Pusimos todo en el barro. No sólo nuestros pies chapoteando bajo la lluvia. No sólo nuestros cuerpos apretados unos a otros porque no entrábamos en el centro de la ciudad. Pusimos nuestra energía, nuestro deseo, nuestras ganas de cambiar la historia. Pusimos nuestra alegría, nuestra rabia.

¿Fuimos ingenuas creyendo que el Estado nos regalaría una ley que garantizara nuestro derecho a decidir, nuestra capacidad de autonomía?

No. No fuimos ingenuas. Sabíamos –sabemos– que el camino no comienza ni termina en el Congreso, en el poder del Estado, ni en una ley. Sabíamos –sabemos– que la autonomía se ejerce cotidianamente. Pero no creemos en el individualismo liberal que hace de la autonomía el camino de la fragmentación. Creemos en la fuerza de la lucha colectiva y comunitaria.

Ahora, el día después, algunas compañeras que estuvieron muy poco en las calles acompañando la pueblada feminista, sacan la voz con palabras que tenían atragantadas, para recordarnos la necesidad de prescindir del Estado para hacer nuestros propios caminos de vida y libertad. Las feministas populares respetamos esta opción, pero no es la que elegimos. Decidimos caminar, correr, caernos y levantarnos junto a las miles y miles que salimos a las calles a gritar ¡qué sea ley! Porque al tiempo que cultivamos la autonomía individual –y de los pequeños grupos y colectivos–, queremos asegurar que la revolución sea para todxs. Nuestra apelación a la ley no refiere a una confianza en la institucionalidad patriarcal, sino a un modo más que encontramos de ejercicio de la autodefensa feminista. No queremos mujeres presas o muertas por abortar, porque nuestro mensaje feminista y nuestras colectivas no llegaron a tiempo para evitarlo.

Esa marea verde no es un error. Es una de las caras de nuestra revolución feminista. Es lo que hay que cuidar, para ir por más. Y cuando digo ir por más, no me refiero a tantas nuevas leyes, sino a hacer irreversible este modo de estar antipatriarcal, esta descolonización de saberes y prácticas, esta ruptura del ghetto individualista que se escuda en el “yo te dije que no se puede”.

A los antiderechos les decimos que se cuiden. Que a la clandestinidad no volvemos nunca más, aunque ya sus voceros andan pidiendo nuestras cabezas.

A los compañeros de otras luchas que no pueden disimular la incomodidad que les genera esta ola verde y violeta, entrando con fuerza de tsunami en las casas y en las camas, les decimos que no nos tranquiliza ni nos atemoriza un resultado adverso, sino que nos desafía a hacer más profunda y radical nuestra revolución.

A las compañeras que nos dan consejos sin caminar codo a codo, sin sentir el agotamiento en las voces, en los cuerpos, en las manos, les decimos que así no vale. Las invitamos amorosamente a que respiren un poco del oxígeno que estamos fabricando con nuestros modos de caminar cruzando fronteras, y tal vez después los consejos puedan tener más fuerza, más claridad, y resultarán más audibles.

A las compañeras que anduvieron con el alma en la boca frente a los consulados y embajadas argentinas en todo el mundo, las abrazamos apretaditas a nuestros corazones, y temblamos con ustedes los dolores y esperanzas del andar.

A nosotras, a nosotrxs, que nos venimos encontrando, hablando, pensando alucinadamente siempre qué más hacer para cambiarlo todo, que nos miramos unas a otras como enamoradas y nos decimos gracias, que lloramos y reímos como locas, que nos mojamos y nos enfriamos y nos sentimos arder, no tenemos nada que decirnos. Ya nos estamos encontrando de nuevo en las calles. Y sabemos... porque aprendimos de otras brujas mayores, que “lo imposible sólo tarda un poco más”. Y que lo imposible no es una ley. Que es la trampa en la que el poder queda atrapado, cada vez que cree que nos tienen acorraladas.