“El demonio quiere a tu hijo” podría ser la consigna de una marcha antidrogas de ultramontanos, pero es el título elegido para el estreno nacional de Still/Born. La mezcla de sensacionalismo ganchero, búsqueda de identificación e inquietante advertencia en la “traducción” haría sonrojar hasta al mismísimo Claudio María Domínguez, quien mucho tiempo antes de convertirse en referente de la espiritualidad televisiva fue un avezado distribuidor con una pluma afinadísima a la hora de salpimentar títulos apelando a la picaresca y el doble sentido. Fue así que, por ejemplo, Julie Darling (1983) se convirtió en Déjala morir adentro y Compromising Positions (1985), en ¿Me la saca, doctor? Claro que aquéllos eran otros tiempos, y ante el deseo de una buena porción de los espectadores argentinos de ver de piel y sexo en la pantalla después de años de censura dictatorial, los títulos debían prometer eso. Que después las películas cumplieran o no, es otra cuestión. Ahora, con el cine de terror convertido en uno de los pilares del negocio cinematográfico, el demonio presta alguno de sus nombres a nueve de cada diez exponentes del género, incluso a aquéllos donde las acciones tengan poco y nada que ver con la criatura de cuernos.
Still/Born cumple a medias lo que dice el título argentino, pues quien quiere al hijo –ojo, no al tuyo, sino al de la pobre protagonista– es, efectivamente, una entidad proveniente de las tinieblas más oscuras del infierno, aunque no un demonio sino una “demonia”. Ella acosa Mary (Christie Burke) después de haber parido mellizos y que uno muriera durante el parto. Con un marido que, como buen macho proveedor, se la pasa trabajando mientras ella está en el caserón familiar conviviendo solita y sola con su angustia, las cosas empiezan a enrarecerse. El primer indicio es un llanto doble proveniente del intercomunicador de la habitación del bebé sobreviviente. La chica corre desesperada pero, claro, no hay dos sino uno. ¿Alucinaciones por depresión? Eso piensa el médico que la empastilla hasta el caracú para calmarla. También ese marido que, en una escala en casa antes de volver a irse, no tiene mejor idea que instalar un circuito de cámaras por toda la casa para “vigilarla”.
La explosión de una ventana marcará la irrupción definitiva de la “denomia” en el relato, un personaje construido con efectos especiales que, si la película se asumiera como el refrito de lugares comunes y sustos de rigor que es, o al menos como una réplica más berreta, casi satírica de El bebé de Rosemary, serían divertidos. Pero aquí todo es grave y serio, y por lo tanto la película empuja a la Mary a una investigación (“Algo trata de llevarse a mi bebé”, googlea) en la que nadie más cree. Los sucesos sobrenaturales que sólo ella ve y siente se irán sumando a intervalos regulares, creciendo en intensidad y en consecuencias físicas, al tiempo que para el resto se trata de un síntoma de la creciente depresión. Aun cuando la búsqueda de suspenso se asiente en la módica anécdota de saber si ella está chifladísima o si efectivamente hay una auténtica presencia del más allá, Still/Born nunca aumenta su tensión pero sí los efectos sonoros para movilizar a la platea.