Las canciones de la española Rosana son agridulces: narran historias tristes, pero optimistas. Detrás de las rupturas amorosas –casi la totalidad giran en torno al amor romántico–, siempre hay un amanecer luminoso. Quizás por eso, sumado a su voz afable y enérgica, ha cosechado tantos fans por América latina y Europa. Y en Argentina le ha ido muy bien, claro. ¿Cómo olvidar canciones como “A fuego lento”, “El talismán” y “Si tú no estás”, de su disco debut, Lunas rotas (1996)? No paraban de rotar en las principales radios. Un disco que vendió más de tres millones de copias en todo el mundo. Buena excusa para no caer en el pesimismo. “Siempre tengo el optimismo presente. Un amigo mío dice que ‘si un día me da un infarto, voy a pensar que es una corazonada’”, grafica la cantautora canaria. “Cuando digo que mis canciones son verdades, me refiero a que eso no lo proceso con la cabeza. Funciono por las emociones. No sé pensar sobre lo que voy a escribir: yo siento, escribo y me responsabilizo. No sé hacerlo de otra manera”, confiesa. En el marco de una gira que la llevará por Tucumán, Córdoba, Mendoza y Rosario, Rosana se presentará el viernes 17 de agosto a las 21 en el Gran Rex (Corrientes 857).
La española acaba de reeditar En la memoria en la piel (2016), un disco en banda con un pulso pop y eléctrico. En esta edición especial, incluye una colaboración con el cantante mexicano Carlos Rivera (“No olvidarme de olvidar”) y dos temas que no estaban en el disco original: “Sin tanta ropa” y “Soñar es de valientes”. Además, agregó un disco con versiones acústicas de todas las canciones. “Es como nacen las canciones, desde el punto cero”, dice ella. “A mí me encanta modelar y cambiar de paisajes la música. La historia de la canción es la misma, pero el mismo beso uno lo puede dar en la calle o en el ascensor. Entonces, al cambiarle todo eso, de alguna manera la palabra adopta otro espacio. Solemos hacer un concierto que se llama Como en casa, en donde llevo mi guitarra acústica y la gente va pidiendo. Es como si uno quedara con los amigos. Es el formato que tiene más que ver con la esencia las canciones. Lo hemos hecho con diez mil personas adelante, no es una cuestión de espacios reducidos, sino de cercanía de la canción. Las canciones están envueltas en un tipo de papel, que con el paso del tiempo se rompe, pero la esencia del regalo sigue ahí. Entonces, cuando las traigo al presente, les cambio los arreglos, las pongo bonitas y vuelvo a cantarlas. Son canciones hechas por deseo, no por oficio”.
–¿Por qué La memoria en la piel?
–Me refiero a dejar que la emoción llegue, nos cale y nos ponga los pelitos de punta. Y de esa manera la propia piel nos avisa a nosotros que algo acaba de traspasarnos. Algo de la memoria absolutamente libre que decide cuándo se emociona y cuándo nos avisa. Me parece lo más verdadero que tenemos los seres humanos.
–El amor de pareja es el eje temático que más se repite en este disco y en su obra ¿Por qué?
–Bueno, hay canciones como “Demasiado” o “Llegaremos a tiempo”, que tienen que ver con un concepto más social. Este disco, más que en el amor, está basado en las emociones en general. Me parece que en el mundo llevamos hace rato pasando un momento frágil, entonces, la sensación que tengo, a decir por el resultado de esas canciones, es que lo que más me importa en este momento es que el ser humano no sufra más de lo debido.
–¿En dónde ve esos “momentos frágiles”?
–En todo. Por ejemplo, algo que aquí está muy candente, al igual que en el mundo entero, que es eso de seguir hablando de igualdad en el siglo XXI. Algo no está pasando si seguimos hablando de eso, porque ya deberíamos llevar rato en eso de la igualdad. Y no hablar de cómo empezarla o cómo seguirla, sino darla por hecha. La igualdad en el más amplio de los sentidos. Debería pasarle lo que al aire: que uno lo respira con tanta normalidad que no se da cuenta que si te tapan la nariz y la boca te mueres. No lo hemos normalizado. Y eso habla de una fragilidad. Porque evidentemente una humanidad fuerte es donde todos tienen las mismas posibilidades. Mientras todos no tengamos oportunidades, no vamos a estar sumando. Vamos a intentar multiplicarnos unos, dividirnos otros. Pero juntos somos más.
–Sin embargo, lo político no aparece presente en su canción, ¿prefiere evitarlo?
–Lo he dicho muchas veces, yo no creo en la política. No me gusta la política, porque la política divide. Y no me gusta nada que divida al ser humano. Me parece fantástico que cada uno tenga su idea y su forma de sentir las cosas, pero cuando eso se convierte en algo malo no estoy de acuerdo. Me refiero a cuando nos ponemos en contra de alguien que no piensa igual que yo, pertenece a una ideología concreta y por eso rivalizamos. Es sano que todos pensemos distinto. Porque nos enriquecemos y aprendemos. Lo que divide por dividir no me gusta. Porque creo que no hay nada tan tajante o extremo. Cuando llegas a tanta rivalidad, acabas cayendo en la violencia. Por eso ocurren las guerras.
–De todas formas, en los países democráticos la política es una herramienta para conseguir derechos y no todos los gobiernos son iguales…
–Pero empezó siendo una cosa y se ha derivado en otra. Me parece que una de las cosas que está pasando es que todos en el mundo entero nos estamos empeñando en buscar capitanes de naves cuando en realidad lo que está mal es la nave. Entonces, da igual a quién pongas a manejar una nave a la que hay que cambiarle los maderos. Se va a venir abajo de todas formas. Con uno se irá antes que con otro. Lo que hay que cambiar es la embarcación. Se están perdiendo a ritmo acelerado los valores. El bullying en los colegios es culpa de todos los que somos grandes, no es culpa de los niños. Los niños están heredando un montón de malas costumbres. Arreglemos primero la embarcación y luego decidamos democráticamente quién navega, quién la lleva y quién es el capitán del barco.