Desde Ciudad de México
Sí, es la Marina Villarreal de Los ricos también lloran. Sí, es la María Elena del Junco de El derecho de nacer. Sí, es el rostro-icono de la telenovela mexicana que imperó a fines de los ‘70 y comienzos de los ‘80. Y sí, tiene una pipa de vidrio en la mano y está fumando mota. No caben dudas de que el primer episodio de La casa de las flores se reservó una escena como para impactar fuerte, y hacer aún más ruido con algo que ya de por sí lo tiene. La señora se llama Verónica Castro, leyenda de la televisión latinoamericana del siglo XX que desembarca así en el universo streaming del XXI. Producida por Netflix y dirigida por el también mexicano Manolo Caro, la serie que acaba de subir a la plataforma –en trece episodios de media hora– viene a establecer un puente con el melodrama a la vieja usanza, modernizado en el lenguaje y lo visual pero con elementos que hacen a ese ADN narrativo que atrae multitudes.
Resumida al vuelo: en el festejo de cumpleaños de Ernesto de la Mora, patriarca de familia y propietario de una florería con años en el negocio, un hecho trágico viene a destapar toda una serie de disfuncionalidades prolijamente escondidas durante años. No solo por su amante de años y sus otros hijos de esa relación, sino también porque el hombre ha diversificado sus negocios hasta el punto de que no solo tiene un establecimiento dedicado a la venta de flores sino también otro del mismo nombre... que es un cabaret frecuentado por toda clase de géneros.
“Manolo no me había dicho nada, yo ya había firmado y habíamos comenzado a filmar cuando me encontré con esa escena y le dije ‘Oye, ¿y esta escena qué? No, no, le dije, yo no fumo, cómo crees, yo jamás he dado un mal ejemplo al público, no puede ser”, dice la actriz de 65 años en un encuentro con periodistas mexicanos del que participa PáginaI12. Casi no hay manera de que no apunte allí la primera pregunta, porque la imagen de Verónica Castro fumando porro es ciertamente potente. “Manolo me decía que sí, que la tenía que hacer, y yo me resistí pero decía qué hago, ya estoy adentro, ahora cómo digo que no... Y entonces hablé con mis hijos. Y los dos me dijeron ‘puff, mamá, qué antigua, lo menos que hace una señora de tu edad en la pantalla es fumar marihuana’. Y entonces empecé a checar Netflix y pude ver que sí, todo el mundo se mete cosas y yo aquí como zonza”.
Castro se ríe con ganas, porque es la primera en tener claro lo que ha representado por años en las ficciones de su país. De hecho, la entrevista se realiza el mismo día en que en el Senado se debate –es una forma de decir– la ley de interrupción voluntaria del embarazo, y para un argentino es imposible no apreciar la paradoja de estar dialogando con la protagonista de aquel hitazo antiabortista desde el título, que consolidó su fama entre 1981 y 1982. “Siempre me negaba a ser y dar un mal ejemplo en la pantalla”, insiste. “Es por escuela, es algo que me decían, ‘tú no debes fumar’... Yo era una fumatérica asquerosa, me fumaba la cajetilla completa o más y tenía que esconderme o salir, o estar detrás de un sillón. Ahora es al revés, muéstrame la verdad, quiero ver la realidad tuya”.
–Manolo dijo en una entrevista que no es porque sí, no se trata de fumar marihuana por fumar sino que se fundamenta en la historia.
–Claro, yo después entendí a la mujer, con todo lo que le pasa, lo que le hacen, la familia que de repente salió de la nada... Es una mujer que creyó que había criado bien a sus hijos, que había trabajado bien en su casa y que estaba bien con su marido, y de repente descubre que su marido no le funcionaba y que los hijos no tienen nada que ver con lo que pensó en un momento de su vida. Lo que me pasa a mí es un poco lo que le pasa a cualquier familia: “Pero si yo los eduqué bien, los crié bien, ¡por qué me salieron así, por qué pasan estas cosas!”. Bueno, es como cuando apareció esa foto de Cristian y el saiote...
El recuerdo de la imagen que subió a Twitter el cantante, mostrando tras una sesión de masaje sus nalgas en ese “saiote”, una tanga de hilo dental, le arranca a la actriz otra carcajada. Sabe que está más allá de todo. Que puede contar que, cuando en plena filmación se desató el temblor que aterró a la Ciudad de México el 19 de septiembre de 2017, mientras todo el equipo huía del set ella decidió que no tenía sentido correr, que sucediera lo que tuviera que suceder “y me hinqué y me puse a rezar hasta que todo pasó”. La gran cruz que cuelga de su cuello certifica la devoción. Pero sus temores con respecto a La casa de las Flores no pasaban por lo divino sino por asuntos más terrenales: “Haber entrado a Netflix era una puerta un poco falsa porque no sabía si iba a funcionar, si les iba a gustar, si me iban a aceptar”, dice. “Me cuesta trabajo pensar en la gente muy joven, los milennials me tienen atacada... ojalá que les caiga bien, que les guste, porque si no van a decir ‘Pinche vieja, ya fue’ y a otra cosa (risas). A ellos no les espanta nada, y a mí me sigue espantando todo. Soy viejita, entiéndanme, voy para mis 70.”
–Y entonces, con tantas dudas y posibles riesgos, ¿por qué finalmente le dijo que sí al proyecto? –pregunta este diario.
–Es que era una novedad, y yo quería hacer algo diferente. Me habían ofrecido hacer “una mamá que vende flores”, que no hay mucha diferencia; pero sí tenía curiosidad por ver cómo trabajaban en Netflix, cómo filman, el contraste del trabajo con la televisión. Mi trabajo es el mismo, pero la forma es totalmente distinta, es otro mundo. Fue difícil, pero Manolo hace las cosas fáciles... ojalá hubiera tenido muchos Manolos en mi carrera porque tiene buen trato, es decente, es suave para dirigir, no le conoces una mala palabra, es muy rápido para solucionar un problema. Yo le dije “no me voy a encuerar (desnudar) para meterme con un viejo a la cama... ¡y mucho menos con un viejo que ya fue, que ya tuve, tráeme uno nuevo! Y el resolvió muy inteligentemente las cosas. Yo le dije “no lo hago” y él dijo “sí lo vas a hacer” y terminé muy divertida con la situación. El hace que las cosas fluyan y se hagan, no se atora. Hubo momentos difíciles en los que podría haber perdido la calma y no, hacía las cosas fáciles para todo el mundo. Me dio la oportunidad de no sentirme tan incómoda con el personaje y todo lo que le estaba pasando. Me hizo sentir como pez en el agua.
Cecilia Suárez, encargada de darle un medio tono inolvidable a su Paulina de la Mora –capaz de decir “toda clase de pendejadas” sin mover un músculo–, y Aislinn Derbez, la hija que vuelve al hogar con un novio afroamericano, también se deshacen en elogios al director de 33 años que se hizo célebre en México con las películas No sé si cortarme las venas o dejármelas largas y La vida inmoral de la pareja ideal. Cuando este diario pregunta cómo evitar que en una historia de estas características los personajes se vayan de madre y terminen en la caricatura, ambas apuntan al detrás de cámara. “Yo creo que eso hace a un buen melodrama, no pasarte de la raya”, dice Suárez. “Tienes la tentación presente todo el tiempo, y para eso se necesita un buen director que sepa dónde es el límite. Un buen melodrama es llegar justo hasta la rayita pero no entrar al engolosinamiento, y así lo haces creíble”. Para Aislinn (hija de Eugenio Derbez, célebre comediante mexicano con una sólida carrera en Hollywood), “definitivamente es gracias al director, porque él tenía muy claro lo que quería y nos iba llevando; Manolo es de los directores más claros y más eficaces con su trabajo. Era impresionante la cantidad de trabajo que tenía, la importancia de esta serie para Netflix... y él estaba siempre super tranquilo, relajado. No perdía la calma, podía haber caos y él estaba en calma. Y eso contagia, hacía que entráramos al mood que él quería y buscaba. Lo hacía sencillo.”
“Manolo disfruta que uno meta cosas, da mucha libertad porque lo divierte, un poco te tira el anzuelo”, complementa Suárez. “El actor es como un niño, ‘mirame mamá’ y te avientas del trampolín... es un poco nuestro trabajo, quieres ver la cara de ese director o directora feliz, diciendo ‘bravo’. El intercambio es un poco así de elemental, y él suelta ese anzuelo para que uno pueda ser creativo, que sea divertido para él y así sea divertido para todos”.
La casa de las flores es la tercera producción mexicana de la plataforma online, tras Club de Cuervos e Ingobernable, que el 14 de septiembre lanzará su segunda temporada. Más allá del tema universal de las familias disfuncionales y con secretos de toda clase, Suárez apunta que “hay un sector de la sociedad mexicana que está retratado muy claramente, que tiene que ver con el poder, que tiene que ver con doble moral, que tiene que ver con un sentido de la ética muy flexible, un sentido de la época muy maleable, las conveniencias y las apariencias... pero también con amor verdadero”. En esa definición, al cabo, parece entenderse aún más la elección de Verónica Castro, que ha paseado su breve estatura por unos cuantos culebrones donde las familias eran nidos de apariencias y oscuros asuntos, en esos casos sí pasándose a menudo de la “rayita” a la que refería Suárez.
–Es inevitable preguntar cómo fue para ustedes la dinámica... es de imaginar que Verónica Castro es una persona que impone respeto al entrar a un set.
Cecilia Suárez: –El día que hicimos fotos estábamos todos en el set, y cuando entró fue como si todos se detuvieran. Todos te olvidan, te están maquillando y se quedan con la brocha en el aire mirándola, es una cosa magnética, y ella ni lo nota. Yo le decía “tú no te das cuenta pero cuando entras a un lugar todo se detiene, y cuando saludas a alguien se queda helado, tú sigues pero esa persona se queda allí como congelada”. Y ella lo maneja con una sencillez...
Aislinn Derbez: –Ni cuenta se da, es super humilde, “ay, no es cierto, ya quisiera”.
C. S.: –Es imponente, verla entrar al set en personaje, y luego tenerla enfrente y darle réplica por primera vez es muy fuerte. Crecimos viéndola en sus telenovelas, vimos todos sus programas nocturnos... sobre todo porque no hubo ensayos, nos encontramos en el set, cada cual había hecho su trabajo en su casa y nos encontramos ahí. Por eso fue tan fuerte llegar el primer día y que te tocara una escena con Verónica Castro. Es alguien que has visto desde niña en la televisión: es muy impresionante, y quien diga que no... está mintiendo.