Finalmente me he encontrado a mí mismo. Soy un perro, le escribe Van Gogh a su hermano Theo. Van Gogh es el pintor preferido de Alonso. Para él pintó Casa Tomada, donde le regala al creador de los girasoles más borrachos del mundo lo que deseaba: una mujer en su cama y un niño en la cuna en su dormitorio de Arlés. Carlos Alonso cree en la pintura como otros creen en el amor. Si toda metafísica implica una concepción política, Alonso es un militante de la pintura, dispositivo a través del cual dialoga y también construye la realidad: “Siempre entendí cuál era mi suerte: desentrañar la relación entre la pintura, la gente y la sociedad”, dijo alguna vez.
Vida de pintor es una exposición con casi cien obras del artista, desde la década del 70 hasta el siglo XXI, y cuya colección (salvo algunas pocas obras) le pertenece. En el cuadro Mesa de Courbet N°2, pintura de 1978, aparece el taller del fundador del realismo como un laboratorio orgánico, repleto de pigmentos, flores, frutas secas, pinceles y latas. Para Alonso, el artista es un demiurgo. En ese cuadro se puede ver, como en toda su obra, el virtuosismo y el talento fuera de escala, pero sobre todo, la mirada del pintor sobre otro pintor. Sus tesoros son esos limones secos, esos pinceles dentro de una lata, sus pomos de pintura abiertos chorreando colores, y esa luz que entra al taller a través de la ventana. No es la mirada de un artista posmoderno. Es la mirada contemporánea de un pintor moderno, atravesado por las vanguardias en las que participó y por su enorme talento. No hay división entre arte y vida, sino que aparece la pintura como registro histórico, como retrato de una sociedad y como testimonio del propio sentir y pensar del artista. Sexualidad, belleza, soledad, creación, amor, perversión y destrucción. Cada cuadro, cada ventana, es un espejo de hallazgos y de miserias.
Lo perdido
Carlos Alonso nació en Mendoza hace 89 años, en Tunuyán, zona de vinos, manzanas, ríos y sismos. A los 21, luego de pasar por la Academia de Bellas Artes en Cuyo, viajó a Tucumán para formar parte del Grupo de Lino Spilimbergo, a quien le dedica varios retratos presentes en la muestra. El acrílico Retrato de E. S, de 1978, así como Viejo pintor –del mismo año– son retratos goyescos, de un patetismo y una soledad desoladora, aún siendo cuadros de una belleza perturbadora. Dice Alonso: “A Spilimbergo lo vi en Unquillo, azotado por la enfermedad, con eczemas en las manos y en las piernas; lo vi vendado, lo vi sufriente, casi olvidado. Me impresionó mucho. Sentí que alguien tenía que decir eso, que no estaba el gran maestro, adorado por sus discípulos, consagrado por la crítica, comprado por los coleccionistas, ¡no! Había una ruina, algo que era finalmente el propio destino de cada uno”.
Son cuadros pintados en Italia, tierra de su madre, donde se exilia en 1976 luego de que una amenaza de bomba provocó el desalojo de la exposición El ganado y lo perdido, en Art Gallery. La muestra seguía la línea de sus ilustraciones de El Matadero de Esteban Echeverría, donde se hace una analogía entre la violencia y el autoritarismo (en el caso de El matadero con el régimen de Rosas) que sufren las vacas en los mataderos, con los hombres. Mutilaciones, ganchos, cuerpos fragmentados, ojos vendados, muerte. La tinta como sangre. La pintura como espacio de denuncia y de revelación, anticipando el horror que vendría. El ganado y lo perdido se hermana con la canción de Atahualpa Yupanqui “El arriero”: las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas. La tragedia y la pena sería también profunda en la vida de Alonso, con su hija Paloma detenida desaparecida en 1977. Alonso estaba en Roma con su hijo Pablo. “Paloma, que a los 16 años ya se había emancipado y un año más tarde comenzaba un viaje por Perú con la noble y difícil misión de alfabetizar a los indígenas de Latinoamérica, fue detenida en su casa a cinco días de haber cumplido los 21” contó su hermana Mercedes, al estrenar su obra Los pasos de Paloma en el 2012.
La historia del arte presente en la obra del pintor mendocino no sólo no es una metáfora sino que es también una historia política. El ojo del pintor como un sol que ilumina y focaliza aquello que da –o destruye– sentidos, las manos como herramienta que pueden sembrar, construir así como destruir. Cómo nos amamos y cómo nos abandonamos.
Del lado de la belleza y el sentido, los pintores a los que homenajea: Courbet, Van Gogh, Velázquez, Monet, Goya, Caravaggio. Sobre su elección dijo hace unos años en una entrevista: “Yo mismo me he preguntado, por qué esta tendencia a revivir a partir de obras de otros autores; por qué esta necesidad de apoyarse en obras del pasado, ya consagradas y respetadas. Puedo decir que es la necesidad indudable de este respaldo para poder pegar un salto, sin que la aventura sea un salto al vacío; sentir que uno es parte de una cadena, un eslabón de una cadena, que viene de atrás y que uno aspira que siga para adelante; una forma de tomar aliento, de tomar fuerza, bebiendo en fuentes que uno considera legítimas y aún llenas de savia, de vitalidad y de potencia.”
Van Gogh mirándonos en un primer plano (con una mirada, dan ganas de abrazarlo, también de agradecerle a los dos artistas que esos ojos sean posibles) con su cara vendada, sin una oreja, amputado, en El dormitorio en Arlés. Monet tirado en su cama, casi ciego, enfermo de cataratas. Un díptico monumental repleto de tragedia y belleza, negros y blancos, pura historia, pura pintura. Alonso tiene un manejo del acrílico que desconcierta. Podría ser óleo, podría ser temple. Podría ser cualquier cosa. Es materia pura desde donde nacen una cantidad de colores, tonos con una plasticidad, que aun ante el cuadro más triste, la historia más desgraciada, el bloque de pintura emociona por su belleza. Es el poder del pintor. La vida le gana a la muerte.
El espíritu de Van Gogh sobrevuela la sala. En los cuadros Vincent, Vincent Van Gogh y El pajarito (del mismo año) aparece el pintor francés detonado, sin oreja, cargando sobre sus hombros su soledad gigantesca, una mirada cansada de tanto. Vendas, cuchillos y un revólver. El pájaro en relieve pura materia de un blanco mortecino posado sobre su cabeza anuda la decisión de terminar con todo. Aún la muerte puede convivir y disfrazarse de rojos tan hipnóticos y de pájaros tan pájaros, que duelen en su belleza.
Las pinturas se mueven en el espacio y el tiempo. De Francia en el siglo XIX a la Argentina del 2000. De los retratos de otros pintores a los autorretratos. La historia del arte lo incluye. Alonso es un pintor como ellos. No sólo por el talento infinito sino porque no puede hacer otra cosa más que pintar para estar vivo. La pintura es su vitalidad. En el cuadro Manta salteña (2005) se ve una mujer desnuda, con su cintura quebrada, entregada con la misma potencia y el mismo patetismo de la mirada del artista, que nos mira con tristeza, nos mira tan profundo que confunde. ¿Está contento porque tuvo sexo en esa manta salteña con una prostituta? ¿Es una mirada de saciedad o nos mira para contarnos que su mirada está siempre afuera de la escena, esperando ser pintada, en fuga?
Nuevas primaveras
El acrílico, en los cuadros, convive por momentos con cintas, papeles, óleos, recortes, tinta, diagramas y collage. Inmersa en la vertiente neofigurativa, la obra establece una versión criolla del Nuevo Realismo con todas las libertades formales que eso implica: el gesto por sobre la representación, utilización de cierto lenguaje narrativo del cine, independencia del color respecto al dibujo y ruptura del plano. La figuración sobrevive en versiones singulares, unida a la naturaleza y a cierta concepción del paisaje, aunque éste sea construido dentro de una habitación. Será ese el motivo que tiene al artista viviendo en Unquillo (Córdoba) desde 1981, junto a Teresa, su mujer, en una casa sobre una loma, que mira a un enorme bosque de eucaliptos, olmos y nísperos. Alonso dijo en una entrevista: “Los pintores figurativos necesitamos algún argumento expansivo que tenga la capacidad de incorporarse al trabajo, que ocupe un espacio, incluso un tiempo. Y ahí están ciertos pintores que son como la naturaleza. Tienen la vivacidad, la potencia y esa capacidad de producir nuevas primaveras, nuevos veranos. Esos pintores siguen vivos cuando han apresado algo de la realidad que es permanente, de todas las generaciones, algo que incorporan. Son como un árbol, una montaña, yo diría que más, pensando en aquello de Stendhal de que la belleza que más emociona es la que está hecha por el hombre”.
La alegría, el juego, el humor y las guirnaldas se alzan como un altar en la vitrina ubicada en el centro de la sala. Frida Kahlo con un vestido de flores fumando un pucho debajo del papel picado violeta con una calavera, un fuck you a la muerte, acompañada por los retratos de su compañero, el muralista Diego Rivera. Conviven con cuadros pequeños, poderosos retablos que hacen referencia –también– a la historia del arte y a la vida del pintor.
Hace algunos años, en el 2011, Alonso le rindió homenaje al terrible y sublime Caravaggio, a todos sua claroscuros y sus sombras. Talentoso, iracundo, marginal, reconocido, su vida era como sus cuadros, estaba llena de todo tipo de pasiones. Ante la pregunta de por qué Caravaggio, por qué un homenaje, Alonso respondió: “No es un homenaje, es una provocación”. Esa parece ser la frontera que el artista mendocino nos invita a transitar.
Vida de pintor, de Carlos Alonso, se puede visitar en Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat, Olga Cossettini 141, 1° piso, Puerto Madero. Con coordinación de Pablo Alonso y Luis Rodolfo Cuello. Hasta el 7 de octubre.