Las dificultades económicas del país y las condiciones cada vez más restrictivas para acceder a créditos o subsidios estatales están poniendo en riesgo una forma de producción cinematográfica que venía desarrollándose con buenos resultados desde hace años. Frente a una situación cada vez más complicada, los cineastas empiezan a pensar alternativas para llevar adelante sus proyectos. “No hay que perder de vista que la Argentina tiene, a pesar de todas las crisis, un valor cultural que se ve reflejado en la cantidad de actores y de gente que a pesar de todo hace cosas”, dice la actriz y cineasta María Alché, quien acaba de competir en el Festival de Locarno con su ópera prima, Familia sumergida. La protagonista de La niña santa, de Lucrecia Martel, que ya había competido en el certamen suizo en 2015 con su corto Gulliver, piensa que “en Buenos Aires hay cientos de actores que hacen obras de teatro a pesar de todo. Una de las claves en estos tiempos es que el cine se una a esas fuerzas y tome ese capital humano, esas poéticas y esa necesidad de expresarse a pesar de todo. Hay que pensar colectiva y creativamente. Debemos unirnos para que no nos arrastren las dificultades”.
Para el productor Nicolás Batlle (Hacerme feriante, El patrón) “la cantidad de producciones no bajará, por más que el Incaa no apoye. Esto lo digo con alegría, porque veo que mis alumnos van a filmar igual. No los para nadie. Puede haber crisis de espectadores y financiamiento, pero con la tradición y el nivel de formación que tenemos es imposible que el cine argentino se frene, hagan lo que hagan”. Sin embargo, Batlle está preocupado por “el achicamiento de los días de rodaje de una película, porque indefectiblemente afecta a la calidad. Se estaría pauperizando la producción. Desde el cine independiente debemos recurrir al financiamiento externo a través de coproducciones y fondos internacionales. Hoy una película cien por cien nacional es inviable”.