En la pesada herencia que dejará este Gobierno, cuando sea que se vaya, no sólo figurarán el asfixiante endeudamiento externo, el cruel desmonte del Estado y la sensación de que los ciudadanos quedaremos librados a la miserable vida que nos concederá “el mercado” como propina. También aparecerá un inciso angustiante pero poco divulgado: la desaforada estimulación de agrotóxicos que dejarán nuestros suelos narcotizados por el abuso de pesticidas contaminantes. Esos que generan desde ríos rebalsados y tierras endurecidas como vidrio hasta tomates con gusto a plástico y pollos oliendo a perro húmedo, pasando por pibes malformados y agentes cancerígenos tuteándose entre la gente.
El mes pasado, los ministerios de Salud, Medio Ambiente, Agricultura y Ciencia y Tecnología se proclamaron en conjunto a favor del uso intensivo de glifosato en zonas pobladas, algo que Estados Unidos y la Unión Europea rechazan por las desastrosas consecuencias que este herbicida de fabricación privada y uso récord en Argentina deja en humanos, animales y plantas. Los ministros se apoyaron en informes de las empresas que fabrican esos productos, ignorando en cambio los cientos que describen una por una las secuelas del monocultivo, el empastillamiento obsceno del suelo y la aplicación de determinados pesticidas.
Estos últimos provienen –no por casualidad– de organismos degradados por el Gobierno actual como el Conicet, distintas universidades nacionales y hasta algunos rebeldes del mismo Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria que el año pasado, en una circular interna que divulgó Página/12, le prohibió expresamente a sus empleados el uso del término “agrotóxicos”, sugiriendo en su lugar eufemismos tales como “agroquímicos” o “productos fitosanitarios”.
Algo de esto relata Toda la sangre en el monte, documental de reciente estreno donde ese micromundo espeso y difícil de totalizar se revela en retazos de verdad alrededor de los asesinatos de los jóvenes santiagueños Cristian Ferreyra y Miguel Galván entre 2011 y 2012. Ambos pertenecían al Movimiento Campesino de Santiago del Estero, un grupo territorial que desde principios de los ‘90 intenta organizar colectivamente a los trabajadores rurales del interior de la provincia y, en otro orden no menor, respetar los ciclos de cultivo de la naturaleza. Justamente lo que adultera la industria agroquímica forzando los tiempos y necesidades biológicas de la tierra.
Esta película es la primera como realizador para Martín Céspedes, aunque originalmente fue pensada como una simple nota periodística. Céspedes tiene 34 años y lleva varios trabajando en revista Crisis, para la cual quiso hacer un breve contenido audiovisual sobre esos crímenes. Pero cuando viajó por primera vez a Santiago del Estero se encontró con una historia que merecía otro tratamiento. Toda esta sangre en el monte dura 72 minutos y viene a ampliar un trabajo que (con el mismo nombre, pero otra edición y una duración menor) publicó en 2012.
Las dos muertes que narra ocurrieron en Monte Quemado, un pueblo rural de 12 mil habitantes al norte de Santiago, cerca del límite con Salta. El Mocase señaló en ambos casos a sicarios de empresarios rurales que se oponen a lo que el movimiento predica, que va desde la redistribución de la tierra hasta la impugnación de los mismos pesticidas que les causan severos problemas de salud a las poblaciones cercanas.
Si bien la película gira en torno a estos crímenes, el relato toma volumen con el contexto que reseña: la desigual relación de fuerzas entre agricultores manuales y orgánicos frente a empresarios privados abastecidos por químicos de factoría multinacional. Un recorte pequeño pero gráfico de la fiebre del monocultivo transgénico que cunde en todo el país a manos privadas y en tierras de propiedad dudosa y discutida, favorecida además por una legislación amiga o débil, el aval del poder judicial y, como si fuera poco, el amparo de las fuerzas de seguridad públicas que dejan impunes dos crímenes. El de Ferreyra y Galván entendidos como uno solo pero repetido (en ellos y tantos otros), y el que perpetran todos los días contra los que no tenemos a mano otra opción más que alimentarnos con su basura contaminada.
* Proyecciones todos los días a las 13.20 y a las 20.20 en el cine Gaumont, Avenida Rivadavia 1635.