Estábamos en la segunda mitad del cuarto año cuando encontramos que, en la carpeta de matemática, en medio de unos logaritmos inconclusos y de una suma algebraica a la que nunca le pondría resultado final, Marcelita había escrito exactamente esto: "Marce te quiero". Fue un impacto para toda la vida porque descubrimos dos cosas: por un lado, que Marcelita quería casi en secreto a Marce, que no era ella misma sino Marcelito, el galán del cuarto año; por el otro, que una frase podía contener un mundo.
Marcelita nos confesó que sí, que quería a Marce, y entonces nos obligó a la solidaridad de confesarle y de confesarnos las frases que representaban lo esencial de nuestros mundos. Alejandro, por ejemplo, aún no lo había hecho constar entre las páginas sin uso de su cuaderno de lenguaje, pero prometió que esa tarde transcibiría una de Borges que le marcaba el rumbo que no convenía tomar. Se refería al comienzo contundente de un poema famoso que se llama El remordimiento: "He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz". Para cuando Alejandro cumplió con su promesa, los demás habíamos hecho algo parecido. Uno que ya había advertido que a la realidad había que transformarla en una mejor realidad puso "hay que endurecerse pero sin perder la ternura jamás", como proponía el Che Guevara; otro que era maradoniano y ni por error aprobaba Educación Física apuntó "yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha"; y otro que era fontanarrosiano y se fugaba de clases con cualquier pretexto reprodujo "puto el que lee esto", pieza sublime que figuraba al inicio de un cuento de Fontanarrosa que el fontanarrosiano nos mandó a leer sin decir cuál era porque consideraba que, a través de la búsqueda, en una de esas, nos leíamos a todo Fontanarrosa y se lo íbamos a agradecer.
Enterado de esa sucesión de revelaciones aunque sin manifestarse sobre el amor de Marcelita, Marcelito no se desentendió. Al contrario, abrió su cuaderno de música, evidenció que guardaba las partituras de doce o trece temas clásicos de rock y que no había copiado ni una sola de las consideraciones sobre solfeo de la profesora de la materia, y nos asombró más que cualquiera con la sentencia que había elegido para atravesar esas hojas: "El domingo porteño es tristemente célebre por su tedio. Ahora, por lo menos, están los profesionales del fútbol".
-Scalabrini Ortiz-, dijo, sin explicar mucho más, un poco porque Marcelita le clavaba los ojos, derretida y con fe en besarlo antes de que sonara el "brini" de "Scalabrini", y otro poco porque él, nunca verificamos si por timidez o por desinterés, prefería que ese beso no llegara ni después de repasar la biografía entera de Raúl Scalabrini Ortiz.
Cuesta asumir que un compañero en la segunda mitad del cuarto año pudiera hacerlo, pero Marcelito lo hizo. Nos desmenuzó completa la biografía de Raúl Scalabrini Ortiz, el autor de la frase que llevaba estampada en su cuaderno de música. Bah, "completa la biografía" es una exageración. La verdad era que nosotros no conocíamos ni un dato de Scalabrini Ortiz y él, al revés, manejaba unos cuantos, en especial los que se vinculaban con esa frase y con el recorrido familiar que lo había entusiasmado con la frase.
Al grano: Marcelito nos sacó de la ignorancia sobre Sacalabrini Ortiz, nos compartió que fue escritor, ensayista, militante, periodista, ingeniero, soñador y ejecutor de una Argentina diferente y tantas cuestiones más que sólo aceptamos que podían integrar una sola vida porque el que las sostenía era Marcelito. Y Marcelito era un muchacho serio. Tan serio que lo notamos conmovido cuando nos anunció que el libro mejor titulado de la historia argentina le pertenecía a Scalabrini Ortiz. El hombre que está solo y espera, entonó, sin extraviar ni un cachito de conmoción y sin darnos la menor pista de las visiones de la porteñidad y la argentinidad imperantes sobre las que Scalabrini Ortiz allí medita para generar adhesiones y discrepancias que no se extinguieron rápido. Le dimos la razón, admirándolos mucho al título, a Scalabrini Ortiz y a él, aunque no tanto como Marcelita, que transpiraba oyéndolo y, por supuesto, sentía que la justificación principal de la relación entre Adán y Eva había consistido en lanzar sobre la Tierra una especie a la que denominaban humana que, en algún momento, generó a alguien como Marcelito.
Marcelito no se dio cuenta de eso porque Marcelito no pensaba en Marcelita sino en Scalabrini Ortiz. "La primera edición de El hombre que está solo y espera se publicó el 15 de octubre de 1931", afirmó Marcelito con la solidez de algunos curas cuando dan sermones y con la gestualidad de los entrenadores al argumentar por qué a su equipo le cabe el derecho a la esperanza. "En ese libro -agregó- está esa frase". Luego la pronunció: "El domingo porteño es tristemente célebre por su tedio. Ahora, por lo menos, están los profesionales del fútbol".
Es posible que nosotros ya estuviéramos satisfechos: habíamos aprendido algo importante y no podíamos asegurar que eso nos ocurriera seguido en el ámbito escolar. Sin embargo, lo otro que contó Marcelito fue más sorprendente, la sorprendente parte de su familia. Todavía evoco la gloria de su voz: "El 15 de octubre de 1931 a la noche, mi tío abuelo, que era futbolista, se compró El hombre que está solo y espera porque el título le pareció extraordinario y porque él, que todavía no había conocido a mi tía abuela, se sentía solo y esperaba algo, un sentido para sus días, aunque no sabía bien qué. Se lo leyó de un tirón, ensimismado, fascinado, atrapado por las ideas y por la prosa de Scalabrini Ortiz. Y, como era futbolista, cuando leyó esa expresión de que el domingo porteño es tristemente célebre por su tedio, agarró un cuaderno y la anotó".
No apresurarse: lo más deslumbrante sucedió después. Porque, tal cual, el tío abuelo "agarró un cuaderno y la anotó". Y el hermano del tío abuelo, estimulado por el tío abuelo, también agarró un cuaderno y la anotó. Y las primas lejanas, cercanas o solamente primas del tío abuelo y del hermano del tío abuelo agarraron un cuaderno y la anotaron. Y los hijos y las hijas y los sobrinos y los nietos y las nietas y los sobrinos nietos y no sabemos cuántas derivaciones más del árbol genealógico agarraron un cuaderno y anotaron Anotaron, unos, otros, todos: "El domingo porteño es tristemente célebre por su tedio. Ahora, por lo menos, están los profesionales del fútbol".
-¿Y por qué agarraron el cuaderno y la anotaron?- indagó Alejandro, salido, por un rato, de los rumbos equivocados y en remordimiento de Borges.
-Al principio -alegó Marcelito- para recordarnos unos a otros que, si las cosas son aburridas sin el fútbol, mejor cuidar al fútbol. Y después, creo que ni por eso. Creo que lo hicimos y que lo hacemos para tener algo en común. Bueno, a veces eso es el fútbol y a veces eso son las frases, ¿no?
En la segunda mitad del cuarto año -y, tal vez, en todos los años que vendrían- resultaba muy difícil contestar eso, más allá de que intuyéramos que fuera cierto. Así que no respondimos nada.
Frente al silencio, Marcelito recomendó que nos compráramos Vida de Scalabrini Ortiz, de Norberto Galasso, un libro en el que se especifica, entre mil aspectos, el pasado deportivo del hombre que se dedicó a reflexionar sobre ese otro hombre que estaba solo y esperaba: había salido "medio campeón" de boxeo porque un árbitro levantó el brazo de su adversario y el de él en la final de un campeonato de aficionados, conversó con Luis Ángel Firpo y se entrenó en otros deportes. No predicaba pasión por el fútbol y ahí hay constancia: "El porteño quiere ídolos, de cualquier ralea, que polaricen su sensibilidad, ídolos ante quienes deponerse totalmente, fervorosamente. Será “hincha” de un team de fútbol, cuyos jugadores no conoce en persona y de cuyo elenco de socios puede no formar parte. Discutirá por él. Se trompeará por él". "Igual -perseveraba Marcelito-, no sé cuánta simpatía o cuánta antipatía tenía por la pelota, pero lo fundamental lo vio". Por si a alguno de nosotros no le había quedado claro, sacudó su cuaderno de música y leyó de nuevo: "El domingo porteño es tristemente célebre por su tedio. Ahora, por lo menos, están los profesional del fútbol".
La segunda mitad del cuarto año merecería ser eterna. Pero se va. Se va y, con ella, se van frases, lazos, memorias, personas. Varios años más tarde, abrazamos a nuestro compañero que reivindicaba al Che: se había endurecido pero mantenía la ternura en el sitio en el que vale la pena que la ternura esté. También nos cruzamos con el maradoniano, que ni se acordaba de sus orígenes como mal estudiante de Educación Física y rechazaba haber empleado sus manos para inscribir una frase del Diego. Y con el fontanarrosiano conversamos de tanto en tanto: siempre se cerciora de que continuamos con la devoción por el Negro que nos supo contagiar.
Marcelita se casó con Alejandro, quien, atento a las frustraciones de Borges, la acaricia sin remordimientos. De Marcelito no tenemos noticias, pero en algún cuaderno debe conservar la frase de Scalabrini Ortiz. Al cabo, el domingo sin fútbol sigue siendo insportable.