Desde las 10.30 de la mañana, en el Senado, entre quienes respaldaban el proyecto, la pregunta era una: qué pasará después de terminada la sesión. Y sin embargo, impulsores del aborto legal y antiderechos compartían también –con alguna excepción– una reflexión: lo seguro es que hoy ya no será igual, porque, como dijeron senadoras y senadores, la sociedad no es la misma después de estos más de cinco meses de debate sobre la legalización. Tal vez por ese impulso, cuando habían pasado más de diez horas de sesión, el santafesino Omar Perotti intentaba impulsar su proyecto (una suerte fallo FAL traducido en ley) y decía que “no dejemos a Argentina en el mismo lugar que antes que el debate”; y un poco después, la neuquina Lucila Crexel acotaba: “No podemos dejar las cosas en el mismo estado que hace cinco meses. Alguna alternativa hay que brindar”. Para entonces, algunas senadoras y senadores –los menos– se animaron también a cuestionar el rol de la Iglesia en el tratamiento del proyecto. “No advertimos que estábamos ante apetencias de un sector insaciable”, señaló el cordobés Ernesto Martínez, que mencionó con nombre y apellido al arzobispo porteño Mario Poli. “Les pregunto a todos y me pregunto a mí: ¿qué vamos a hacer? ¿Qué vamos a hacer mañana? ¿Vamos s seguir penalizando a la mujer cuando llegará al hospital con un aborto provocado en situación de riesgo? ¿Vamos a surgir haciendo eso?”, había dicho horas antes, durante una intervención tan vehemente (“me da miedo que le haga mal”, observó la vicepresidenta Gabriela Michetti, que la interrumpió para decírselo) la tucumana Beatriz Mirkin. “Esto sale. Si no es hoy, será mañana”, advirtió en su cierre el neuquino Marcelo Fuentes, tras otra intervención también intensa. “Más temprano que tarde, va a ocurrir”, dijo en su cierre el misionero Maurice Closs. Pasadas las dos de la mañana, en uno de los últimos cierres de la sesión, lo ratificó el rionegrino Miguel Angel Pichetto: “El no seguramente va a ganar esta noche, pero el futuro no les pertenece”.
A las inmediaciones del recinto desde la calle llegaban sonidos de los escenarios verde y celeste, y en el Senado flotaba la convicción de que los números no alcanzarían para aprobar el texto respaldado por la Cámara de Diputados, pero que el paso había sido enorme.
La sesión transcurrió en un Congreso vallado y con medidas de seguridad extremadamente rigurosas inclusive dentro del palacio. Tal inéditas resultaron que el ingreso de las diputadas del grupo de Las Sororas, que impulsaron el proyecto en la Cámara Baja, tuvieron un altercado con empleados de seguridad: la orden (luego fracasada) había sido no dejarlas pasar. Tan imperativa era la instrucción que uno de los empleados de seguridad terminó por poner su brazo a la altura del cuello de una de las diputadas, delante de toda la prensa acreditada que a esa hora ya se encontraba cubriendo la sesión desde el Salón de las Provincias, por donde las legisladoras buscaban entrar.
Los argumentos en contra transitaron los caminos ya repetidos durante las audiencias informativas del plenario: el debate por la constitucionalidad, la posibilidad de plantear “adopción de personas por nacer”, la presunta imposibilidad de reconocer la legalización sin entrar en colisión con tratados internacionales. De a ratos, la presidencia estuvo a cargo de Federico Pinedo; en otros momentos, presidió Michetti, quien terminó protagonizando algunos intercambios involuntariamente cómicos (como el de su preocupación por Mirkin) y otros indudablemente ríspidos, como cuando impidió que la mendocina Pamela Verasay terminara su intervención porque, dijo, se había excedido en tiempo, lo que provocó el reclamo del formoseño Luis Naidenoff porque a oradores contrarios a la ley no le había marcado el reloj de manera tan implacable. “Me toca a mí conducir, no a usted”, dijo Michetti. “Usted conduzca pero deje cerrar, presidente”, replicó el formoseño. Verasay no pudo cerrar.
Casi a las dos de la mañana, Pichetto recordó leyes sancionadas durante el kirchernismo y añadió que “la IVE debería haber sido previo, este tema se nos pasó. Tal vez le tuvimos miedo a posiciones dominantes, como la iglesia”. “Quiero rescatar a un hombre valiente, el doctor Ginés González García”, que “luchó contra la ignorancia, contra la brutalidad de algunas manifestaciones”. “Había un obispo castrense que lo quería tirar al rio. Frente al silencio de toda la conducción de toda la Argentina”, señaló y recordó que luego, durante el debate por matrimonio igualitario, se dijo que “el diablo andaba caminando por las calles de Buenos Aires”.
“La clandestinidad tiene la marca del negocio y el sello de la desigualdad”, dijo en el final Luis Naidenoff. Añadió: “¿cuál es el nivel de la diligencia política para soportar los pisos de indignidad?”.