“Eres una estrella, Janet. Estoy orgullosa de ti. A pesar de que creo que la democracia está acabada”. El jugo satírico –y, en más de una instancia, negrísimo– es establecido velozmente, luego de un par de diálogos y de un arranque que anticipa, sin dar ninguna clase de detalles, el final mismo de la historia. Quien pronuncia esas palabras iniciales en el último largometraje de la británica Sally Potter –que tendrá finalmente estreno local dentro de un par de semanas, luego de su presentación oficial en el Festival de Berlín hace un año y medio– es April, la mejor amiga de Janet, la primera invitada en arribar a una fiesta pequeña e íntima cuya razón de ser no resulta nada menor. Al fin y al cabo, la anfitriona, una política de carrera, acaba de recibir la noticia de su inminente nuevo puesto en el gobierno. Ser Ministra de Salud no es poca cosa y merece celebrarse como lo que es: el escalón máximo conseguido a la fecha de una lucha de décadas por ascender en la estructura del partido. También, desde luego, de toda una vida dedicada a mejorar la existencia de todos los habitantes del Reino Unido. Pero, ¿cuál de esas dos peleas es prioritaria para Janet y sus colaboradores? ¿Qué actitud es la triunfadora en esa nueva cima personal? ¿El idealismo o el cinismo? La experimentada y experimentadora Sally Potter, reconocida internacionalmente por títulos como Orlando y La lección de tango, entrega en The Party una pieza de cámara de apenas 70 minutos filmada en estricto blanco y negro. Una comedia gris virada a las tonalidades oscuras que decide encerrar a un septeto de personajes en una única locación para hacer estallar conflictos colectivos y personales, sociales e íntimos. “Creo que mi primera comedia fue Orlando. Pero a los ojos del resto del mundo supongo que esta es mi primera comedia hecha y derecha”. La voz del otro lado del teléfono suena amable y relajada, dispuesta a responder todas las preguntas. La siguiente afirmación no hace más que confirmarlo: “El humor siempre ha sido importante para mí. Me encanta hacer reír a la gente y creo que esa es una buena manera de ser seria respecto de ciertas cosas, pero de una manera astuta”.
Para una realizadora que creció artísticamente a la sombra de los movimientos experimentales de los años 60 y 70 y cuyo largometraje más reconocido, Orlando (1992), no hizo más que adaptar inteligente y atípicamente una novela considerada inadaptable –cortesía de la indómita Virginia Woolf–, The Party se ubica más cerca de alguno de sus últimos largometrajes, como el coming-of-age humano y político que late en el centro de Ginger & Rosa (2012), su film inmediatamente anterior. Incluso, dados su único ambiente y las crecientes capas catárticas que comienza a envolver a los personajes, más de un espectador antepondrá la palabra “teatro filmado” a cualquier otro concepto cinematográfico. Potter tiene una respuesta para esa descripción formal: “Nunca pensé la historia como una obra de teatro; siempre fue una película. Aunque es cierto que, desde que se estrenó, me ha llegado el interés de productores teatrales para llevarla a los escenarios. Lo cual, desde luego, son bienvenidos de hacer. Pero más allá de eso, existe una tradición cinematográfica que es la de confinar a los personajes en un ambiente claustrofóbico. Buñuel lo ha hecho. Bergman también. Es un concepto que crea una situación explosiva desde el punto de vista dramático, en la cual la gente puede ser empujada hacia algún extremo, de forma tal que no tengan escapatoria posible. De los demás o de ellos mismos. Por otro lado, tenía ganas de hacer algo en tiempo real y filmar rápidamente, aunque todo fue preparado en profundidad con un magnífico grupo de actores. De manera que la gente en el cuadro -aquello con lo cual están lidiando, sus crisis, sus vidas interiores- se transforme en algo prioritario. Y que la tragedia (porque las situaciones trágicas son diversas) fueran vistas a través del género cómico”. En la película hay varios y diversos secretos que saldrán a la luz, discusiones sobre el estado de la salud pública y consideraciones sobre el rol de la mujer en la sociedad, chistes sobre la meditación trascendental -que es practicada rigurosamente por uno de los invitados- y un revolver que pasará de un bolsillo a un cesto de basura y de allí a las manos de un nuevo dueño temporal. También una selección musical que pauta y comenta con riguroso sentido de la diégesis el ritmo de las conversaciones, las peleas y reconciliaciones, los picos y mesetas de una tarde que, de a poco, va transformándose en noche, al tiempo que las tensiones son lentamente llevadas a un punto de no retorno.
Los siete magníficos
Sin dudas, como afirma Potter desde su oficina londinense, el reparto de The Party podría ser definido como magnífico. “Lo importante no era que fueran conocidos, sino buenos. Quería trabajar con ellos porque son maravillosos y porque son actores que toman riesgos. Todos cobraron lo mismo y se entregaron por completo al proyecto, tomando riesgos dramáticos muy grandes”. Kristin Scott-Thomas es la dueña de casa, una mujer poderosa en los ámbitos políticos de Londres que, sin embargo, no tiene problemas a la hora de encargarse personalmente de preparar la cena para los invitados. Al fin y al cabo, sigue considerándose una persona de izquierda. Mientras cocina, al comienzo de la trama, antes de que ésta se espese, Janet conversa telefónicamente con algunos de sus colaboradores y, significativamente, con un amante secreto. En la habitación de al lado Bill, su marido, disfruta de una botella de vino y de su colección de discos de vinilo con la mirada absolutamente perdida. Así será durante una parte importante de la velada. Timothy Spall le da forma al personaje en plan no-me-interesa-nada-de-lo-que-pasa-o-dicen, hasta que... ocurren ciertas cosas. La estadounidense Patricia Clarkson encarna a April, al tiempo que el suizo Bruno Ganz hace las veces de su marido. Que ambos estén en proceso de separarse (o, mejor dicho, de que ella esté a punto de despedirlo de una metafórica patada) es casi anecdótico. El reparto lo completan Emily Mortimer, como una joven embarazada de trillizos, Cherry Jones en el rol de su pareja, una veterana activista lesbiana, y el irlandés Cillian Murphy como Tom, un joven banquero obsesionado, como corresponde, con el dinero y, como se sabrá, con una supuesta infidelidad de su esposa. “En el guion ya estaban sugeridas muchas cosas, como el uso de la iluminación: hay un momento en el cual el día se transforma en noche, muy sutilmente”, continúa Potter. “En otros momentos, la luz es utilizada para enfatizar ciertas instancias de confesión o de verdad, que es uno de los temas centrales discutidos por los personajes: la verdad y las mentiras.”
¿Por qué rodar en blanco y negro?
–Desde un punto de vista emocional, el blanco y negro es mucho más colorido. Tiene que ver con los extremos de las sombras y de la luminosidad y, por esa razón, está ligado a las raíces del cine, como algo que es proyectado a través de un haz de luz. Es un truco de la mente eso de interpretar un mundo en blanco y negro como algo real. Lo cual me hace sentir que, en cierto sentido, especialmente durante las crisis emocionales, el ojo físico de un individuo es muy selectivo y no ve todo. Sólo vemos aquello que es importante. Sabemos que ese es el caso con el sonido; por ejemplo, en momentos de peligro, la gente escucha aquello que suena amenazante y elimina cualquier otra cosa. Creo que el color, que supuestamente es más realista, muchas veces termina transmitiendo demasiada información. Y esa no es la manera en la cual el cerebro decodifica el mundo. Eso hace que el blanco y negro sea muy excitante a la hora de trabajar. Además, de esa forma se está ligando una producción actual con el pasado del cine, a cierta idea de clasicismo.
A pesar de que el rodaje, que duró apenas dos semanas, se vio atravesado por la votación del Brexit (“fue a la mitad de la filmación, todo un shock”), The Party no menciona hechos de la realidad política británica o del resto del mundo. Tampoco señala a los partidos políticos existentes en la vida fuera de la ficción. Para la directora, el film toca “cuestiones más universales, tanto a nivel político como personal. Pero hice una elección muy clara respecto de la ambientación local, no solamente al ubicarlo en el Reino Unido sino específicamente en Londres. La ciudad y esos personajes en esa ciudad. Porque creo que cuanto más específico se es, la aplicación final es más universal. Por ejemplo, Ladrones de bicicletas, la película de Vittorio De Sica, es un film sobre la pobreza en Italia, pero es tan particular y específica que se ha convertido en una historia absolutamente universal sobre un padre, su hijo y las circunstancias que los rodean. Era un riesgo, pero es fascinante que ahora que el film se ha estrenado en muchos países nadie tiene problemas a la hora de identificarse con la historia. Por el contrario, el espectador relaciona muchas de las cuestiones no sólo con su vida personal sino con la vida política de su propio país”. Uno de los temas que recorre la poco más de una hora de proyección se relaciona con los cambios que los personajes han atravesado con el correr de los años y las décadas. La mayoría supo pertenecer a una generación que podría definirse por su idealismo, por el grado de compromiso con causas sociales, humanitarias y, desde luego, políticas. “Es gente que ha protestado, que ha ido a marchas, que ha intentado cambiar para mejor ciertas cosas. Y que se ha decepcionado con la lentitud de los cambios, con los retrocesos. Lo interesante es que, al principio, uno puede pensar que los personajes son de determinada manera, pero al final resultan ser algo distinto. Por ejemplo, lo que aparenta ser un comentario cínico de April termina demostrado que, en el fondo, es una revolucionaria idealista. A veces las personas más críticas, más duras, son las más idealistas. Es una manera de mirar el mundo y es interesante explorar la forma en la cual la gente ve sus ideales confrontados cuando se enfrentan a una crisis personal. Tom es un materialista, es el más extraño en esa situación. Al principio pensamos que es un banquero cocainómano, amante del dinero y los trajes caros, pero al final vemos que es un marido con el corazón roto, alguien que ha sido rechazado. De ahí surge su humanidad”. La farsa, de esa manera, nunca termina por caer en el pozo sin fondo de la misantropía, o de transformarse en un dedo acusador de las zonas erróneas ajenas. Para Potter, The Party tiene un efecto catártico: “Es una crítica suave en la cual la gente puede ver reflejada sus propias fragilidades. Todo termina reducido a un sentimiento de amor, incluso luego de aquellos momentos en los cuales los personajes dicen las cosas más oscuras, malvadas”.
La mano invisible
La selección musical de Bill, escuchada a través de un equipo de audio de alta fidelidad y una bandeja de alta gama, es ecléctica pero consistente: Bo Diddley, Rubén Gonzalez, Albert Ayler, Ibrahim Ferrer, Grigoras Dinicu, Carlos Paredes. “Es mi propio gusto musical y son todos discos de mi colección. Ya estaban pensados desde el guion. De alguna manera, es un retrato de la vida del personaje, de sus aspiraciones, sus intereses. No quería usar la banda de sonido de una manera convencional, como si una mano invisible pusiera la música en la atmósfera, sino que siempre fuera Bill el que apoya la púa. Hasta que, cerca del final, es Tom quien termina reemplazándolo. De esa manera, se transforma en una conversación entre la música y las acciones. A veces como contrapunto, otras como subrayado, pero siempre como comentario sobre lo que está ocurriendo”. Sobre el final, mientras corren los títulos de cierre, se escucha completa “Emancipación”, de Osvaldo Pugliese. Nada extraño para una amante del tango –la música y el baile–, para una realizadora que transformó esos gustos y sus experiencias personales en la Argentina en un retrato autobiográfico protagonizado por ella misma: La lección de tango, otro film en blanco y negro. Rodado, desde luego, en la ciudad más tanguera del mundo. “Aunque hayan transcurrido muchos años, unos veinte o más, se trató de un momento definitorio en mi vida. Fue una experiencia maravillosa el poder tomar lecciones con esos grandes maestros, participar de esa vida cultural, bailar toda la noche con diferentes personas con la cuales nunca había hablado con anterioridad, en lugares diversos de Buenos Aires. Y todo eso fue antes de que el tango se transformara en una gran atracción turística; no había tantos extranjeros en aquel entonces. Aprendí mucho sobre la música y, por supuesto, fue la música la que me llevó a querer bailar. Fue un gran momento educativo”.