Los domingos y la aprobación cómplice de un querible bribón. Cuando le preguntan por sus inicios, Sol Bassa piensa en eso. En un viejo tarambana del rock nacional. Y en los domingos de su último año en el secundario, cuando llegaba de trasnoche a su casa (o sea, ya siendo lunes, a pocas horas de tener que entrar al colegio) y su madre le preguntaba por qué no era como el resto de sus compañeros que salían los sábados y regresaban tarde, sí, pero con todo el domingo para reponerse y descansar. “Tampoco es que volvía tan tarde. A la una, ponele. Pero sí, mi vieja me quería matar”, sonríe Bassa al recordar ese tiempo en el que se pasaba escuchando música en su cuarto para recién emerger sobre el filo del fin de semana, cuando ya la depresión ya había invadido a todos menos a ella, feliz de poder partir con su guitarra a las zapadas de Flores, la meca de su espíritu adolescente colmado de blues.
“Íbamos con mi amigo Ale. Nos tomábamos el 113 o el 133 desde Coghlan donde vivíamos y nos quedábamos allá hasta casi el final”, cuenta sobre esos encuentros en donde se topaba con cultores del género que fueron adoptándola poco a poco: al principio algo intrigados con esa muchacha tímida de rulos y ojos claros que no faltaba nunca y parecía querer aprenderlo todo de un tirón; y después decididamente interesados en su arrojo precoz para apoderarse del instrumento. La misma audacia que años después –durante zapadas en San Telmo– Pajarito Zaguri, querible bribón, no dudó en sumar para su equipo. “Me acuerdo que me veía y se reía. Nos habíamos hablado nunca, pero sí me había visto tocar. Hasta que una vez me dijo: ‘¡Uy! ¡Vos sí que sos una atrevida! Vení, hoy vas a tocar conmigo’”.
Pajarito sabía...
–Vio cosas que quizás... Bueno, yo sentí que él vio que me arriesgaba. Que me la bancaba a ver qué será. Tengo una foto en la que estoy con él y con Ciro (Fogliatta). Una de esas noches en Tabaco Bar. Por suerte la conservé.
Sol habla en pasado pero no es que recorrió tanto camino. Recién tiene 29 años. Una edad que para la cultura del blues-rock –que suele valorar más las arrugas que la piel lozana– es escasa, independientemente de que la mayoría de sus héroes o mitos se hayan revelado como tales en su juventud; sin necesidad de haber vivido tanta vida. En el caso de Sol Bassa, que acaba de sacar Calles de tierra, su segundo disco, lo primero que llama la atención al verla tocar es ese “apoderarse del instrumento” que recuerda inmediatamente a Pappo por su feeling y autoridad. “Siempre digo que hay cosas de Pappo que no me identifico, pero hay otras que realmente me parecen buenísimas. Me encantan. Él construía sus propios temas. Y tenía una idea muy clara en sus letras. Era muy sincero. Y eso es algo que yo también busco lograr”.
El hecho de que Bassa –como el Carpo– componga sus propias canciones de rock bluseado y que las interprete –también como el Carpo cuando empezó– de manera austera a la vez que indirectamente sensible, sin subrayados o muecas de ningún tipo (a Dios gracias), refuerza aún más la comparación. Una ascendencia que se asienta en aquellos negros de Chicago que supieron electrificar el blues. Pero también en la elección del rock nacional como lenguaje natural de expresión. “Tengo el recuerdo de mi madre poniendo El amor después del amor de Fito Páez o Palabras más, palabras menos de Los Rodríguez y gastarlos de tanto escucharlos. Y lo mismo me pasó con Pappo, que mi hermano lo escuchaba un montón. Me encanta la música argentina en general y siempre tengo al rock de acá súper presente”.
En Calles de tierra, por caso, esa tradición pervive en temas que dialogan con aquel rock suburbano de Pappo’s Blues pero también con los últimos discos de Maxi Prietto o los primeros de La Patrulla Espacial. Una cadencia compartida que se embebe también de cierto minimalismo que cundió en el under de la última década. Y que en el caso de Sol (con temas como hipnótica “La caja de la esencia” o la enamorada “Océano”) va bien con su personalidad medida sobre el escenario; de simpatía silenciosa cuando asoma su blues.
“La música me ayudó mucho a abrirme”, reconoce quien debió batallar bastante consigo misma para permitirse explorar un mundo en forma de letras de canción. De hecho, su primer disco (Dedos Negros, salido en 2016, con un audio limpio a lo Stevie Ray Vaughan) fue instrumental. Hubo que esperar a Calles de tierra para conocer su voz, más allá de que en vivo ya cantaba algunos de esos temas. “Soy muy de mostrarle a mis amigos las letras antes de que salgan a la luz. Me interesan que salgan sinceras”.
Entre esos amigos –para sorpresa (o no tanto) de quienes adhieren a compartimientos demasiados estancos– figuran los hermanos Rial de Perdedores Pop, banda de culto y pionera del indie argentino. “Lo que me pasa con Santi y Esteban es que tal vez a primera vista no tienen mucho que ver conmigo. Pero sí tienen que ver. También son medio minimalistas y re sinceros en lo que hacen. Y, como muchos bluseros, tienen una gracia para escribir de la cual trato de aprender. Fueron grandes propulsores en que me largara a componer”, subraya. Otra influencia fue el ex Los Gatos Ciro Fogliatta. “En Coghlan me lo cruzaba seguido porque vivíamos cerca. Y un día, tomando unos mates, me preguntó si quería tocar en su banda. Obviamente le dije que sí. Aprendí mucho con él”, cuenta con una sonrisa. “Nuestra palabra clave era ‘Burgios’, por la pizzería de Cabildo y Monroe. Me mandaba esa palabra al celular y ya sabíamos que en quince minutos nos encontrábamos ahí. Me recomendaba música, me contaba anécdotas”.
Calles de tierra, por si hace falta aclararlo, viene teniendo una linda recepción desde que salió. Mayor a la que por ahí a priori se esperaba. “Con los chicos de la banda notamos eso, que el disco está gustando. Y por supuesto, eso es muy motivador. Ahora es cuestión de dejarlo volar”, asegura sin ansiedad. “Me interesa encontrar identidad en lo que hago. Después si te van a ver muchas personas o pocas, aprendí a tomarlo con calma. Lo importante es el camino”.