a Fiona Sze-Lorrain

Derramándose en la mirada hay música recíproca… y el/la/le  encuentro/caricia empieza.

La esclavitud autónoma me debía varias vacaciones, no necesitaba la pastillita azul, pero las rodillas ya me hacían “crac, crac”;  así que aproveché el último diciembre, cuando el dólar todavía estaba a 19,60, comprar pasajes y poder terminar un trabajo pendiente: una novela que transcurre en Francia y Entre Ríos. El protagonista es Juanele Ortiz. En una imprenta de calle Ocampo me habían contado la anécdota: el poeta entrerriano anhelaba conocer París y en su juventud había viajado como polizón en una balsa que transportaba ganado en pie a Europa. Belle Époque. Al llegar al puerto de Marsella,  es descubierto y obligado a regresar a Argentina. En mi novela, Juanele logra evitar controles y es cobijado por la familia de un pescador en el barrio Le Panier. La Primera Guerra había terminado hacía menos de un año, el poeta incipiente pasa unos meses por distintas ciudades antes de poder llegar a París y empezar a trabajar como traductor para el Partido Comunista francés. Puerto Ruiz, Gualeguay, Marsella, París en algo más de cien páginas. Faltaba el final. ¿Participaba de la Guerra Civil Española? ¿El flaco entrerriano era abatido por los nazis siendo un maquis? ¿Sería más poeta que militante? ¿Cómo resolvería su nostalgia por el río Paraná?

El Sena es una miseria. Toda imitación es política…  Escribir es una forma de asumir el exilio del infinito. Canciones, mujeres y ciudades: tan iguales y diferentes a la vez. La música es la única caricia fiel.

Era mi segundo día caminando por el verano de esa ciudad tan perversamente literaria. Y oscura. Las ciudades se dejan amar al perdernos en sus veredas, las páginas escritas nunca dejan de ser imitaciones. El papel no es canción. Así que había preparado el equipo del mate en el hostel y me había dejado llevar, sin mapa turístico ni Google Maps. Mis pasos decidiendo por azar callecitas y bulevares, fachadas, árboles, rostros, cordones, tránsitos y quietudes. Tratando de no distraerme con nada en especial, el pasado no es una postal; sólo dejarme llevar y sentarme en el banco de cualquier plaza, tomar un mate. Cero romanticismo. Anotar algo con lápiz HB en mi cuaderno: El mercado desprecia la virtud/libertad de la poesía.

París nunca sería la misma que podría haber caminado Juanele hace casi un siglo, pero necesitaba transitarla. Hay energías que impregnan el espacio/tiempo y no se dejan encarcelar por las imitaciones. Durante casi 10 años había acumulado fotografías, libros y notas sin poder resolver si el entrerriano cósmico habría escrito sus poemas en español o francés. Estaba pensando en dónde habría acabado el poema con alas de mariposa que Mao-Tsé Tung le había regalado a Juan Laurentino Ortiz, cuando la vi. La chica se alejaba de mi banco y llevaba una sandalia bailando en su mano izquierda. La belleza  nunca es una palabra.

La frontera dentro de una misma acción: escribir/leer/vivir.

Alcé mis cosas y la empecé a seguir, justo cuando ella se daba vuelta. Nuestras miradas/roces se encontraron en el instante interminable. Sus ojos negros me acariciaron con profundidad inmigrante y espacios/tiempos del futuro/pasado fueron deshojándose en mi ser. No vestía como una campesina, no llevaba sobre sus hombros una caña gruesa de bambú con baldes de agua en los extremos. Caminaba con esa gracia melodiosa con que se mueven las mujeres orientales, se movía con ese ritmo que jamás rozan las palabras colonialistas. La chica vestía su delgadez transparente con jeans celestes y una camisola oscura, amplia/libre. De su hombro derecho colgaba una cartera de cuero demasiado europea. La sandalia seguía/sigue bailando colgada de los dedos/caricias de su mano izquierda. El pogo con desconocidos tiene sabor a blues,

Epur si muove. La ciudad llamada París me ofrecía su misterio en una sandalia/paso a descifrar.

Siempre hay una chica en la página 100. No podía abandonarla. El momento “espejo en espejo” y “extranjero del silencio” no se iba de mí/nosotros. Yo la seguía, miraba sus cabellos oscuros, y ella permanecía en el instante único para devolverme senderos del Parque Urquiza de Paraná. Juanele alzando su boquilla de humo violeta, poemas de Li Po traducidos por Ezra Pound, todos los relatos colonialistas de W. Somerset Maughan y todos los sueños de los Senoi. Páginas y energías que no dejan de transcurrir. “Most of space/time” el roce de la poesía es algo más que sexo y placer.

La sandalia estremecida en la mano de una chica me guiaba por las calles de París. Lao Tsé le mandaba un whatsapp al último condenado a muerte chino, Juanele me habla/ba en su “perezoso” a la sombra de un ginkgo bilova en el jardín de Buenos Aires, 810, Paraná. Olvido todas las miserias cotidianas en umbral donde se confunden materia y espíritu, somos gestos prescindibles.

De pronto, la chica detuvo/detiene su marcha. Interrumpió el balanceo de la sandalia y el infinito nos inundó con la caricia/pregunta más quieta. Se detuvo en paz/tranquilidad y deja/dejó la sandalia al borde de un cantero donde estaba su par. La del otro pie.

La sonrisa es huérfana de traducción.