Hay una complicidad entre Liliana Herrero y Fito Páez que excede el territorio de la música. Es de otro orden. Es del plano de las emociones, de los lazos familiares. Una relación no sanguínea, sino elegida. Y tejida con paciencia, compromiso, admiración; con la espesura del paso del tiempo. Eso fue lo que el músico rosarino y la cantora entrerriana transmitieron anoche desde el escenario del Caras y Caretas 2037. Un encuentro real, íntimo, natural, para nada forzado o efectista. Se trató de la presentación (o el adelanto) de lo que será el disco Canción sobre canción, pronto a editarse, en el que Herrero propone un recorrido por canciones de Páez registradas entre 1984 y 2000. Lo que, en el universo de la entrerriana, se traduce en nuevas miradas, formas y relecturas. “¿Cómo hacer para agradecer que hayan venido con semejante crisis?”, dijo Herrero ante una sala con entradas agotadas. “Esta obra de Fito es una memoria. Y la única forma que encontré de editarlo es ésta. Y que todos quieran que quede registrado. Porque me quieren y son solidarios”.

Es que el disco, que será editado por el sello Elefante en la Habitación, se materializará gracias a un proyecto de financiamiento colectivo: quienes ayer tuvieron el privilegio de asistir al concierto, tendrán además el disco antes de su distribución oficial, y otra entrada para ver la presentación, que será el 19 de diciembre. Herrero, más el quinteto que la acompaña, entrarán a grabar en septiembre. En tanto, la velada de anoche fue una oportunidad para empezar a dar a conocer este repertorio de versiones y entregar una reunión musical única junto a Páez. Todo el concierto se vivió con una energía atravesada por el tiempo político y social. Fue una celebración, pero lo acontecido en la Congreso durante la madrugada afloró irremediablemente. “¡Aborto legal / en el hospital!”, cantaron unas chicas antes de los bises y el coro se hizo masivo. Y Herrero aprobó con los puños en alto. Los pañuelos verdes envueltos en la muñeca o atados a la mochila dijeron otra vez presente.

La noche comenzó con una inédita y breve apertura de Horacio González, pareja de Herrero, y “testigo privilegiado” de la amistad entre los músicos. “Nunca había presentado un concierto de Liliana. Agradezco que acompañen a estos artistas contemporáneos”, dijo, con ternura y un poco de nervios. Enseguida, el rosarino se sentó al piano y la cantora se ubicó cerca de él. Y, a modo de introducción, se entregaron a canciones del Cuchi Leguizamón (“Zamba para la viuda”), Homero Manzi (“Milonga triste”) y otras memorias que “están en el futuro, esperándonos”. Luego Páez quedó solo en el escenario y lanzó unos versos que resonaron con fuerza: “Quiero vivir en la ciudad liberada / vivir y amar en la ciudad liberada”, de “La ciudad liberada”, que da nombre a su último disco. Y ahí nomás vinieron clásicos como “Tumbas de la gloria”, “She’s mine” y fragmentos de “El amor después del amor” y “Tema de Piluso”.

En el segundo bloque del concierto fue el turno de la intervención de la banda: Mariano Agustoni en teclados, Ariel Naon en bajo y contrabajo, Pedro Rossi en guitarras y voz, Martín Pantyrer en clarón y clarinete, y Federico Siknis en bandoneón. Ya sin Fito en escena, Herrero y sus músicos entregaron versiones tres canciones del rosarino. La entrerriana se las apropió y les aportó otro carisma. “Giros”, por ejemplo, sonó más lenta y oscura. “Abre” se escuchó desgarrada y sentida. Tanto, que Páez se hizo presente y la abrazó como si fuera su madre. “Sí, abrazame”, dijo ella. Desde el público, solo venían suspiros y algunos susurros. El clima del concierto invitaba al silencio.

A piano y voz, hicieron “Parte del aire” –una canción del disco La la la (1986), firmada junto a Spinetta–, el clásico brasileño “Romería” (Renato Teixeira) y, otra del Cuchi, “Me voy quedando”. Y en “Cable a tierra” el público se dejó llevar por la arenga del rosarino y empezó a cantar con más intensidad. “Este concierto es una manera de enchufarnos energía y conectarnos con nuestra parte más hermosa. Gracias”, dijo el músico. Y la entrerriana también dijo lo suyo: “Somos amigos desde 1980, un poco antes de que terminaran el horror y la oscuridad en este país”.

La historia indica que fue el rosarino quien la impulsó a grabar su primer disco y le produjo sus primeros tres trabajos. Aunque no hubiera una amistad de por medio, ella dice que de todos modos habría grabado estas canciones porque son claves en la memoria musical del país. “Cuando la música fluye, renovamos el oído. Y esta comunidad, que son ustedes, nos lleva a una idea emancipadora y libre de la vida. No hemos perdido la batalla, la batalla recién comienza. Tenemos el futuro garantizado”, dijo mirando al público y logró uno los momentos más altos de la noche con su interpretación de “Dejarlas partir”.

Después de una versión templada de “Mariposa tecknicolor”, Páez se largó a capella con “Yo vengo a ofrecer mi corazón”. Pero quedaba un bis: “Y dale alegría a mi corazón”, que se cantó con euforia y un entusiasmo reparador.