Por Eduardo Fabregat
El equipo de Juan Pablo se declara en rebeldía, y cuesta hacerlo entrar en razón. Justo en “El pan del facho”, nada menos, el himno que Acorazado Potemkin le ha dado a estos tiempos y que el mismo cantante introdujo con una dedicatoria “a ciertos senadores y senadoras”. El inconveniente se estira. Fede y Lulo zapan, mantienen la base, sostienen el bache con elegancia. Y de pronto, entre el público se levanta un pañuelo verde. Y otro. Y otro y otro más. Y mientras los técnicos batallan, en la sala explota el cántico: “Aborto legal / en el hospital”. De pronto, eso que es la pesadilla de todo músico, la maquinaria que se planta en plena faena, se convierte en otro momento épico de una banda que ha hecho de la épica una costumbre. Entre otras cosas.
La marea verde en el show de un grupo de tres hombres no es casual: hace mucho tiempo que el trío levanta esas banderas, y hace mucho tiempo que abre invitaciones a mujeres músicas que enriquecen su propuesta. Si en aquellos ya lejanos shows de UltraBar o el ZAS circulaba el chiste de que el auditorio parecía un vestuario de fútbol, el crecimiento sostenido del público de Potemkin incluye a una potente rama femenina. Pero no se trata solo de gestos políticos o de las artistas invitadas, el asunto tiene que ver con la misma esencia de la música del grupo. Sus canciones pueden tener la potencia de “A lo mejor”, que hace estallar a Niceto con esas frases escupidas con rabia, y también la enorme sensibilidad de “Las cajas”, que eriza la piel de todo ser humano presente con su descarnado relato de una separación. Juan Pablo hace propio el género de la poesía de Josefina Saffioti, y la versión de “Mundo Lego” -que cambia las “sandalias verdes” por pañuelos– alcanza cumbres de belleza que uno ya no creía posibles. “Hablar de vos” deja las almas anudadas. Cuando Mariana Päraway al fin se da el gusto de subirse a un escenario porteño a cantar “Flying Saucers”, y Juliana Moreno echa a andar ese plato volador que parece una flauta, Juan Pablo y Federico se corren a los costados, entregan el protagonismo a esas dos compañeras que le dan otro brillo a todo lo que está sucediendo. Y cuando Flopa, esa cantante y compositora enorme que tiene la escena independiente, ocupa el centro de la escena para hacer “La mitad”, vuelven a redoblarse las ganas de agarrar a todo fan del rock argentino que pase cerca y repetirle que Acorazado Potemkin es la banda que hay que ver. Furia eléctrica y emociones intensas. Tanto en un solo menú.
Para este segundo Niceto (que tuvo el lujo de Manza Esain en la consola para un sonido perfecto), el trío volvió a encajar en la lista las trece canciones de Labios del Río, ese tercer disco que mantiene el alto vuelo de la usina creativa encendida en 2011 con Mugre y continuada en 2014 con Remolino. Por eso hay momentos de altísima potencia como “El rosarino” y el brote punk de “Roto y descosido” (que le da pleno sentido a la frase “Me encontré sin querer surfeando el cielo / No volví a pisar más el suelo”), y también pasajes hipnóticos con los climas de “Dos de nosotros” –reformulación del tema Beatle coloreada por la psicodélica flauta de Moreno- y “Sopa de alambre”, donde ese “no será una noche más” se sostiene en las tensas cuerdas del violín de Christine Brebes. Hay una combinación de tensión y liberación en la desquiciada relectura de “Semilla de piedra” de Lila Downs, y total catarsis en la demoledora “Santo Tomé” que llena el lugar de brazos en alto repitiendo tiros al aire, tiros a la pared.
Pero claro, a esta altura Potemkin ya tiene una obra para jugar, y por eso la velada incluyó algunos rescates, el regreso de canciones que andaban ausentes de la lista. Cosas de aquel debut discográfico como la bellísima “Smiley Ghost” y la melancólica “Perrito”, o “Desayuno”, que no había sonado en el Niceto anterior y que da tanto pie al coro colectivo con eso de “Que anoche hicimos lío...”. Potemkin hace lío y construye momentos memorables: con el Cardenal Domínguez, pedazo de cantante, para las contracturas de “Reconstrucción”; con Beto Siless a voz en cuello para otro regreso, el de “Miserere”; o simplemente ellos llenando la escena, provocando el interrogante de cómo pueden sonar así si son solo tres tipos, otra erupción de sonido en el combo “Caracol / Quiero” o en el mismo “El pan del facho”, pero también en canciones como “Humano”, que puso una necesaria cuota de luminosidad después de las angustias de “Las cajas”.
Quien ya haya visto al trío en vivo está al tanto de todo lo demás. Que Lulo es uno de los mejores bateristas de este país, no solo por potencia sino por su enorme panorama para dibujar sutilezas que van mucho más allá de la maquinaria del ritmo. Que Fede vuela, y no solo por las fotos que circulan en las que literalmente tiene los pies lejos del piso: el universo armónico y melódico que brota de ese Gibson G3 explica por qué lo de “power trío” es poca definición. Que Juan Pablo extrae de su guitarra sonidos que visten a las canciones a veces con elegancia y a veces con harapos, siempre lo que corresponde, y en su voz cabe la dulzura de “Pintura interior” y el desgarro de los gritos finales de “Mundo Lego”. Que a veces se pasa por alto lo importante que es la segunda que hace Lulo en el micrófono, pero ahí también descansa una de las explicaciones de lo personal que es el sonido del Acorazado. Difícil intentar un cover de ellos, que han galvanizado una identidad intransferible: Potemkin es un caso único en el panorama del rock argento del siglo XXI. Será por eso que cada presentación se parece bastante a una cita de honor. Por la expectativa de lo que puede suceder y porque todo efectivamente sucede. Y no, no es una noche más.