Hace nueve años, Gastón Duprat y Mariano Cohn estrenaron una película titulada El artista. Allí, Sergio Pángaro interpretaba a un enfermero cuya misión consistía en cuidar a viejitos en un geriátrico. Uno de ellos, interpretado por el recordado escritor Alberto Laiseca, pintaba obras dignas de un talentoso artista plástico. Y la película mostraba cómo el enfermero le robaba las obras que el viejo realizaba, las presentaba como propias en los circuitos de exhibición y así ganaba fama y dinero. Nueve años después, Gastón Duprat debuta como director solista (aunque Cohn está en el rol de productor) en una historia ficcional que vuelve sobre el universo del arte. Pero ahora, Mi obra maestra –que se estrena el próximo jueves– profundiza en sus contradicciones, como también muestra la frivolidad y el esnobismo que muchas veces tienen los habitantes de este sector de la cultura. Incluso, se pregunta cómo juegan los negocios –fraude incluido– en el ámbito de los galeristas. Los guiones de las dos películas fueron escritos por Andrés Duprat, el hermano del cineasta, que  también es curador de arte y actual director del Museo Nacional de Bellas Artes. De modo que si bien Mi obra maestra es una ficción, la verosimilitud de ciertas prácticas que ahora se verán en la pantalla grande está garantizada. 

Claro que decir que Mi obra maestra es una película sobre el mundo del arte es algo muy incompleto: es ante todo una historia sobre la amistad. Y con mucho humor filoso. Una amistad con los vaivenes propios de toda relación afectiva. Esos dos grandes amigos –y colegas– son Renzo y Arturo, interpretados por dos de los actores de mayor popularidad en el ámbito local: Luis Brandoni y Guillermo Francella. Dato curioso: a pesar de sus extensas trayectorias, nunca habían trabajado juntos en el cine, aunque sí en la TV, como en Durmiendo con mi jefe y El hombre de tu vida, de Juan José Campanella. En Mi obra maestra, Renzo (Brandoni) es un artista plástico que supo ser muy valorado, pero que en la actualidad fue cubierto por un manto de olvido. El que se ocupa de –o intenta, al menos– destapar ese manto de olvido es Arturo (Francella), un destacado galerista que se mueve en el negocio del arte como pez en el agua. La tarea no es sencilla: Renzo es tan talentoso como malhumorado y antisocial y lo deja a Arturo muy mal parado en todos los eventos. Pero su amigo intentará colocar las obras de Renzo en el mercado de una manera tan original como riesgosa. 

Francella está contento de su regreso a la comedia: “Es un género que amamos, y más protegidos por un texto inteligente, un guion sólido. Como actores nos permite también generar algo diferente. Cuando está protegido con una buena historia, al actor todo se le hace más llevadero”. El protagonista de Animal detalla que los de Duprat “son textos con un universo que habla de muchas cosas en un mundo que es el arte pero que podría ser de cualquier ámbito”. También relata que “es un tema de amistad, de incondicionalidad, cariño” y que el film tiene diversas partes: “Segmentos de un disparador, segmentos emotivos, del vínculo, hay un plan, hay humor. Hay un montón de cosas y no es sencillo que una película tenga todo esto”, afirma. A su lado, Brandoni coincide con Francella que “la ventaja de tener un guion sólido (que lo trabajamos mucho con el director y con el productor, no quedó nada ligado a la improvisación) es extraordinaria para un actor, porque uno se puede respaldar en ese guion, puede descansar en él”.

El galerista y el pintor, en una escena de Mi obra maestra.

–¿Cómo fue el trabajo de composición de los personajes con Gastón Duprat?

Guillermo Francella: –Fue fundamental ver qué quería Gastón. Era fundamental tener la mirada de él, ver qué necesitaba de nosotros. Y en la búsqueda y en el proceso de ensayo todo era pensar cuál iba a ser el tono de la película. El necesitaba escucharnos. Por sobre todas las cosas, era hacerlo con la mayor verosimilitud del mundo. Llegamos a un rodaje con claridad. No se llegó dubitativo del tipo: “¿Y esto cómo lo decimos?”. Como dijo Beto, estaba todo trabajado. Si nosotros improvisábamos algo, en vez de sumar creo que iba a conspirar. Estábamos amparados en un texto con ironía, que baja línea en algunos momentos, y toca temas ríspidos. 

–¿Tuvieron conversaciones con el guionista Andrés Duprat, dado que él es un experto en el mundo del arte?

Luis Brandoni:–Alguna reunión hicimos y consultamos muchas cosas, pero la mayoría de los ensayos se hicieron con el director en base a eso. Esto no significa que no se haya modificado porque en los ensayos tuvimos cinco semanas. Y ensayábamos dos o tres veces en cada una. De modo que con el director opinábamos, decíamos qué nos parecía, cambiábamos de idea y él iba  tomando nota. No eran cambios en la estructura de la historia, pero sí la naturalidad de un diálogo coloquial, por ejemplo. Y en eso el autor del guion original no intervino, pero ellos se complementan muy bien los tres. Y fueron consultadas todas las cosas. El asistió a algunas filmaciones con alegría y frescura. Hay una escena en la que Andrés estaba con muchos amigos y colegas. El hecho de que él estuviera ahí nos ponía muy seguros de lo que estábamos haciendo. 

–¿Coinciden en que el humor de la película está cargado de ironía y acidez?

G.F.:–Sí, hay mucho de eso. Es el estilo de Duprat y Cohn. Y fue bueno transitarlo.

L.B.:–Bueno, mi personaje es bastante ácido. Es un hombre muy malhumorado, mal llevado. Pero en otros momentos de la película, muy complicados para él, aparece la otra faceta de ese ser humano, que son su ternura, su afecto y ese tipo de cosas. 

–Algunos pueden inferir que es una amistad interesada, pero en realidad es una amistad genuina, ¿no?

L. B.:–Sí, porque el espectador, por datos y por el transcurso de la historia, ve que esta relación tuvo altibajos. Hubo alguien que venía tambaleando y fue ayudado y después ese tipo que lo ayudó estuvo tambaleando y fue ayudado. Estas idas y vueltas no ocurre en toda la película, pero el espectador puede contar cómo fue la relación. 

–Igual es una amistad rara porque no coinciden en muchas cosas, pero eso no alteró el vínculo.

G.F.:–Pero coinciden. Renzo fue alguien gigante en la década de los 80. Y después, Arturo lo convenció. Es como todo. Cuando usted hacía periodismo hace unos años era muy diferente al de ahora. Hoy, su vida periodística cambió. Se supone que la vida del pintor no debería cambiar, pero hay modas, gustos que cambian en los destinatarios. Además, mi personaje le dice: “Aggiornate”. Y Renzo no solamente no se aggiorna sino que se pone hosco, resentido, antisocial. Arturo le genera muestras con sus pinturas y él ni asiste a sus vernissages, ni a compartir con la prensa que convoca Arturo, que le sale dinero. Entonces, es muy cansador. En ese sentido, no pueden comulgar, pero hay algo de fondo: cuando él brillaba, lo llamaron de todas las galerías de Buenos Aires y prefirió quedarse con Arturo. Eso es un tema de amor. Yo creo que hay coincidencias. No importa que los temperamentos sean diferentes. 

–Arturo es el que tiene que lidiar con las complicaciones que ocasiona Renzo. ¿Se podría decir que en esta relación Arturo es el cerebro y Renzo el corazón, salvaje, pero corazón al fin?

G.F.:–Un poco de eso hay. Es ese vínculo entre el galerista y el pintor. El representante o manager entiende mejor la metodología comercial. Y Renzo acata o no.

L.B.:–Sí, pero se complementan. Son imprescindibles esas dos figuras. Si no, una de las dos hubiera desaparecido. Son tareas distintas y se necesitan uno de otro. 

–¿Creen que en la vida real podría existir una amistad como ésta?

G.F.:–Absolutamente. Es real lo de los polos opuestos que se atraen en parejas y en amistades. 

L.B.:–Porque no son amistades simbióticas, son relaciones de afecto. Pero cada uno ha hecho su vida sentimental por su lado. No es que se hayan necesitado para caminar. Cada uno hizo su vida. Hay un afecto y la cosa que los une que es el trabajo. En general, es mucho más divertida una relación de este tipo. 

–¿Renzo aborrece la lógica del mercado del arte?

L.B.:–No, eso le pasa ahora que está en este momento más complicado, pero no creo que sea así. Yo creo que fue un hombre relacionado con sus pares seguramente. No es un tipo que ha estado marginado.

–No es un bohemio.

L.B.:–No, para nada. Me imagino que seguro debe haber tenido amigos pintores que en una de esas se deben haber reunido y dicho: “¿Viste esa mierda que están poniendo ahora?”.

G. F.: –El aborrece el advenimiento de algo que cree que no es arte. No comulga con el nuevo arte tan vendido comercialmente hoy. 

L.B.: –Prueba de eso es que Renzo manifiesta su admiración por un retrato, del que el amigo le regala el original de esa obra. 

–¿Tal vez Arturo tiene la ambición que le falta a Renzo?

G.F.:–Es que al ser galerista tiene que continuar. El necesita tener buenas críticas de su material y vender y sobrevivir. Tiene que continuar. 

L.B.:–Como si fuera dueño de un teatro: un teatro necesita estar en actividad y ofrecer una cosa u otra porque hay una estructura que sostener.

–¿Creen que tangencialmente    la película habla sobre cierta frivolidad que puede haber en el mundillo del arte?

G.F.:–Sí, pero frivolidad hay en todos los ámbitos. El es un pintor de alto nivel, figurativo, que toca otra cuerda y no puede creer que este mundo de arte sea mejor que lo que hace él. Pasan muchas cosas, como la mediatización en muchos ámbitos, con lo que no comulga en lo más mínimo.

L.B.:–Hay modas que se están imponiendo. Yo he vivido etapas en las que había algunos críticos de arte que eran como dictadores: decían lo que se debía ver y lo que no se debía ver. 

–En las películas de Duprat y Cohn aparece el tema de las miserias humanas. En El artista, a través del enfermero que se hacía famoso robando obras plásticas; en El hombre de al lado, con un burgués que manifestaba miedo al diferente y terminaba ocasionando una tragedia. Y en El ciudadano ilustre estaba la necesidad de un pueblo de reivindicar y hundir a alguien casi al mismo tiempo. Mi obra maestra no es la excepción. ¿A ustedes también les parece que puede ser interesante mostrar el  lado B de las personas?

L.B.:–En este caso, no me atrevería a opinar porque es la obra de un director y un guionista, pero siempre es atractivo y forma parte casi inevitable del relato la otra parte de la historia o de los protagonistas. Siempre hay un momento en que el más valiente de todos no se sabe por qué se asusta. No es sólo lo negativo sino que forma parte de una totalidad que es un ser humano, que tiene facetas, momentos de luz y momentos de sombra. Porque no es una crítica permanente del tipo “Siempre es un hombre oscuro”. No. Tiene sus luces y sus sombras.

G.F.:–Siempre están esas miserias. Uno cree conocerse mucho, cree conocer a la persona que tiene al lado, pero hay que ver en esos momentos límite cómo son esas personas, cómo es uno. Capaz que sale algo feo de uno que desconoce que tenía, o una fragilidad que creía no tener y tiene. Pero está bueno. Es lo que también necesita contar un director y nosotros, como actores, plasmar esa idea. 

–¿Es un misterio la creación artística?

G.F.:–No, hay gente creativa y hay gente que no lo es. Hay gente original en su disparador. A veces, hay cosas que son ponderadas como creatividad y si las rascás un poco son copias de otras cosas. Cuando hay disparadores originales se genera una creatividad, aunque no sean interesantes, pero sí originales. El tema es ver cosas que no has visto o que te despierten cosas. Y ahí se genera una creatividad. 

L.B.:–No creo que haya misterio en esto. Hay sí personas que tienen algo distinto del resto. Y esos son los que merecen llamarse artistas. No es misterio: es una condición natural o ejercida, entrenada, o transpirada, pero no cualquiera compone “Adiós Nonino”. No cualquiera. Astor Piazolla era un ser humano con contradicciones, con defectos. Pero tenía eso especial que tiene un artista. No es un misterio sino una condición que vaya a saber quién se la dio. Innata, pero la gestionó, la trabajó. Los grandes artistas siempre han trabajado como bueyes, por su propia pasión. Esa es la única diferencia entre los que somos intérpretes y los que son artistas.