La leyenda oculta de Morfi & Vinacho, o Morfi y Vinacho, o Morfi Vinacho, es la de un estallido existencial único, una fábula real y actual tan desgarradora, salvaje, electroestimulante y falta de moraleja como la que más. Encabezada por un elenco multiestelar, populista y elegante, su trama apenas se deja adivinar entre la letra chica de la gran historia del rock local, pero justamente por eso puede revelarse como eslabón perdido entre los últimos fulgores de la explosión del género durant los 80 y el rock alternativo y conurbano que conquistaría la década siguiente. A su manera, es un mito precursor del posterior rock barrial, aunque en un estilo y sabor mucho más paladar negro.
La historia del mito de Morfi Vinacho es la del mito de los Arizona, dos carismáticos hermanos: uno es Guillermo, el más joven y el genio creativo de la familia, fallecido prematuramente el 17 de agosto de 1993, con apenas 26 años. El otro, Gustavo, es el mayor, el gordo, el que siempre bancó y banca los trapos. Ambos de Floresta e hinchas de All Boys, rugbiers con antecedentes en Ciudad Evita y mucha onda en plan peluche killer show. Pero también, atención San Isidro, es la historieta de los años pretelevisivos del Bebe Contepomi acordeón en mano (flaquísimo y con chaleco a lo Tom Waits), miembro fundador y productor ejecutivo de la finalmente acontecida recuperación discográfica de su vieja y querida banda maldita, veinticinco años después de la muerte de su querido amigo Guillermo Arizona, Guille a partir de ahora.
Morfi Vinacho (nótese el placer visual, auditivo y al paladar que permite leer o pronunciar su nombre) es además un fascinante y desconocido capítulo de Andrés Calamaro como guitarrista líder e integrante latente del grupo por los siglos de los siglos. Y, también, una encantadora aproximación a la vida y obra de Guillermo Piccolini, responsable final de la producción musical y mezcla de su legado, fruto de unas sesiones casi perdidas en las que los dos se solaparon: Don Andrés en plena faena de conquista de las audiencias intercontinentales y Picco recién retornado a Buenos Aires de la mano de Pachuco Cadáver tras sus años ochentas madrileños con los Toreros Muertos y Lions in Love. La vanguardia es así.
Un barril de dinamita
Apenas unos meses antes del fallecimiento de Guille, un juvenil Bebe Contepomi le preguntaba a Andrés Calamaro –para su programa de radio fm sanisidrese labrador de entonces– sobre Morfi & Vinacho, banda en la cual el entrevistador era integrante de la primera hora pero a cuyos ensayos se ausentaba cada vez más. La respuesta fue contundente: “Los Hermanos Arizona son como agarrar un barril lleno de dinamita y tirar un fósforo encendido adentro”.
El mismo Bebe de siempre, pero casado, padre de tres hijos, hoy hace memoria: “A Guillermo me lo presentaron Calamaro y Fresán. Trabajaba como dibujante en Cuisine & Vins, la mítica y pionera publicación gourmet, y tenía onda con Miguel Brascó que era el dueño”, recuerda. Y precisa: “Si mal no recuerdo, aunque también hayan pasado otras personas, Morfi y Vinacho éramos Guille y Gustavo Arizona y yo”.
Hasta donde recuerda Gustavo Arizona, hermano mayor y cantante desaforado, “a Rodrigo lo conozco de cuando hicimos la colimba y después ibamos a ver grupos en La Esquina del Sol, el Stud Free Pub, ese tipo de lugares. A Bebe no me acuerdo bien cuando lo conocimos, supongo que por Andres, y enseguida se hicieron muy muy amigos con Guille... Yo en realidad ya conocía un Contepomi, su hermano Pancho, de jugar al rugby: él por el Newman y yo como pilar de Banco Hipotecario. Guille era dos años más chico que yo, pero también jugaba, de wing o medio scrum”.
El debut en vivo de los Arizona cantando temas propios fue hacia 1990 en Babilonia, incandescente sala en el barrio del Abasto, en una fecha gloriosa y accidentada de Loquitos por la Música, super banda arengada por Andrés Calamaro con Fernando Lupano en bajo, Ariel Roth y Tito Losavio en guitarras y Ricky Gonzalez en la batería, todos enfundados con remeras de una gasolinera estampadas con un tigre. En el anecdotario mediático, el show quedó eclipsado por un incidente con Charly García puesto a copar la parada, que terminó con algún bife corrector hacia García Moreno por parte de uno de los hermanos Moreno Avallone (apellidos paterno y materno de los Arizona).
Su primer fotógrafo fue Paulo Padma Russo, que mucho antes de fundar la revista Wipe y su restaurante Krishna, se cruzó a nuestros hermanos en un recital del grupo Los Chanchos, al que fueron como público. “El nombre que se pusieron los define bastante”, dice Russo. “Ellos tenían esa cosa medio redneck, porque los dos eran re blanquitos y de ojos claros. Creo que hay que tener en cuenta de que entonces estaba muy de moda el pop y ellos en cambio eran fans de Lou Reed y de Iggy Pop. Cantaban temas como ‘Piñas van, piñas vienen’ o ‘Salta Dieguito’, cosas muy de barrio, pero a la vez lo que hacían no tenía nada que ver con esa cosa de rock de barrio berreta, medio grasa”.
Federico Novick, otro fan de la primera hora, cuenta que, siendo su padre dueño de Palladium, a los 17 años se hizo amigo de Andrés Calamaro. Pero que conocer a los hermanos Arizona fue para él como “un bautismo de fuego de lo que es el rock o la verdadera noche”, asegura. “Guille es una especie de concentración de fuego y suelta lumínica que atravesó toda la escena de entonces y que de alguna manera nos tocó a todos, a gente muy diferente pero de forma muy parecida”.
“La verdad es que Los Hermanos Arizona eran una cosa muy seria”, observa Guillermo Piccolini, que varios años antes de sumarse al proyecto los conoció una tarde en la casa de Calamaro. “Fui porque Petinatto me dijo que fuera a visitarlo, y en un momento dado pasaron los Hermanos Arizona y fuimos a ver a Los Redondos”, precisa Piccolini. “Siempre hablamos de Guille, pero Gustavo arriba del escenario era muy fuerte, todo un personaje, digno de un film de John Waters: era sexy, gordo, decadente, canchero, pesado, tenía muchas cosas muy buenas”.
El Bebe Contepomi es el que mejor resume la época: “Creo que lo que nos pasaba a todos, a Calamaro, a Piccolini, a Willy Crook o a mí, es que todos éramos palermitanos, del rock de Cabo Verde, de Nave Jungla o de la Plaza Serrano, y de repente aparecieron dos pibes de Floresta, que vivían frente a la cancha de All Boys que, aunque medio no habían terminado el colegio era gente que tenía cultura, leía libros y sabía mucho de música”.
Ritmo de la noche
Hubo un tiempo en que Morfi & Vinacho tenía un nombre y varias canciones, todos temazos, pero el Gordo sólo cantaba, Guille intentaba tocar la guitarra toqueteando las afinaciones y Bebe aportaba acordeón y unos pianos muy simpáticos. Entonces se fueron sumando amigos y vecinos, entre ellos los hermanos Serra Bradford, hasta llegar a un bajista y empleado bancario llamado Carlos Lococo, que se consolidó como parte del sonido de la banda, y un tal Matías Boxaca, baterista exquisito de toque exaltado. Además de castigarla con violenta destreza en el disco que hoy ya podemos escuchar vía Spotify, Boxaca es una figura fundamental en todo este asunto: fue quien le enseñó a Guille a afinar la guitarra en Mi mayor, una de las afinaciones que usa Keith Richards.
“Creo que esa afinación es la marca del genio”, apunta Piccolini. “Es el tipo que se enfrenta a una imposibilidad técnica y le pasa por arriba. Porque no es que se puso a estudiar: afinó la guitarra distinto y salió arando haciendo un tema tras otro”, paladea el ex Torero Muerto y actual Pachuco Cadáver desde su laboratorio de grabación y mezcla, con las cintas abiertas ya digitalizadas y máximo especialista en las entrañas del audio de Morfi & Vinacho.
“Me acuerdo de un show increíble que hicimos en el Abasto, creo que en El Dragón, todos vestidos con unos mamelucos que Guille había conseguido de una fábrica”, evoca Contepomi. “Yo tocaba el acordeón y tenía mi momento de gloria cuando recitaba ‘En donde mierda está el amor’, un poema mío que decía: ‘Romeo y Julieta se mataron, Dalila a Sansón sin pelo dejó, Carlitos a Alicia del balcón tiró, Zulema de la quinta a Carlos echó’. Era mi tema en vivo. Como yo no sabía tocar mucho, en el disco todos los pianos los tocó Piccolini. También me acuerdo de que Andrés nos regaló su tema ‘Buena suerte y hasta luego’, que entonces era inédito, y también lo cantaba yo”.
Hacia 1992 el grupo había dejado de ser un chiste entre amigos y ya era una banda que cada vez que tocaba se prendía fuego. Juntaron un dinero y entraron a registrar sus canciones (ni siquiera a grabar un disco, eso se vería después) en Bikini, un estudio palermitano con una máquina de cinta abierta de media pulgada, un formato de grabación que apareció sobre el final del reinado analógico y la irrupción de lo digital, difícil de reproducir años después.
Ocurrió entonces que durante la primer noche de grabación, la novia y una amiga del guitarrista lo pasaron a buscar porque “tenían un cumpleaños”, y entonces Calamaro, que estaba ahí supervisando todo, primero pidió permiso y luego se colgó la guitarra para la algarabía del resto de los presentes, para gastarla en plan Marc Ribot populista.
Por entonces tocaron el vivo en el Roxy de Congreso, con el resto de Los Rodríguez como parte del público, y de esa época tengo el recuerdo de un viaje en taxi en el que Andrés proclamó: “los únicos capacitados para entender y producir a un grupo como Morfi somos Melingo, Piccolini y yo”, y luego, o antes, que “voy a hablar con Tinelli para que Morfi toque en Ritmo de la Noche”.
Luego Andres volvió a España y se produjo el enroque con Piccolini recién retornado a estas pampas en plan Pachuco. “Un día me los cruzo a los Arizona y me dan un volante que tocan con Morfi & Vinacho. Fui a verlos, el show me pareció espectacular y como Andrés estaba en España me pidieron si los ayudaba con las sesiones del disco”.
Paranoicos y celestiales
Así estaban las cosas por entonces: sus shows eran acontecimientos energéticamente explosivos, festivos, chamánicos y humorísticos protagonizados por una contundente colección de hits instantáneos y estaban grabando cantidad y calidad de himnos entre justicialistas, ultrarrománticos, paranoicos, absurdos, celestiales, bizarros y con toques gore, con referencias a Diego Armando Maradona y Dios y el Diablo convocados cada dos por tres, y hasta que el 17 de Agosto de 1993 Guillermo entró al baño de su casa (la casa de su familia), de donde no volvió a salir con vida.
Piccolini lo recuerda así: “En total fueron cuatro sesiones de grabación, de las cuales Andres fue a dos y yo a otras dos. Pero un día me suena el teléfono y es Bebe llorando, y diciéndome que se había muerto Guille. Claro, por entonces yo tenía 29 años, y es algo completamente absurdo pensar que se va a morir un amigo, que tampoco era un reventado. Guille era muy asmático, fumaba y se daba con el chufo. Aparentemente, cuando usas mucho el aparato, los alvéolos pulmonares de alguna manera afectan el nervio del corazón. Yo no soy médico, pero alguien me dio alguna vez esa explicación”. Confirma su hermano Gustavo: “Fue un infarto: él era asmático y el consumo de broncodilatador le jodía el cuore”.
Durante muchísimos años lo único que circuló sobre Morfi y Vinacho fueron unas copias a las apuradas, de las que se hacían al final de la sesión como para tener algo para escuchar después, cuya circulación en casette amplió su legión de fans y admiradores entre sibaritas. Hasta la actual recuperación por parte de Piccolini de aquellas cintas –que hoy se pueden escuchar en toda su gloria en Spotify–, lo único editado oficialmente de Morfi Vinacho era “El Camionero”, como parte de la banda de sonido de Caballos salvajes, un complot de Calamaro y Piccolini que musicaliza una de las mejores secuencias de la película.
En cuanto a la banda en vivo, sus reuniones a lo largo de los años siempre tuvieron algo de película de los Blues Brothers, con Guille liderando desde arriba y el Gordo con los pies en la tierra, plantando bandera. En estos últimos años, un poco con el proceso de recuperación de aquellas cintas y al calor de la vieja La Viola Bar de Humboldt y El Salvador, se consolidó una formación estable de la banda, con Franco en guitarra, sobrino Arizona, el hijo de Alejandro, el hermano menor de los Moreno, y la verdad es que el pibe la rompe. Mientras tanto, Gustavo efectivamente está demasiado gordo, pero en vivo la gasta como siempre. Y si las condiciones son propicias tenemos a Piccolini en piano, y si Bebe viene obviamente se sube, y Lococo vive en Mar del Plata pero si le avisamos con tiempo... La verdad es que es un lujo: los temas se tocan solos y el mito –como se puede apreciar– recién está entrando en su fase escrita y digital. Están todos invitados al viaje.
El disco de Morfi Vinacho está disponible para escuchar en Spotify. Con Gustavo Arizona al frente, el grupo se presenta este viernes 17 de agosto, recordando los 25 años del fallecimiento de Guillermo, en Strummer Bar, Godoy Cruz 1631. A las 21.