El período que va de la Primera Guerra Mundial al surgimiento de nuevas y revolucionarias formas de correspondencia electrónica es verdaderamente un “siglo corto”, aunque rico en acontecimientos y cambios. Pero es también el período en el cual la correspondencia escrita a mano,después de dos milenios y medio de activa presencia en la civilización occidental, llega, a fines del siglo XX, a un final que se configura al mismo tiempo como “muerte y transfiguración” del fenómeno expresivo en su conjunto, caracterizado simultáneamente por la máxima difusión sociocultural y por la adopción de nuevas formas y funciones.
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Las invenciones tecnológicas y la producción industrial respondieron a estas necesidades crecientes con la introducción en el mercado de nuevos instrumentos escriptorios que modificaron notablemente las prácticas de la correspondencia por escrito.
Desde este punto de vista, el siglo XX es, sobre todo, el siglo de la estilográfica y de la máquina de escribir. En el transcurso del siglo corto la estilográfica adquirió en sí misma y por sí misma un alto prestigio social, no sólo porque la poseían y ostentaban los máximos exponentes políticos en ocasiones públicas sino también porque la producían grandes empresas de prestigio internacional que las publicitaban como símbolo de un elevado status social, y de ese modo se convertían en objeto de un coleccionismo maníaco, sobre todo los ejemplares de lujo en oro.
En cuanto a la máquina de escribir, es preciso tener presente que no por casualidad nació en los Estados Unidos, país que entre la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX estaban en pleno y frenético desarrollo demográfico y económico. Fue muy pronto adoptada y producido en diferentes países europeos. En Italia, la única gran industria productora de máquinas de escribir fue Olivetti, fundada en 1908.
Se trata del instrumento escriptorio que menos duró en la práctica de la escritura, poco más de un siglo aunque fue ampliamente fabricado, difundido y usado en el curso del siglo XX en todo el planeta, hasta que fue sustituido por la computadora, que heredó en parte su forma y multiplicó las funciones de registro y conservación de lo escrito.
La máquina de escribir presentaba notables y evidentes ventajas con respecto a la escritura a mano: la escritura mecánica era veloz, automáticamente ordenada, alineada, espaciada, de forma uniforme; resultaba absolutamente legible para cualquier persona alfabetizada. Además, con el agregado de varias hojas alternadas con otras tantas de papel carbónico, la máquina producía al instante varias copias del texto mecanografiado.
Fue obvia e inmediata su adopción en las escrituras públicas y en las oficinas de las empresas, en los estudios profesionales y en el ámbito privado. Su aparición dio lugar a un nuevo oficio, el de dactilógrafo/ a, en general desempeñado por mujeres, y cuya principal exigencia profesional era, además de la exactitud, la velocidad en la ejecución, que se obtenía mediante un aprendizaje técnico especial.
La máquina de escribir fue adoptada tanto para la correspondencia escrita como para la redacción de textos de variada naturaleza,también por particulares, sobre todo pertenecientes a la burguesía media y alta, a las profesiones intelectuales, etc. Asimismo recurrieron a ella para la redacción de su obra, más o menos habitualmente, algunos famosos escritores del siglo XX. Recordemos en los Estados Unidos a Ernest Hemingway y en Italia a Pier Paolo Pasolini. Su uso se difundió especialmente en el ámbito periodístico: en Italia la fotografía de Indro Montanelli sentado en una escalera escribiendo un artículo con una máquina de escribir portátil (la famosa Lettera 22 de Olivetti) directamente apoyada sobre sus rodillas se convirtió en emblemática.
En cuanto a la adopción de este medio mecánico para las relaciones epistolares privadas, merece mencionarse que sobre todo en los niveles de mayor cultura surgió y se difundió rápidamente un prejuicio gráfico, que se convirtió en una cuestión de cortesía: el rechazo al uso de la máquina de escribir en lugar de la escritura a mano, que se consideraba más apropiada para expresar valores íntimos, propios de las relaciones directas de afecto, amistad o de amor.
El cuadro de los instrumentos escriptorios también utilizados en el ámbito epistolar en el transcurso del siglo breve no está completo si no mencionamos al universalmente difundido bolígrafo de bolilla giratoria, con una tinta espesa y no soluble en agua que va saliendo durante su uso y que lleva el nombre de su inventor, el húngaro László Biró, emigrado a Argentina en la década de 1940. Es un instrumento de fácil uso y transporte, de bajo costo, que fue y es ampliamente adoptado sobre todo por los más jóvenes, también parra la correspondencia a mano, aunque ha enfrentado el desprecio de algunas personas cultas, como por ejemplo en Italia el refinado musicólogo Gianandrea Gavazzeni que lo definió como “la última perturbación a la serenidad de la escritura”.
Estos fragmentos pertenecen a Escribir cartas: una historia milenaria del paleógrafo italiano Armando Petrucci, fallecido este año en la ciudad de Pisa. Gran estudioso de la cultura escrita, hacia 2007, cuando apareció este libro que ahora publica Ampersand en castellano, consideraba que por la evolución tecnológica y las transformaciones que implicaban, ya no iban a existir en el futuro grandes reservorios de cartas manuscritas, y por lo tanto había llegado el momento indicado para hacer una Historia epistolar integral y cerrar este capítulo de la humanidad.