El liberalismo en Brasil siempre ha sido una farsa para justificar el modelo primario exportador y un argumento para destruir la economía nacional. La derecha se ha valido del liberalismo incluso para justificar el golpe militar de 1964 y la dictadura, que llegaría para defender los intereses de los individuos, amenazados por un supuesto riesgo de una dictadura estatizante, impuesta por el nacionalismo.
Pero fueron las corrientes nacionalistas las que han garantizado el derecho de todos, el derecho de organización y de protesta de la población, que han defendido la soberanía nacional y la democracia. Nunca Brasil ha visto tan respetados los derechos de todos como en los gobiernos del PT, en este siglo. La derecha tradicional ha fracasado al defender los intereses del mercado y del capital internacional, intensificando la recesión económica y las desigualdades sociales en los años 1990.
Al apoyar el golpe, la derecha tradicional brasileña ha cometido un suicidio. Carga con el peso de las políticas neoliberales, con la adhesión al golpe del 2016 y con el apoyo al gobierno de Temer. Ahora siembra la impopularidad de sus candidatos –el más representativo, Geraldo Alckmin–.
La desesperación de la derecha tradicional no viene solo de la posibilidad inminente de la quinta derrota consecutiva, sino también de la posibilidad de quedar fuera de la segunda vuelta, superada por el candidato de la extrema derecha. Lo que, además, los llevará a tener que definirse entre el candidato del PT y Bolsonaro.
Porque la derecha tradicional salió de escena con el apoyo al golpe en contra de Dilma y a la política económica del gobierno de Temer. Carga así sobre sus espaldas esas opciones, por su obsesión por el neoliberalismo y su odio al PT y a Lula, que la han llevado al suicídio.
En el Brasil de hoy, mirando las elecciones de octubre, solo dos ideas-fuerza tienen peso: la representada por Lula y la representada por Bolsonaro (foto de ambos). Solamente esas dos perspectivas despiertan interés y pasión, movilizan mentes y corazones, en direcciones totalmente antagónicas.
O Brasil retoma el camino del desarrollo económico con la perspectiva de la inclusión social y la distribución de la renta, o avanza por el camino del autoritarismo, de la represión y de la exclusión social. Así se plantean las alternativas hoy para Brasil. Las otras son periféricas, complementarias o se diluyen sin personificar proyectos de país ni de sociedad.
No se trata de que las alternativas electorales conduzcan necesariamente al enfrentamiento entre Lula y Bolsonaro. Otra alternativa de derecha puede llegar a la segunda vuelta, para enfrentar al candidato petista, pero sin un proyecto que galvanice a sectores significativos de la sociedad. Serán estas alternativas para quienes ubican al PT y a Lula como el riesgo más grande para sus intereses, y se entusiasman con un proyecto que ya había fracasado en los años noventa y ahora vuelve a fracasar con el gobierno Temer.
Brasil tiene esas dos alternativas. O derrota el sesgo autoritario, represivo y excluyente de Bolsonaro o tendrá que enfrentar las consecuencias de esa opción aventurera de los que prefieren cualquier cosa, menos el retorno del PT al gobierno.
Aunque la derecha tradicional intente presentarse como alternativa a Bolsonaro, buscando diferenciarse de él, compone el mismo campo de la derecha de Brasil hoy. Así como el campo de la izquierda está inevitablemente representado por Lula y por el PT: es la única alternativa real de derrota de la derecha y de la extrema derecha, así como el rescate de la democracia y del desarrollo económico y de la justicia social.