos olvidamos de eso. Es el mismo poder que ahora presiona a lo más rancio –rancio porque huele mal– de la dirigencia política para que decida en contra de las mujeres. El mismo poder que siempre estuvo en contra de todas las libertades. La Iglesia Católica y las iglesias evangélicas pretenden hablar por nosotras; usan su poder de veto porque se sienten amenazadas, porque no tienen cómo sostener la moral que proclaman cuando su institución está corrupta de pedofilia, de abusos contra las monjas, de organización patriarcal donde las mujeres no tienen ningún poder. Pretenden arrebatarnos nuestras vidas, nuestros placeres, nuestros deseos; pretenden ocultar lo que es una evidencia concreta: la maternidad tiene que ser deseada y es por eso que abortamos. Lo hicimos por muchos años con vergüenza, con temor por la criminalización, con miedo a no saber si estábamos en manos de quién sabía lo que hacía. Lo hicimos, abortamos en la clandestinidad, porque eso es defender nuestra libertad. Y a la libertad no se la pide, se la toma, se la persigue. Pero ya no queremos poner más en riesgo nuestra vida, no tiene sentido, nuestra insumisión es esa: defender nuestras vidas como cada vez que decimos #NiUnaMenos. Basta de femicidios. Basta de femicidos de Estado, que eso y no otra cosa es cada mujer que ha muerto o que muere ahora mismo por tener que recurrir a un aborto inseguro.
¿Qué argumento pudieron poner los antiderechos? ¿Qué argumento de peso se pudo escuchar en estos meses de debate que tuviera la fuerza suficiente para contradecir que nosotras, nosotres necesitamos soberanía sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas para no ser ciudadanas de segunda? Si no podemos decidir sobre nuestros cuerpos, como dijo Simone de Beauvoir, somos sencillamente esclavas.
Y sin embargo, mientras ocupamos la calle el día de ayer, acompañándonos, consolando el cansancio de meses y meses de movilización con abrazos, calentando los corazones con mate, y con algún otro trago espirituoso, poniéndole el cuerpo al clima que fue adverso, a la lluvia que después de insistir durante toda la tarde arreció cuando la noche empezaba a cerrarse, en el Senado se dijeron cosas brutales: se relativizó la violación, como si tal cosa pudiera ser sin violencia en boca del senador de Salta Rodolfo Urtubey, algo que no debería ser dicho, que no puede ser más que un delito decirlo, por su lugar de responsabilidad, de representación, por el lugar que le toca en este mismo momento cuando la vida de las mujeres y de todas las personas con capacidad de gestar es lo que se juega.
No pasa inadvertido. No nos olvidamos ni nos olvidaremos. Esa acción del senador Urtubey deja expuesto el pacto patriarcal que desoye la voz de la calle y las horas de sólidos argumentos que se desplegaron para llegar a este momento. Y no sólo eso, ataca, directamente, a todas las que se movilizaron, se emocionaron, hablaron, discutieron, demandaron por los derechos de todas, de todes. Nada se olvida, todo está clavado en nuestra memoria. La vicepresidenta anunciando represión cuando seguía llegando gente a todas las calles que no estuvieron cercadas por la puesta en escena de un esquema de seguridad que pretende amenazarnos con conflictos armados entre antiderechos y la fuerza popular. Como si no quedara claro que la demanda del movimiento feminista es al poder político y no a quienes creen que no es bueno abortar. Porque no obligamos a nadie, solamente estamos ampliando derechos para quienes quieren ejercerlos.
Son las diez de la noche, la discusión en el Senado todavía sigue, en el país se escucha ruido de cacerolas. Es el ruido de la crisis de representación que esta demanda que no parece ser escuchada en el ágora política pone en escena. No será sin consecuencias. Porque a la clandestinidad no se vuelve, aborto se dice en voz alta, las maternidades serán deseadas o no serán. Y la revolución que estamos gestando, sin dudas, es feminista.