En apariencia, la articulación entre las fuerzas de izquierda en el actual gobierno portugués sigue siendo estable y los resultados de las políticas siguen siendo alentadores. Por ejemplo, la tasa de desempleo es hoy del 6,9%, la más baja de los últimos dieciséis años, y con tendencia a descender según las estimaciones de la OCDE. La innovación política portuguesa, inicialmente vista con gran recelo por la “comentocracia” nacional e internacional, se considera ahora con simpatía, cuando no se celebra. Buen ejemplo es el informe del New York Times del pasado 23 de julio, titulado “Portugal dared to cast aside austerity. It’s having a major revival” (Portugal se atrevió a desechar la austeridad. Tiene un importante resurgimiento). Curiosamente el análisis no se restringe a los datos económicos. Habla de un punto de inflexión positivo en la “psique colectiva de los portugueses”, en contraste con lo que ocurre, por ejemplo, en Grecia. El éxito de esta política no podía dejar de mostrar sus limitaciones derivadas en gran medida de las restricciones en la inversión pública impuestas por Bruselas, con un impacto social particularmente significativo en los ámbitos de la salud y la educación, pero también en las infraestructuras, en el sistema judicial y penitenciario, en la cultura, etc. Como era de esperar, en los últimos meses aumentó la contestación social por parte de los sindicatos, sobre todo de los sindicatos de profesores. A su vez, el giro político de 2016 devolvió a los portugueses la esperanza realista de días mejores. A medida que el tiempo pasa, quieren ver pasar las mejoras del discurso a la realidad. Algo especialmente visible en el área de la salud.
En los últimos meses, el principal punto de fricción entre el Partido Socialista (PS) y sus aliados fue la reforma de la legislación laboral. El proyecto de ley presentado por el Gobierno al Parlamento se aparta de lo acordado en las negociaciones con el Bloco de Esquerda (BE) y el Partido Comunista (PCP) y fue aprobado en su conjunto con los votos del Partido Social Demócrata (PSD), el partido de derecha que estuvo en el poder entre 2011 y 2015. Este hecho ha venido a mostrar que el PS puede estar tentado de recurrir al partido de derecha para superar los bloqueos que le puedan crear sus socios de coalición mientras estos se mantengan en ella porque entienden que, a pesar de todo, lo esencial de los objetivos de la coalición se está manteniendo.
En este momento, hay que considerar varios hechos nuevos que, lejos de prefigurar el fin próximo de la coalición, pueden ser característicos de su crisis de crecimiento. El primer hecho fue la elección en febrero de 2018 del nuevo secretario general del PSD, Rui Rio (foto), un político respetado que fue la oposición interna más visible al vértigo neoliberal que asoló el partido bajo el mando de Pedro Passos Coelho. Con Rio, el partido mostró voluntad de volver a su origen de derecha moderada o centroderecha, siempre disponible para llegar a acuerdos de gobierno con el también moderado centroizquierda, el Partido Socialista. Estos acuerdos fueron responsables de varios periodos de gobierno del “bloque central” en los últimos cuarenta años. La elección de Rio amplió las opciones del PS. Mientras que con el liderazgo y la orientación anteriores del PSD cualquier convergencia con ese partido sería improbable, ahora tales coaliciones son posibles -como, por cierto, sucedió en el pasado-.
El segundo hecho es que, con este nuevo campo de maniobra para el PS, no sorprende que dentro del PS hayan surgido voces influyentes en el sentido de que el PS vuelva a su tradición de coaligarse con la derecha y no con la izquierda. Estas voces cuentan con el apoyo de los intereses neoliberales internacionales –incluidas las instituciones de la Unión Europea (UE)–, temerosos de que la articulación de las izquierdas se reproduzca en otros países, eventualmente con agendas más amplias que la portuguesa. Una variante de esta posición es la de aquellos que prevén que el éxito de las políticas del gobierno puede llevar al PS a conquistar la mayoría absoluta en las próximas elecciones generales de finales de 2019, en cuyo caso el partido podría prescindir de coaliciones tanto a la izquierda como a la derecha.
De cualquier modo, estos hechos ponen a las fuerzas de izquierda bajo nuevas presiones. Si se rompe el acuerdo en caso de reiteradas violaciones de lo acordado por el PS, estas temen ser culpadas por los votantes de poner fin a una solución política que había devuelto cierta esperanza y un mayor bienestar a la mayoría empobrecida de los portugueses. Si, por el contrario, mantienen la coalición, podrían ser consideradas responsables por sus militantes y simpatizantes de haber pactado la entrada de la austeridad por la ventana después de haberla expulsado por la puerta. Las alianzas pragmáticas habrán repercutido en la pérdida de identidad.
Los partidos de izquierda han revelado una enorme madurez política en este contexto político. El debate interno en el Bloco de Esquerda es más conocido y por eso le dedico particular atención. Las corrientes mayoritarias del BE hacen un balance globalmente positivo de la articulación política con el resto de los partidos de la coalición y reclaman –como parte de su iniciativa política– muchas de las medidas que han mejorado la vida de los portugueses. Y lo hacen con razón. Destacan, en especial, que en la abrumadora mayoría de las cuestiones hubo una gran consonancia con el PCP. Son especialmente críticos con la posición del PS en los ámbitos de la legislación laboral, con cesiones casi totales a las exigencias de las confederaciones patronales –en las que resuenan las presiones europeas–, y en el ámbito de la salud con el mantenimiento de las asociaciones público-privadas que alimentan al sector privado de la salud e impiden que el servicio nacional de salud vuelva a los niveles que en el pasado hicieron de Portugal una historia de éxito internacional en el campo de la promoción de la salud como bien público.
Por encima de todo, las corrientes mayoritarias del bloque de izquierda entienden que el saldo positivo de la experiencia de los últimos dos años y las expectativas positivas que generaron para la mayoría de los portugueses crearon una nueva responsabilidad al conjunto de los partidos de izquierda en el sentido de no decepcionar estas expectativas. Sin embargo, entienden que para que esto sea posible es necesario que la articulación entre fuerzas de izquierda se profundice y supere al menos algunas de las limitaciones que tuvo en su primera fase. Estas limitaciones eran comprensibles en el difícil contexto de 2015, pero no lo son hoy o, al menos, deben ser objeto de debate que puede implicar la reformulación y el alcance de los acuerdos. El éxito de la innovación portuguesa es la otra cara de sus objetivos extremamente modestos, que ni siquiera han conseguido devolver a la sociedad portuguesa el bienestar relativo que tenía antes de la crisis. Para el Bloco de Esquerda, tales limitaciones se derivan en última instancia de los tratados que gobiernan la política europea –sobre todo el Pacto fiscal europeo–, tratados que impiden la inversión pública, el fortalecimiento del Estado social y el control público de sectores estratégicos. Y se derivan también de la enorme deuda pública, que es insostenible y debería reestructurarse. Para el BE, el éxito internacional de la política portuguesa de los últimos dos años –no siempre elogiado por buenas razones– confiere cierta autoridad a Portugal para presionar a las instituciones europeas, especialmente a través de alianzas con otros países que tienen intereses convergentes con los de Portugal.
Como puede imaginarse, esta posición choca frontalmente con la del Gobierno del PS, cuyo ministro de Finanzas, Mário Centeno, fue elegido para presidir el Eurogrupo y sellar así el alineamiento total de Portugal con el Pacto fiscal europeo. En mi opinión, a menos que se produzca una mayor turbulencia financiera internacional –siempre posible debido a la impenitente opacidad de los mercados financieros–, los próximos tiempos traerán grandes desafíos a la articulación de las izquierdas y nada indica que esos desafíos no puedan enfrentarse con éxito. Bajo mi punto de vista, esto depende de los siguientes factores. Es esencial dejar claro a la opinión pública portuguesa que el éxito de las políticas de los últimos años se deben por igual a los tres partidos de la coalición. Solo eso permitirá que todos ellos crezcan electoralmente y todos a costa del electorado tradicionalmente indeciso o de derecha. La lucha mediática va a ser en este ámbito muy fuerte y la izquierda no tiene en principio muchas bazas dado el predominio de los comentaristas de derecha en los medios de comunicación. Para compensar esto es necesario que los portugueses se movilicen socialmente para que las mejoras de los últimos años se consoliden y profundicen. La movilización social es, pues, decisiva.
Pienso, además, que las fuerzas de izquierda, sobre todo el BE y el PCP, deben ser particularmente conscientes de los riesgos que corren la democracia y el bienestar de las clases trabajadoras y medias en una Europa xenófoba crecientemente dominada por fuerzas de extrema derecha. Un análisis profundo de este contexto debe ser un incentivo para atreverse a tener más imaginación política. Se debe considerar la posibilidad de una coalición entre el BE y el PCP a fin de poder beneficiarse de la lógica del método D’Hondt en el sistema electoral portuguesa –que beneficia a los grandes partidos y a las coaliciones en detrimento de los partidos más pequeños–. Esto permitiría hacer crecer la presión de izquierda sobre el PS, sin la cual los automatismos antiguos y los intereses de siempre inclinarán el partido a la derecha, una derecha más disponible que nunca para construir la alianza alternativa.
Todos conocemos las divergencias ideológicas entre el BE y el PCP y las razones que las produjeron. Pero también sabemos que en los últimos años ambos casi siempre han convergido en las principales políticas del gobierno de izquierda. Muchos hallarán esta idea utópica, pero, como decía Sartre, antes de realizarse todas las ideas son utópicas.
* Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra (Portugal). Traducción: Antoni Aguiló.