Cuando nos estábamos cambiando en el vestuario, René Romero, el arquero suplente, me dice ‘no sé para qué nos hacen jugar este partido contra estos negros, que nos van a hacer diez goles’. Y yo, para embromarlo, le dije que no, que les íbamos a ganar”. Norberto Serenotti no tiene nombre y apellido en Santa Fe. Ahí, donde se erigió una de las mayores leyendas del fútbol de esa provincia, es el Chijí: un apodo, la nomenclatura chiquita para referirse a un protagonista de la historia grande de Colón.
La fecha fundacional del Cementerio de los Elefantes (donde sucumbirían los grandes) es aquel partido contra el Santos de Pelé del 10 de mayo de 1964, la parábola perfecta del triunfo de la clase obrera sobre el Rey. Pelé era el 10 de un equipo grandioso, vigente campeón del mundo, que llevaba a cuestas un invicto de 43 partidos cuando cayó 2 a 1 ante Colón, ese equipo remoto de los arrabales del sur santafesino que jugaba en la B. Las piernas de oro de los mejores futbolistas se protegieron, aquel día, bajo la caución de un seguro que exigió el Santos, además de los 2 millones de pesos que tuvo pagar Colón para jugar el partido de la revolución.
Hay mitos que encajan perfecto en la horma de la leyenda. Dicen que el seudónimo con que fue rebautizado el estadio de Colón –primero fundado como Eva Perón y luego renombrado Brigadier General Estanislao López– es autoría intelectual de Ángel José Gutiérrez, un periodista del diario El Litoral. En verdad, en las crónicas de ese día y de los posteriores no hay menciones al “Cementerio de los Elefantes”. Los artículos de El Litoral sobre aquella hazaña se refieren a lo que ocurrió en “el estadio del barrio Centenario”. Aunque no hay dudas de que el triunfo ante el mejor equipo de la época es el Big Bang del relato más fabuloso de los hinchas del Sabalero.
Colón había ascendido por decreto de la C a la B el año anterior, junto con otros siete equipos. En el contexto del 59º aniversario del club, el entonces presidente Ítalo Giménez decidió convocar a la fiesta al mejor equipo del mundo, lo que podría haber sido el Barcelona de Guardiola hace más de medio siglo. “En las calles fue una locura, no había autos: era gente, gente y gente. Yo estaba de novia con quien ahora es mi marido y lo fui a ver. Él y (Demetrio) el Ploto Gómez fueron los protagonistas del Cementerio de los Elefantes”, dice por teléfono Estela Maris, la mujer de Luis Motoneta López. Hasta hace poco, el delantero que por la banda propició la jugada del segundo gol que definiría de cabeza el Ploto Gómez, a tres minutos del final, trabajaba en Colón, pero su salud se deterioró. “Los últimos dos meses no se los pagaron, es una vergüenza lo que le hicieron en el club. Le dieron una pala para hacer arreglos a un hombre de 80 años, lo arruinaron”, se queja ahora Estela Maris, 54 años después de que su marido fuera parte de un partido imposible. Paradojas del destino: para ella, Colón resultó, de algún modo, el cementerio anticipado de su marido. “Por culpa de algunos dirigentes está muy pero muy mal de salud”, enfatiza.
En su gira por Argentina, Santos venía de ganarles a Godoy Cruz, 3 a 2; a Talleres, 2 a 1; a Boca, 4 a 3, y Racing, 2 a 1. Colón, 24 horas antes de ser noticia mundial, había perdido 2 a 0 contra Platense en Buenos Aires por el campeonato de Primera B. “Nos tomamos el avión apenas terminó el partido y al otro día teníamos que jugar contra el Santos”, le cuenta a Enganche el Chijí. Las circunstancias periféricas también ayudan a entender por qué aquel partido mitológico es la génesis de una leyenda. El diario Crónica del lunes 12 de mayo registraba en una de sus apostillas: “La Comisión Directiva del club Colón se reunirá en el curso de la semana para tratar el premio en efectivo que se dará a sus cracks con motivo del triunfo. También se les dará como “ganado” el partido que perdieron el sábado último contra Platense. El esfuerzo de jugar dos días seguidos ha sido considerado por el comando colonista, y entonces el premio será acordado por ese empeño puesto en defensa de la divisa santafesina”.
El primer gol lo hizo Pelé, uno de los 1.279 que convirtió en su carrera. Y un remate suyo aterrizó en el travesaño. Lo llamativo, lo inolvidable según los testigos, fue que pateó desde la mitad de la cancha. Los Globetrotters del fútbol, a los que les pagaban para pasear su fútbol y exhibir el talento de sus jugadores, ganaban –cosa obvia- ante el equipo local, alentado por una multitud: “Había 5.000 personas más que las habilitadas según la capacidad del estadio”, dijo el periodista Pedro Eusebio. Si en las tribunas no entraba nadie más, no es menos cierto que tampoco cabía en la gente la expectativa de la victoria. Santos era conocido por Pelé, pero también por un ejército de custodios con tobillos de plastilina y gambetas indescifrables. Sin embargo, si aquellos jugadores eran un ballet blanco que podría haber brillado en el teatro Colón, el Sabalero lo neutralizó en su propio escenario con marcas pegajosas.
El gol del empate fue de Fernando López y la jugada, de Serenotti: “Encaré a dos o tres y me quedé solo frente a Gilmar, pero lo vi tan grandote, vestido de negro, que pensé ‘no le puede hacer el gol’. Entonces se la toqué al medio al paraguayo López, que la tuvo que empujar”. Apenas terminado el partido, el arquero del Santos y la Selección de Brasil reconoció que “ellos jugaron como si fueran los campeones del mundo”. El mismo recuerdo tiene Pepe, ex delantero de aquel Santos. Cincuenta años después de la epopeya de Colón fue cruzado al aire por una radio santafesina con el Chijí. “Para mí fue una sorpresa”, rememora Serenotti, uno de los pocos sobrevivientes del partido más famoso en la historia de Colón. Lo llamaron a las 7.30 y le dijeron que estaban comunicados con Pepe. “Fue él –dice– el que dijo: ‘le quiero dejar en claro a la audiencia que no hay excusas, Colón nos ganó bien’”.
La revancha comenzó a ser una posibilidad desde el mismo momento en que el árbitro Miguel Comesaña marcó el final. El diario Crónica se apuró a publicar que Santos se volvía a Brasil “con la sangre en el ojo”, pero que no había posibilidad de hacer otro partido en Argentina hasta 1965, porque el equipo perdedor tenía su agenda completa. “Un tiempo después, yo estaba en la sede –cuenta el Chijí y describe una escena que, a la luz de los nuevos tiempos, parece de ciencia ficción- y entonces Ítalo Giménez tapó el tubo y dijo: ‘Los negros quieren la revancha en el Maracaná’”. Por supuesto, no hubo segunda parte y Colón se quedó para siempre con esa victoria que hoy se conserva como una pieza única de colección. “Si jugábamos de nuevo, nos hacían un gol por cada jugador”, se ríe Serenotti.
Cuatro meses después, el 7 de septiembre, Colón le ganó 2 a 0 en su cancha a la selección argentina, que en junio de ese año se había adjudicado invicta la Copa de las Naciones contra Brasil, bicampeón del mundo. Mientras seguía en la B (recién plantaría sus pies por primera vez en la A al año siguiente), el Sabalero encadenaba batacazos por fuera del calendario oficial: cuando el 9 de noviembre de 1964 le ganó un amistoso a River 2 a 1 en Santa Fe, el diario el Litoral escribió en sus páginas, con todas las letras, que la victoria sucedió “en el Cementerio de los Elefantes”. En una nota sin firma, se señala que “Colón sigue haciendo historia en estos partidos extraoficiales con los más encumbrados. (…) Pero, ¿a qué obedece esta magnífica campaña rojinegra? Colón afronta los partidos con una moral alta y con un juego que no conoce de concesiones. Se marca estrictamente y se corre, se corre mucho. (…) Y los rivales, ¿qué tienen, qué hacen, qué son? Son, tienen y hacen lo que ya es sintomático en nuestro pobre fútbol argentino. Estrellas publicitadas hasta la exageración; ídolos insulsos asentados en pedestales inconsistentes; técnica huérfana, flaca, blanda. Y juego cobarde, muy cobarde, donde se rehúye el meter la pierna, donde se saca el cuerpo a los entreveros duros del área”.
Dos veces se escuchó la campanilla en el diario El Litoral, una señal sonora que remitía a la frase “paren las rotativas”. La segunda vez que sucedió fue con la muerte de John Kennedy. La primera, cuando Colón cambió su propia historia. “La resonante hazaña de Colón –la noticia del día en todo el país– se expandió en pocos minutos por todo el mundo y Santa Fe. Fue mediante el éxito de los rojinegros frente al famosísimo Santos de Pelé y Coutinho el centro de interés de los diarios y de las radios (…)”. Es el comienzo de la nota principal de deportes de El Litoral de ese día. Cuando Colón hizo que sonaran las campanas en la planta de impresión.
Motoneta y Ploto son apodos que se escriben al lado de la palabra leyenda. El hombre que se ganó el seudónimo por su rapidez recordó en el diario Uno de Santa Fe lo que les dijo el entrenador José Chengo Canteli, antes de salir a la cancha: “¿Les tienen miedo? Son 11 contra 11, pero si ellos no hacen goles y nosotros sí, vamos a ganar”. Gómez, en cambio, dijo que el pedido del técnico fue que hicieran lo imposible “para no pasar vergüenza”. El Santos había ganado 15 títulos nacionales, dos Copas Libertadores y dos Intercontinentales. “Para mí, ésa era la selección de Brasil”, remarcó.
Uno de los carteles principales que hoy visten el estadio de los Sabaleros está tallado con letras rescatadas del pasado: “En este Cementerio no se llora, se alienta”. Además del Santos, los cinco grandes del fútbol argentino y hasta la propia Selección con sus titulares cayeron ahí; y también perdió 3 a 2, en 1967, el Peñarol campeón de América. Ese partido anclado en la historia y sin la trascendencia del que dio nacimiento a la leyenda, es el que terminó de moldear la mitología que rodea al estadio que en 2003 quedó bajo las aguas. A esa feroz inundación, a esa muerte, también sobrevivió un estadio atravesado por la mística.