En los despliegues musicales que desde la segunda mitad del siglo XX se proyectan hasta la actualidad –eso que suena bajo el nombre de “música contemporánea”–, el Cuarteto Arditti podría considerarse un clásico. Un clásico en movimiento, en todo caso. Una tradición lanzada hacia el futuro que hace más de cuarenta años transita como referencia ineludible el presente continuo de la música. Hoy a las 20, en el marco del ciclo “Colón Contemporáneo” del Teatro Colón, la formación fundada por el violinista británico Irvine Arditti ofrecerá un programa con obras de Iannis Xenakis, Wolfgang Rihm y la compositora mejicana Hilda Paredes. Junto al mismo Arditti y Ashot Sarkissjan en violines, Ralf Ehlers en viola y Lucas Fels en violoncello, estará en esta oportunidad el pianista Nicolas Hodges, otro intérprete excelente y experimentado en la música de las vanguardias históricas y actuales.

“Tocar con Nicolas Hodges es siempre un placer. Es un pianista excepcional y, como nosotros, conoce y maneja una gran variedad de repertorio contemporáneo. Y sobre todo tiene el sentido del humor necesario para superar los largos ensayos”, comenta Irvine Arditti al comenzar la charla con PáginaI12. “La idea de combinar Rihm y Xenakis en un mismo programa surgió cuando con Hodges decidimos hacer un concierto juntos”.

Dikhthas, para violín y piano, Ikhoor, para trío de cuerdas, Akéa, para piano y cuarteto de cuerdas, y Tetras, para cuarteto de cuerdas, obras que Xenakis compuso entre fines de la década de 1970 y mediados del ‘80, articulan la primera parte del concierto, que después de Bitácora capilar (2014), para cuarteto de cuerdas, de Paredes, culmina con Interscriptum (2000/2002) para piano y cuarteto de cuerdas, de Rihm. “Las obras clave del programa son los quintetos con piano de Xenakis y de Rihm, y el muy atractivo Dikhthas de Xenakis. Se podría decir que ambos compositores representan cierta fuerza masculina en su música, un impulso que a veces hasta podría interpretarse como agresivo. Por eso pensamos que sería bueno separar estos ‘gigantes’ con la obra de Hilda Paredes, que es una música que logra notables sutilezas, sin dejar de explorar una amplia gama expresiva y de utilizar diversidad de técnicas instrumentales. Además se trata de una obra especialmente escrita para los cuarenta años del cuarteto, en 2014”, continua el músico nacido en Londres en 1953, y formado en la Royal Academy of Music con Clarence Myerscough y Manoug Parikian.

“Xenakis es conocido por haber elaborado un sonido muy particular para las cuerdas. Odiaba el vibrato o cualquier alusión cercana. Conozco bien sus ideas al respecto, porque de muy joven pude trabajar con él y ayudarlo a identificar lo que quería obtener de los instrumentistas de cuerda. Rihm es muy diferente en este sentido, porque integra el vibrato cuando la música es lo suficientemente lenta como para usarlo. Paredes, en cambio, juega de otra manera con esos elementos y nos lleva del mundo más delicado al agresivo para enseguida hacernos volver”, explica Arditti, que duda que exista una marca latinoamericana en la música contemporánea. “Existen compositores que se identifican con la música nativa del propio país, pero entre tantas influencias creo que al final de cuentas los compositores ‘universales’ de la segunda mitad del siglo XX tuvieron una mayor influencia. Hilda Paredes, por ejemplo, usa textos y títulos mayas en sus obras, que solo actúan como inspiración de una música que dialoga con el presente de una manera más personal, lejos de la tendencia nacionalista que fue importante en la primera parte del siglo XX. No estoy seguro de que se pueda escuchar esto como una influencia latina, sobre todo pensando en el sentido con el que la industria trata de vender hoy una idea de lo latino. Estoy seguro de que la cultura contemporánea y el mundo artístico de México en la actualidad es mucho más rico que eso. Ahora, si hablamos de la música cha-cha-cha que el señor Gustavo Dudamel dirige, hablamos de la industria del entretenimiento”, asegura el artífice del cuarteto formado en 1974, épocas en las que las que se escribía poco para este tipo de formación, sospechosas de estar ligadas a una tradición que representaba un pasado que las vanguardias tenían que enterrar.

Desde entonces, Arditti impulsó un resurgimiento del cuarteto de cuerdas como institución musical y cientos de trabajos fueron compuestos especialmente para su cuarteto, por músicos que bien podrían conformar la enciclopedia de la música contemporánea. “Logramos mantenernos todo este tiempo sin desvirtuar la intención original: abordar los grandes compositores de nuestro tiempo”, explica Arditti. “Hay una generación de compositores con los que me familiaricé desde adolescente, cuando era un estudiante, que escribieron muchas piezas importantes. Karlheinz Stockhausen, Xenakis y Luciano Berio fueron mis favoritos desde siempre. Enseguida amplié mis interese para incluir a personas como Pierre Boulez, Elliot Carter, Jonathan Harvey, Brian Ferneyhough y muchos otros. Al mismo tiempo, desde los años ‘70, crecí junto a compositores que comenzaban a escribir música, cuando nosotros comenzábamos con el cuarteto. Compositores como James Dillon, Pascal Dusapin, Luca Francesconi, Toshio Hosokawa, Wolfgang Rihm y muchos otros. Todos ellos impulsaron una increíble producción para cuarteto y también para otras formaciones”, sitúa sus influencias.

Respecto a la variedad de estilos y tendencias que animaron esa producción musical, la idea de Arditti resulta sustancialmente abierta e inclusiva. “Pudimos ver a compositores que a partir de sus distintas búsquedas cambiaban de estilo. Y si esto en algún punto creaba desconcierto, más tarde se aceptaba. Creo que un compositor debe reelaborarse continuamente para lograr esa forma de éxito que es la perdurabilidad. En este sentido, existen las que podemos considerar obras maestras, como el Segundo Cuarteto de Ligeti, o Grido, de Helmut Lachenmann. Pero lo más importante es que hay mucha música de buenos compositores y en eso tenemos que apoyarnos para armar repertorios”, asegura. 

Una de las experiencias más curiosas que atravesó Arditti en estos años fue la obra escrita especialmente para el cuarteto por Stockahusen, para cuarteto de cuerdas y cuatro helicópteros, para ser tocada sobre los aparatos en vuelo. “Debo decir que tengo sentimientos encontrados sobre el ‘cuarteto de helicópteros’. Perseguí a Stockhausen durante muchos años para que escribiera una pieza que pudiéramos tocar en todas las salas de concierto del mundo. Y al final me dio una pieza que no se puede tocar en ninguna sala de concierto. La pieza es, por supuesto, sensacional. Debajo de todos esos sonidos de helicóptero hay una pieza musical interesante. Cuando la montamos ensayamos, sin helicópteros durante tres días y él demostró que estaba abierto a sugerencias mientras escuchaba nuestra interpretación. Pero creo que el problema de esta pieza es que no es una pieza de cámara, quiero decir que es imposible escuchar a los otros músicos tocar mientras por una oreja se escucha el clic para coordinar el tiempo y por la otra el propio instrumento, en medio del potente ruido del helicóptero en vuelo”, se lamenta Arditti, que no supo que el cuarteto tendría helicópteros hasta que no recibió la partitura.

–¿Entre humanos y máquinas, cómo imagina el futuro de la música?

–Hago mía la modesta respuesta de un jugador de tenis, cuando después de haber ganado su primer partido le preguntaron si se sentía en condiciones de ganar el Grand Slam: “No pienso en la final, simplemente tomo cada partido como un desafío que hay que superar”.